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GUILLERMO DE SAINT-THIERRY CARTA DE ORO (A LOS HERMANOS DE MONTE DEI) TRADUCCIÓN: MONJES DE SAN ISIDORO DE DUEÑAS, DANIEL GUTIÉRREZ, DE LA OLIVA

Carta de oro guillermo de saint thierry

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GUILLERMO DE SAINT-THIERRY

CARTA DE ORO

(A LOS HERMANOS DE MONTE DEI)

TRADUCCIÓN:MONJES DE SAN ISIDORO DE

DUEÑAS,DANIEL GUTIÉRREZ, DE LA OLIVA

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DEDICATORIA A LOS NOVICIOS

DEDICATORIA A LOS NOVICIOS

A los señores y hermanos Haymond, Prior1 y H., el hermano Guillermo les desea un sábado de delicias2.

1. Carísimos hermanos en Cristo3, tal vez soy importuno y me atrevo más de lo debido al hablaros con tanta sinceridad. Perdonadme. Es que se me ha dilatado el corazón. Abridme también el vuestro4, os lo ruego, y comprendedme porque soy todo vuestro en las

1. Dom Haymond, segundo Prior de Mont-Dieu, comenzó su gobierno en 1144.2. Is 58, 13. Sábado de delicias = sabbatum delicatum. Es una expresión frecuente en la literatura monástica medieval. El simbolismo es vario, pero se llega a una cierta unidad de expresión que podríamos considerar como perfectamente lograda en la definición de san Elredo: “Sábado es el sosiego del alma, la paz del corazón, la tranquilidad del espíritu” (Spec.Cart. III, 2). Este es sin duda el sentido en que lo usa Guillermo en el saludo de la carta.

Los diversos autores desarrollaron el tema bajo distintos aspectos y enriquecieron notablemente su concepto. Se habla de tres clases de sábados en correspondencia exacta con los tres elementos esenciales de la vida cenobítica: el individuo, los hermanos, Dios; y de la preparación para cada uno de ellos durante un número determinado de años místicos. Se aplica especialmente a la vida contemplativa (GUILLERMO, De natura et dignitate amoris), que se considera como el sabbatisimum (GILBERTO DE HOYLAND, In Cant. Ser. XI, 4). Por eso los contemplativos son los sabatizantes, sabatizan (ibidem). Cf. J. LECLERCQ, Otia Monástica I, 4 Sabbatum, en Studia Anselmiana, 53, Roma, 1953, pp. 50-59.3. 2Co 6, 11; Sal 118, 32.4. 2Co 6, 13; 2Co 7, 2.

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entrañas de Aquel en quien nos amamos mutuamente5.

2. Desde que partí de vosotros hasta el momento presente me he propuesto dedicar mi trabajo diario no a vosotros, que no lo necesitáis6, sino al hermano Esteban, a sus compañeros los hermanos más jóvenes y a los novicios que llegan a vosotros, cuyo maestro es solo Dios. Que en esto tomen y lean lo que pueda serles de utilidad, como consuelo en su soledad y estímulo en su vocación.

3. Os doy lo que puedo: mi buena voluntad; devolvédmela vosotros cargada de frutos. David danzando agradó a Dios, no por la danza sino por el afecto7. De modo semejante la mujer que ungió los pies del Señor, fue alabada por él, no por haberlos ungido, sino porque amaba8; haciendo lo que podía, fue por ello justificada.

4. He pensado dedicaros también otro opúsculo, impulsado a ello más por la exigencia insistente y nada reprochable de algunos hermanos, para consuelo y estímulo

5. Flp 1, 8.6. Cf. 1Tes 5, 1.7. 2S 6, 14-16.20-23. La Palabra affectus usada en este párrafo tiene sustancialmente el mismo sentido que en español, es decir, indica un sentimiento de amor hacia Dios. Es un término técnico en la escuela cisterciense que connota en general un sentido más profundo que su correspondiente español. El affectus en los místicos cistercienses tiene un doble sentido, activo y pasivo a la vez, e indica el movimiento pasional hacia Dios como consecuencia de haber sido el alma afectada -tocada- por Dios. Dios mueve; el alma se entrega. 8.Lc 7, 28-47; Mc. 14, 6-8.

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de su fe. Su tristeza sería para mí gran gozo si no me viera imposibilitado de visitar a los que están tristes.

5. En efecto, la grandeza no ya de su fe sino de su amor, hace que sientan horror hacia todo lo que parece contrario a la misma; de tal modo que si la tentación del espíritu de blasfemia o de la carne9 por pequeña que sea, les roza o les conturba, como si solo oírlo o sentir algún movimiento fuera suficiente, creen ya gravemente herida la piedad de su conciencia, y se lamentan penosamente como si hubieran claudicado en la fe10.

6. A algunos que pasan de las tinieblas del mundo a ejercitarse en una vida más pura, les ocurre lo que sucede siempre a los que habiendo estado largo tiempo en tinieblas11 pasan rápidamente a la luz: la misma luz que debía permitirles verlo todo, hiere y molesta sus ojos enfermos; del mismo modo éstos son cegados por las primeras claridades de la fe, y

9. Las tentaciones de blasfemia o de lujuria proceden, según Guillermo, de la naturaleza misma del primer pecado y, por tanto, acosan con mayor facilidad al hombre caído que se sorprende con frecuencia apeteciendo lo que no quiere y pensando de Dios cosas que no aprueba. Ambas pueden deslizarse insensiblemente en el hombre y mancillar con gran facilidad el corazón, por lo que se ha de evitar todo coloquio, oponiéndoles resueltamente el escudo de la fe. (Cf. El Espejo de la fe, cap.IV. Col. PP. Cist. 8, p. 40 ss.). Esto explica que tratando de la fe aluda el autor a estas dos tentaciones nacidas de la acción por la que el demonio quiso cerrar todo acceso a Dios, inficionando desde el principio la misma raíz de acercamiento a Dios que es la fe (Cr. ibidem). 10. 2Tm 3, 8. 11. Imagen tomada de Platón: República, 514a, apólogo de la caverna.

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no pueden resistir los rayos desacostumbrados de esta nueva luz hasta que el mismo amor a la luz les acostumbra.

7. El opúsculo se divide en dos libritos: el primero, por ser claro y fácil, lo denomino Espejo de la fe12. Al segundo, que contiene en síntesis las razones y fórmulas de la fe según las afirmaciones y el sentir de los Padres católicos, y es algo más oscuro, lo he titulado Enigma de la fe13. Deseo dedicarme a este estudio, más para huir de la ociosidad -enemiga del alma14, puesto que la vejez y los achaques me eximen del trabajo común, no tanto por méritos cuanto por perezoso e inútil-, que por pretender enseñar a los demás. En efecto, no es decorosa la instrucción en boca del pecador15; solamente conviene a los que confirman su doctrina viviendo lo que enseñan.

8. En el primer libro se enseña al lector sencillo por dónde ha de caminar; en el segundo cuánta cautela ha de poner en el camino. En este mismo orden dice el Señor a sus discípulos: Ya sabéis a donde voy y conocéis el camino16. Y el Profeta: Las riquezas de la salvación son sabiduría y ciencia17. También el Salmo nos dice en

12. PL 180, 365B - 398A13. PL 180, 397B - 440D14. RB. c. 48.15. Si 15, 9.16. Jn 14, 4.17. Is 33, 6. Los textos bíblicos citados por Guillermo revelan una vez más su pensamiento sobre el proceso del conocimiento teológico.

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primer lugar: El día al día le pasa el mensaje, y después: la noche comunica el conocimien-to a la noche18.

9. He escrito también otros opúsculos: dos tratados, el primero Sobre la contemplación de Dios; el segundo Sobre la naturaleza y la dignidad del amor . Un librito sobre el Sacramento del Altar; unas Meditaciones, útiles para formar a los novicios en la práctica de la oración, y un comentario al Cantar de los cantares hasta aquel pasaje: Apenas los había pasado encontré al Amor de mi alma19

10. Me impidió terminarlo el tener que escribir Contra Pedro Abelardo. En efecto, no me parecía lícito completar tan tierno comentario en la intimidad de la contemplación20, mientras él devastaba fuera con espada desnuda, como se dice, y con tanta crueldad los campos de la fe. Lo que contra él escribí lo he tomado de los Santos Padres, lo mismo para el Comentario a la Carta a los Romanos y otros escritos de los que hablaré

Espiritualidad y teología se reclaman mutuamente. El proceso que es el mismo en ambos tiene por base la trilogía anima-animus-spiritus que sirve de apoyo teológico a la teoría de Guillermo sobre la triple ciencia que el hombre puede tener de Dios, a medida que el alma pasa de un estado a otro: a) el arte de creer, es decir, de leer en la Escritura las obras de Dios; b) el arte de pensar y hablar correctamente de Dios; c) la ciencia mística o experiencia vital de lo que se cree. 18. Sal 18, 3.19. Ct 3, 4.20. “intus vacare otio”. Guillermo de Saint Thierry como san Bernardo debieron dejar más de una vez la paz del claustro o los jugosos comentarios de la Sagrada Escritura, para salir en defensa de la Iglesia, la Esposa del Verbo contra errores doctrinales o de otra índole.

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más abajo. En todos ellos poco o muy poco he dicho de mi propia cosecha. Mejor es si os parece, que borrado mi nombre fueran relegados al anonimato para que no suceda como a la perdiz, que cubre bajo sus alas huevos que ella no puso21.

11. De los libros de san Ambrosio recopilé lo que en ellos se dice sobre el Cantar de los Cantares. Tarea ingente y notable; lo mismo hice con san Gregorio, pero con más amplitud que lo hiciera Beda. Ya que el mismo Beda, como bien sabéis, sólo compuso el último libro de su comentario al Cantar de los cantares , formado con esa recopilación.

12. Si lo deseáis, podéis transcribir las Sentencias sobre la Fe que he entresacado principalmente de los escritos de san Agustín; son sólidas sin duda y de gran peso, y mantienen una buena relación con la obra antes citada que denominé Enigma de la fe.

13. Tengo además otra obra sobre La Naturaleza del Alma, escrita bajo la dedicatoria “de Juan a Teófilo”. Deseando tratar en ella sobre el hombre en su totalidad, he puesto un preámbulo Sobre la naturaleza del Cuerpo, por parecerme que así lo pedía el tema. Extractando la materia para éste entre los libros que tratan de curar las enfermedades del cuerpo, y para aquel de los que tratan la cura de las almas.

14. Así pues, leed todas estas obras. Si no sois los primeros en hacerlo, sed al menos los

21 Jr 17, 11

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últimos. Para que no suceda que, cayendo en manos de quienes no haciendo nada útil, se dedican a roer y destruir lo ajeno yo mismo no quede ileso, encontrándome ya como otro Isaac, débil y viejo22. Débil, no tanto en los pasos cuanto en el juicio. Finalmente, si estos libros no fueran de utilidad, prefiero sean consumidos por el fuego de unas manos amigas, a que se cebe en ellos la envidia de los detractores.

15. El Señor nos ha llamado a vivir en paz23. Procuremos hacer el bien no sólo ante él sino también ante los hombres24, para que en cuanto de nosotros dependa, tengamos paz con todos25. Esto es, en efecto, lo que encarecidamente recomienda el Apóstol: que no pongamos tropiezo o escándalo al hermano26

16. Quien lea estos escritos con espíritu fraternal, si no halla en ellos nada que le consuele o edifique, no encontrará al menos nada que le irrite o escandalice, como si se tratara de un presuntuoso. Para no hablar de lo que en ellos pueda haber de edificante, el lector amigo sabrá soportar mi temeridad, si hay alguna. No miréis con malos ojos mi simplicidad, teniendo en cuenta lo que ya he dicho: desconocedor por completo de las obras

22 Gn 27, 1-2.23. 1Co 7, 15.24. Rm 12, 17; 2Co 8, 21.25. Rm 12, 18.26. Rm 14, 15.

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exteriores y quebrantado más por la enfermedad27 que por la edad, sin el estímulo de este trabajo no hubiera podido evitar la violencia de la ociosidad que, como enseña la Escritura, es maestra de muchas maldades28

27. En el momento de escribir la carta Guillermo debía rondar los sesenta años. No era, pues, muy viejo, pero sus energías físicas estaban probablemente agotadas. En varias ocasiones hace alusión a la falta de salud que le impedía observar algunas prácticas monásticas. (Vita Bernardi, I, 12). 28. Si 33, 28.

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PREÁMBULOS

PREÁMBULOS

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FELICITACIÓN Y ESTÍMULOS

Renovación de la vida solitaria

1. Corre, apresúrate alma mía, hacia los hermanos del Monte de Dios, en el gozo del Espíritu Santo29, con un corazón radiante de alegría, con la ternura de la piedad y con toda la generosidad de una voluntad entregada. Ellos han traído la luz de Oriente y aquel religioso fervor del antiguo Egipto a las tinieblas de Occidente y a los gélidos rigores de las Galias. A saber, el modelo de vida solitaria, y la forma de practicar la vida celestial.

2. ¿Cómo no regocijarse y alegrarse en el Señor30, porque la más preciosa porción de la religión cristiana, que parecía poner el cielo a nuestro alcance, estaba muerta y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrada?31.

3. En efecto, lo habíamos oído, pero no lo creíamos32; lo habíamos leído en los libros y nos llenaba de admiración la gloria de aquella antigua vida solitaria, y la abundancia de la

29. 1Ts 1, 6.30. Lc 15, 32; Flp 3,1.31. Lc 15, 24.32. Bajo la imagen del hijo pródigo parece indicar que los cartujos han revivido en Occidente el ideal de la vida solitaria de los monjes de Egipto.32. Sal 17, 45; Rm 10, 16.

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gracia de Dios en ella derramada. Y de pronto la encontramos en los bosques33, en el Monte de Dios, monte ubérrimo, donde abunda la grosura del desierto y los valles se llenan de alegría34

4. Esa vida se ofrece ahora a todos por medio vuestro; desconocida hasta este momento, a todos se hace presente, a todos se manifiesta, mediante un puñado de hombres sencillos, por aquel que con un pequeño grupo de hombres ignorantes subyugó a todo el mundo, con asombro del mismo mundo.

5. Es verdad que el Señor hizo milagros grandes y divinos en la tierra, pero éste los supera y los esclarece a todos; porque como hemos dicho, con unos pocos hombres ingenuos puso bajo sus pies todo el mundo y toda la altivez de su sabiduría. Y eso mismo ha comenzado a realizar ahora en vosotros.

6. Así, Padre, ha sido de tu agrado. Has escondido estas cosas a los sabios y prudentes de este mundo, y se las has revelado a los pequeñuelos35. No temas, pequeño rebaño, dice el Señor, ten plena confianza, porque es del agrado de Dios Padre otorgaros el Reino36

7. Considerad, hermanos quiénes fuisteis llamados37. ¿Dónde está el sabio entre vosotros? ¿Dónde el letrado? ¿Dónde el

33. Sal 131, 6.34. Sal 64, 13.35. Mt 11, 25-26.36. Lc 12, 32.37. 1Co 1, 26.

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escrutador de este mundo?38 Aunque hay algunos sabios entre vosotros, es a través de los sencillos como reúne a los sabios el que en otro tiempo conquistó para sí a los reyes y filósofos de este mundo por medios de unos pescadores.

8. Dejad, pues, que los sabios del mundo, engreídos de espíritu mundano39, que imaginan cosas grandes, pero habrán de lamer el polvo40, dejadlos que sabiamente se hundan en lo profundo del infierno41. Vosotros en cambio, mientras se cava una fosa al pecador42, os mantenéis como unos insensatos por Dios por propia elección, en esa locura de Dios que es más sabia que todos los hombres43, aceptando, con Cristo como guía, el camino de la humildad que sube hasta el cielo.

9. Vuestra simplicidad arrastra ya a muchos a imitaros44; vuestra conformidad y gran pobreza45 confunde la ambición de muchos; vuestro ocultamiento despierta en muchos rechazo a todo lo que es ruido bullanguero. Por consiguiente, si tenéis en Cristo algún poder de consolar, si tenéis un poco de amor, si tenéis comunión con el Espíritu, si tenéis entrañas de misericordia, colmad mi gozo46 y

38. 1Co 1,20.39. 1Co 2,12.40. Sal 71, 9.41. Mt 11, 23.42. Sal 93, 1343. 1Co 1, 25. 44. 2Co 9, 2.45. 2Co 8, 2.46. Flp 2, 1-2.

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no sólo el mío, sino el de todos los que aman el nombre del Señor47. Así, revestidos con el oro de la sabiduría de Dios, entre la múltiple variedad de hábitos que adornan a la reina sentada a la derecha de su Esposo48, sea vuestro anhelo y vuestra solicitud instaurar el ornamento de esta santa novedad para gloria de Dios, para magnífica corona vuestra y para alegría de todos los buenos49.

10. Novedad, digo, por las malas lenguas50, de las cuales os guarde Dios bajo la protección de su mirada51. Hombres impíos que al no poder apagar la luz de la verdad, denigran el mismo nombre de novedad; anticuados e incapaces de concebir lo nuevo en sus mentes envejecidas; odres viejos incapaces de contener vino nuevo, que reventarían si en ellos se echase52.

11. Ahora bien, esta novedad no tiene nada de vanidad; es el núcleo de la religión naciente, la plenitud del amor que brotó de Cristo, el legado de la Iglesia de Dios; prefigurada por los antiguos profetas53, nace y se renueva con Juan Bautista al surgir el sol de la nueva gracia, la vive íntimamente el mismo

47. Sal 118, 132.48. Sal 44, 10.49. En este párrafo elogia Guillermo la novedad de la vida cartujana que enriquece el ornato multicolor de la Esposa de Cristo, la Iglesia, con una nueva familia religiosa. 50. Si 28, 28. 51. Sal 30, 21.52. Mt 9, 17; Mc 2,22; Lc 5, 37.53. Ya Elías, Eliseo y otros vivieron una vida solitaria que luego restauraría Juan Bautista y viviría el mismo Jesús. Cf. Mt. 3, 1-4; Mc 1, 3-6; Lc 3, 2-4.

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Señor54 y la desean sus discípulos estando aún él presente.

12. Habiendo visto la gloria de la transfiguración del Señor los que con él estaban en el monte santo55, Pedro enseguida, fuera de sí y sin saber lo que decía, contemplando la gloria del Señor, quería pedir para sí lo que era un bien de todos. Pero estando al mismo tiempo muy consciente de sí mismo y sabiendo muy bien lo que decía, y gustando cuán dulce es el Señor56, pensaba que lo mejor sería permanecer siempre allí, y anhelaba estar siempre en intimidad con el Señor y los ciudadanos del cielo que veía junto a él. Así exclamó: Señor, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías57. Si se le hubiera concedido lo que pedía no hay duda que enseguida hubiera levantado otras tres: una para él, otra para Santiago y otra para Juan.

13. Después de la Pasión del Señor, caliente aún en el corazón de los fieles el recuerdo de aquella sangre hacía poco derramada, los desiertos se poblaron de hombres que abrazaban la vida solitaria, se ejercitaban en la pobreza de espíritu y mutuamente se estimulaban y edificaban con ejercicios espirituales, en el ocio fecundo58 de la

54 Mt 14, 23; Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5,37. 55 Mt 14, 23; Mc 9, 1; Lc 9, 33.56 Sal 33, 9.57 Mt 17, 4.58. Pingue Otium Es otra expresión sinónima a Sabbatum para indicar la contemplación espiritual.

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contemplación divina. Entre ellos se nos habla de los Pablos, los Macarios, Antonio, Arsenio y tantos otros59, nobles cónsules en esta república santa, nombres egregios y dignatarios en la ciudad de Dios, poseedores de trofeos conseguidos con la victoria sobre este siglo y el príncipe de este mundo, con el dominio de su cuerpo, y la entrega al bien de su alma y al Señor su Dios60

14. Callen ya los que desde lo oscuro de sus tinieblas censuran la luz y os critican de novedad desde su mala voluntad. Sería a ellos a los que se les debería acusar de anticuados e inconstantes.

Sin duda, nunca os faltarán aduladores y detractores, como los tuvo el mismo Señor. Prescindid de los aduladores; o más bien, amad en ellos el bien que ellos reconocen en vosotros; haced caso omiso de los detractores y rogad por ellos. Y olvidando lo que queda atrás61, esquivando las trampas que siempre encontraréis a uno y otro lado62 de vuestro camino, lanzaos hacia las cumbres que os esperan63. Perderíais el tiempo si pretendierais responder a cada propuesta de los aduladores, o argumentar las intrigas de los detractores. Esto, sin duda, no acontecería sin gran detrimento para vuestro santo empeño. En efecto, para el que corre de la tierra al cielo ya

59. De todos estos monjes nos habla la Historia Lausíaca. 60. Cf. Jdt 5, 17.61. Flp 3, 13.62. Sal 139, 6.63. Flp 3, 13.

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es un gran detrimento entretenerse, aunque no se detenga.

I I

LLAMAMIENTO A LA HUMILDAD

15. No perdáis la ilusión, no os demoréis, que os queda mucho camino64. Vuestra profesión es altísima, alcanza los cielos, es común a los ángeles y se asemeja a la pureza angélica. No sólo prometisteis alcanzar la santidad; sino la perfección de la santidad y la meta de toda consumación65. No corresponde a vuestra profesión ser flojos en los mandamientos comunes a todos, ni limitaros a lo que Dios manda, debéis estar atentos a sus deseos, buscando cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto66.

16. Que otros sirvan a Dios, vosotros debéis uniros a él. Que otros crean, conozcan, amen y veneren a Dios; vosotros debéis saborearle, aprehenderle, compenetraros con él, gozarle. Cosa grande, sublime es ésta sin duda; pero poderoso y bueno es el que está con vosotros como bondadoso prometedor, fiel remunerador, y protector infatigable. Él mismo

64. 2R 19, 7.65. Sal 118, 96. 66. Rm 12, 2

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concede la firmeza y el deseo conjuntamente a quienes por su amor emprenden grandes cosas, y con fe y confianza en su gracia asumen tareas que superan sus fuerzas. En efecto, quien se anticipó con la gracia de quererlo, otorgó también la fortaleza para seguir progresando. Cuando por su amor hace el hombre lo que está de su parte, a pesar de las calumnias del calumniador, Él mismo hace misericordiosamente justicia y causa propia la de su pobre siervo, ya que el hombre ha hecho todo lo que podía67.

17. Lejos de vosotros, hermanos, todo orgullo; lejos de vuestra pobreza y humildad y hasta de vuestra boca todo engreimiento. Es mortal presumir de grandes cosas, y fácilmente se embota uno magnificándose, con peligro de su vida. Sea otro el renombre de vuestra profesión, tenga otro calificativo vuestro trabajo.

18. Vosotros llamaos y consideraos más bien fieras indómitas, acorraladas en jaulas, bestias que no pueden ser domadas por el procedimiento común de los hombres. Considerad superior a vosotros la valentía y admirad la gloria de aquellos valientes ambidextros, como Aoth juez de Israel, que usaba ambas manos como si fueran la derecha68. Ellos, en la medida de lo posible, se

67. Mc 14, 8.68. Jc 3, 15. Parece que Guillermo alude aquí a la tensión siempre más o menos latente en la vida consagrada, monástica o apostólica,

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entregan con íntima devoción a la contemplación del amor de la verdad; pero si la necesidad lo reclama o el deber les obliga, inmediata-mente salen fuera para realizar la verdad del amor.

19. Guárdate también, siervo de Dios, de condenar a los que no quieres imitar. Ya quisiera que obrases en tu flaqueza como obraba pletórico de salud el que decía: Cristo Jesús vino a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero69. No decía esto Pablo arrastrado por la mentira, sino con plena convicción. El que con diligencia se examina a sí mismo para conocerse debidamente, piensa que ningún pecado es tan grave como el suyo, puesto que no lo conoce como conoce el suyo propio.

20. No quiero que pienses que la luz del sol, que brilla para todos, luce sólo en tu celda. Que sólo junto a ti hace buen tiempo. Que sólo en tu conciencia actúa la gracia de Dios. ¿Es que Dios existe sólo para los que viven en la soledad? En manera alguna. Dios es para todos. Dios se compadece de todos, y no odia nada de lo que ha creado70. Prefiero creas que en todas partes hay paz menos en ti, y te consideres el peor de todos.

entre contemplación y apostolado; vida solitaria o atención al prójimo. 69. 1Tm 1,15.70. Sb 11, 24-25.

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21. Trabajad por vuestra salvación con temor y temblor71. En lo que de vosotros depende, no os metáis en lo que son los demás, sino en lo que pueden llegar a ser por vuestro ejemplo. Y no sólo en los que viven actualmente, sino en los que os sucederán después, que os mirarán como modelos de esta santa vocación. En efecto, de vosotros, de vuestro ejemplo, de vuestra autoridad dependerá el futuro de esta santa orden en esta región.

22. Vuestros sucesores os llamarán padres y maestros, imitándoos con gran veneración. Lo que vosotros establezcáis, la observancia y las costumbres que, vividas por vosotros, les transmitáis, las guardarán y custodiarán vuestros sucesores sin la más mínima mutación. A nadie le será permitido hacer cambios. De este modo tendrán para con vosotros la misma consideración que tenemos nosotros con las leyes de la suma e inmutable Verdad. Todos debemos ahondar en ellas y conocerlas, pero a nadie es lícito enjuiciarlas.

23. Demos gracias a Dios, porque lo que vosotros vivís con tanto amor y valentía redundará en honor vuestro y en provecho de vuestros sucesores. Ellos imitarán con animosidad lo que ahora vivís vosotros. Y si conviniera establecer algo distinto, sea Dios quien os lo comunique. Así, aún manteniendo por encima de todo lo que corresponde a la

71. Flp 2, 12.

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santidad de la Cartuja, y encomiándolo con toda veneración, se requieren más cosas en aquellos lugares de los Alpes, azotados por fríos continuos y espantosos, que en estas regiones, que no parecen tan necesarias a los que viven con frugal suficiencia y voluntaria pobreza.

Fervor de Monte de Dios

24. Ya me entendéis. El Señor os dará luz para ello72. Ausente con el cuerpo pero presente en espíritu, me congratulo con vosotros73 viendo la armonía que mantenéis74, el fervor de vuestro espíritu y vuestra paz desbordante, el encanto de vuestra sencillez y la firmeza de vuestra decisión; en vuestro amor mutuo la dulzura misma del Espíritu Santo, la mesura de la piedad75 en vuestras relaciones mutuas; me transporto de gozo al recordar Monte de Dios, y adoro con devoción las primicias del Espíritu Santo76 y el don de la gracia, con la esperanza de que en todo esto crezca vuestra forma de vida religiosa.

25. El mismo nombre de Monte de Dios es ya promesa de buena esperanza. En efecto,

72. 2Tm 2, 7.73. Rm 16, 19.74. Col 2, 5.75. 2P 3, 11.76. Rm 8, 23.

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como dice el salmo refiriéndose al monte de Dios, en él morarán los que buscan al Señor, los que buscan el rostro del Dios de Jacob, los de manos inocentes y puro corazón, y no han recibido en vano su alma77. Esta es precisamente vuestra profesión: buscar al Dios de Jacob, no como lo busca todo el mundo, sino buscar el mismo rostro de Dios que contempló Jacob, y dijo: He visto a Dios cara a cara y he salvado mi vida78.

26. Conocer a Dios es buscar su rostro, buscar ese cara a cara que contempló Jacob, de la cual dice el Apóstol: Entonces conoceré como soy conocido. Ahora vemos en espejo y oscuramente, entonces le veremos cara a cara, como es 79. Debemos buscar ese rostro en la presente vida sin descanso80, mediante la limpieza de las manos y la pureza de corazón. Tal es la piedad que Job llama culto a Dios81. El que carece de ella, en vano posee su alma, tiene una vida sin sentido. Más aún, carece totalmente de vida, puesto que lleva una vida para la cual no se le otorgó el alma.

77. Sal 23, 3.4.6.78. Gn 32, 30.79. 1Co 13, 12.80. Sal 104, 4.81. Jb 28, 28.

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PRIMERA PARTE: EL HOMBRE ANIMAL

P R I M E R A P A R T E

EL HOMBRE ANIMAL

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PRIMERA PARTE: EL HOMBRE ANIMAL

CAPÍTULO I

LA CELDA Y SUS MORADORES

1. LA CELDA82

La soledad auténtica

27. Esta piedad consiste en el recuerdo constante de Dios, en la solicitud continua de la mente por conocerle, en una adhesión incansable a su amor, de tal manera que no pase un solo día, y ni una hora en que el siervo de Dios no esté entregado a la actividad espiritual, al empeño de progresar, a la dulzura de la vivencia y al gozo de la fruición. Sobre esta piedad amonestaba el Apóstol a su discípulo más querido: Ejercítate en la piedad ya que las prácticas corporales sirven de muy poco, mientras que la piedad es útil para toda obra buena y tiene la promesa para la vida presente y la futura83

28. Vuestro hábito pide y vuestra profesión reclama no una piedad de apariencia sino

82. Dirigida la carta a los cartujos, Guillermo habla muy naturalmente de la celda. En realidad trata de exponer en una síntesis preciosa la doctrina tradicional sobre el monasterio y ese conjunto de prácticas ascéticas de la familia monástica.83. 1Tm 4, 7-8.

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sincera. En efecto, como dice de nuevo el Apóstol: Hay hombres que, sí, tienen una apariencia de piedad, pero en realidad están lejos de ella84

29. Si alguno de vosotros no tiene esta piedad en su corazón, no la demuestra en su vida y no la practica en su celda, diremos que está solo, pero no es un solitario. La celda no será para él celda, sino reclusión y cárcel. Verdaderamente está solo aquel con quien no está Dios. Y está encarcelado el que no goza de la libertad de Dios. Soledad y prisión significan miseria. La celda nunca deberá ser reclusión forzada, sino mansión de paz; la puerta cerrada no significará escondrijo sino un lugar de intimidad.

30. Aquel con quien está Dios nunca está menos solo que cuando está solo85. Entonces se dilata a sus anchas en el gozo. Entonces es más él mismo para poder gozar de Dios en sí mismo y de sí mismo en Dios. Entonces, a la luz de la verdad, aparece la conciencia transparente en la hondura de un corazón puro, el recuerdo de Dios puede derramarse sin impedimento alguno por todo su ser, su mente es iluminada, el afecto goza de su propio bien; o se inclina humildemente ante la conciencia de la propia debilidad humana.

84. 2Tm 3, 5.85. Cicerón había dicho: “nunquam minus solus quam cum solus esset” (De Officiis, III, 1). Guillermo completa la frase introduciendo un elemento nuevo: “Dios”.

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Celda y cielo86

31. Debido a esto y según vuestra forma de vida, moráis más en el cielo que en las celdas; arrojando de vosotros todo lo mundano, os habéis encerrado totalmente con Dios. En efecto, morar en la “celda” y en el “cielo” tienen el mismo parentesco; y si cielo y celda guardan entre sí cierta relación en el nombre, lo mismo en el amor. Ahora bien, cielo y celda parece que reciben el nombre de celar [guardar escondido] y lo que se guarda en el cielo se guarda también en las celdas; lo que se hace en el cielo se hace también en las celdas. ¿Qué se hace? Dedicarse a Dios, gozar de Dios. Cuando esto se hace en las celdas con fidelidad y devoción, cumpliendo lo establecido, me atreveré a decirlo: los mismos ángeles de Dios convierten las celdas en cielo, y se regocijan tanto en ellas como en el cielo.

32. Porque cuando en la celda se viven ininterrumpidamente las realidades celestiales, el cielo se aproxima a la celda por la semejanza del misterio, por el afecto del amor, por la similitud de lo que se hace. Desde ese momento ya no será largo ni difícil el camino

86. Todo este párrafo tiene como base un juego de palabras: cella, coelum; y recoge una de las más bellas tradiciones monásticas. El primero, el más importante de los temas al que han aplicado los monjes del medievo el arte literario, es lo que podríamos llamar devoción al cielo. J. LECLERCQ, Cultura y vida cristiana, Ed. Sígueme, Salamanca, 1965, p. 71 & 2º). Sobre la correspondencia de funciones angélicas y monacales a las que se refiere Guillermo, cfr. G. COLOMBÁS, Paraíso y vida angélica, Montserrat, 1958, pp. 28 y ss.

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de la celda al cielo para el que ora o incluso sale de esta vida, porque hay un movimiento frecuente de la celda al cielo, y casi nunca se desciende de la celda al infierno, a no ser, como dice el salmo: Desciendan en vida, para que no desciendan al morir87.

33. De este modo quienes viven en las celdas bajan con frecuencia al infierno. Así como por medio de una contemplación asidua se complacen en repasar los gozos celestiales para desearlos con más ardor, también hacen lo mismo con las penas del infierno, para espantarse y huir de ellas. Y eso es lo que suplican para sus enemigos al decir que desciendan vivos al abismo. Al morir casi ninguno baja de la celda al infierno, porque es casi imposible que persevere en ella hasta la muerte el que no está predestinado para el cielo.

Celda y templo

34. La celda alimenta, abraza y calienta al hijo de la gracia, fruto de su seno; lo conduce a la plenitud de la perfección y lo hace digno del diálogo íntimo con Dios. Al extraño empero y al espúreo lo arroja y aleja inmediatamente de sí. Como dijo el Señor a Moisés: quítate las sandalias de tus pies porque el lugar en que estás es tierra sagrada88 . Un lugar santo, una tierra santa no puede soportar por largo tiempo un cadáver, víctima de afectos

87. Sal 54, 16.88. Ex 3, 5.

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mortíferos, o a un hombre que tiene muerto el corazón89.

35. La celda es tierra y lugar santo donde el Señor y su siervo tienen frecuentes coloquios íntimos, como un amigo con otro amigo90. En ella el alma fiel se une frecuentemente al Verbo de Dios, la esposa establece alianza con el esposo, lo terreno se une a lo celestial, lo humano a lo divino91. Ahora bien, como el templo es la morada de Dios, del mismo modo lo es la celda para el siervo de Dios.

36. En el templo y en la celda se tratan cosas divinas, pero más frecuentemente en la celda. En el templo se distribuyen algunas veces de modo visible y en figura los sacramentos de la vida divina; sin embargo, en la celda al igual que en el cielo, se nos ofrece continuamente la realidad misma de todos los sacramentos de nuestra fe, en toda su verdad y en toda su disposición, aunque todavía no con todo el esplendor de su pureza, ni con la seguridad de la eternidad92.

89. Sal 30, 13.90. Ex 33, 11. 91. Cfr. Exultet, o Pregón de la Vigilia Pascual.92. En un lenguaje atrevido se expone el valor unitivo de la vida monástica. Solo puede compararse al de los sacramentos de la Iglesia. Las realidades sobrenaturales se comunican visiblemente en la Iglesia por los sacramentos, signos sensibles de realidades sobrenaturales. Los sacramentos, sin embargo, no se pueden recibir en cada momento. En cambio, en la celda Dios se comunica al alma a cada instante revelándole sus misterios.

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37. Por eso, como se ha dicho, al extraño, que no es hijo, la celda lo arroja inmediatamente de sí como a un abortivo, lo vomita fuera como alimento inútil y nocivo. Siendo taller de piedad, la celda no puede soportar por mucho tiempo en su intimidad a un individuo así. Vendrá el pie de la soberbia y se lo llevará; la mano del pecador y lo echará fuera. Arrojado, no podrá subsistir93, sino que huirá miserable, desnudo y avergonzado de la presencia del Señor como Caín94. Expuesto a todos los vicios y demonios, el primero que lo encuentre matará su alma95. Si acaso permanece algún tiempo en la celda, no por la firmeza de su virtud sino por su miserable obstinación, ella se le convertirá en cárcel, o sepultura de un vivo.

Celda y progreso

38. El castigo del hombre impío hace más sensato al sabio96, y el justo lavará sus manos en la sangre del pecador97. Como dice el profeta: Si te conviertes, Israel, conviértete de verdad98; esto es, intenta alcanzar la cumbre de una conversión sincera. A nadie le es permitido permanecer largo tiempo en el

93. Cf. Sal 35, 12-13.94. Gn 4, 16.95. Cf. Gn 4, 14.96. Pr 19. 25.97. Sal 57, 11.98.Jr 4, 1.

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mismo estado99. El siervo de Dios o progresa o retrocede; intenta elevarse a lo alto o es arrastrado al abismo.

39. A todos vosotros, en efecto, se os exige la perfección, aunque no a todos de la misma manera. Ahora bien, si comienzas, comienza de verdad; si estás ya progresando, realiza este progreso lo mejor que puedas; si has alcanzado ya alguna perfección, mídete bien a ti mismo y di con el Apóstol: No es que ya la haya alcanzado y me crea perfecto; sigo corriendo por si consigo alcanzarla como he sido alcanzado. Una cosa es cierta: olvidado de lo que queda atrás me lanzo a lo que está delante; corro hacia la meta para alcanzar el premio de la vocación divina en Cristo Jesús100.

40. Luego añade: Pensemos así los que hemos alcanzado la perfección101. Claramente nos enseña aquí el Apóstol que la perfección del hombre justo en esta vida consiste en olvidar completamente el pasado, y lanzarse con todas sus fuerzas a lo que se tiene delante: ésa es la perfección del hombre justo en esta vida. Y la plenitud de esa perfección se logrará cuando se alcance el premio con la posesión plena de la vocación celestial.

2 . LOS MORADORES DE LAS CELDAS

99. Jb 14, 2.100. Flp 3, 12-14.101. Flp. 3, 15.

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Tres estados de la vida espiritual

41. Como una estrella se distingue de otra por el resplandor102, así se diferencia una celda de otra conforme a la vida que llevan en ella los principiantes, los que van progresando y los perfectos. El estado de los principiantes puede llamarse animal; el de los que van progresando, racional y el de los perfectos espiritual. Se tendrá cierta indulgencia en algunas cosas con los que se encuentran aún en el estado animal; esto no se podrá admitir en los que se consideran ya como racionales. Y lo que se condesciende con los racionales no se podrá consentir en los espirituales, que deben ser perfectos en todo y más dignos de alabanza e imitación que de reproche103.

42. Ahora bien, todo el estado religioso está constituido por estos tres géneros de hombres que se distinguen por sus propios nombres y por las distintas aspiraciones. Como hijos de la luz e hijos del día104, deben examinar con diligencia, a la luz del presente, lo que aún les falta, de dónde provienen, hasta dónde han llegado, y en qué estado de progreso se ven ante su conciencia cada día y en cada momento.

43. Viven como animales los que no actúan por sí mismos, ni por la razón ni por amor.

102. 1Co 15, 41.103. Guillermo sigue en esta doctrina a Orígenes. Cf. ORÍGENES, In Mat XI, 15; PG 13, 953.104. 1Ts 5, 5.

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Arrastrados por mandato ajeno, por lo que otros enseñan o atraídos por el ejemplo, admiten todo lo bueno que encuentran, y como ciegos llevados de la mano siguen e imitan lo que otros hacen. Son racionales los que guiados por el juicio de la razón, proceden con discreción y sentido común; conocen y desean hacer el bien, pero carecen aún de amor. Los perfectos son los que actúan movidos por el espíritu y reciben del Espíritu Santo una iluminación superior. Se les llama sabios porque saborean el bien hacia el que se sienten llevados, y a los revestidos del Espíritu Santo, como en otro tiempo lo fue Gedeón105, se les llama espirituales como si su vestido fuera el Espíritu Santo.

Perfección propia de cada estado

44. El primer estado vive más centrado en el cuerpo, el segundo se ejercita en el espíritu, el tercero sólo en Dios tiene su reposo. Como cada uno tiene una motivación para progresar, también cada uno tiene una medida de perfección.

45. En el estado animal el bien comienza con la obediencia perfecta, el progreso se consigue dominando el cuerpo y sometiéndolo a esclavitud, y la perfección, cuando la práctica del bien hace la costumbre gozosa. El comienzo del estado racional consiste en profundizar las verdades de la fe; el progreso,

105. Jc 6, 34.

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en aceptarlas como se nos proponen; y la perfección, cuando el juicio de la razón se transforma en movimiento amoroso del alma. La perfección de la razón es ya el comienzo del hombre espiritual; su progreso, contemplar la gloria de Dios a cara descubierta; y la perfección, ir transformándose en la misma imagen de claridad en claridad, según actúa el Espíritu del Señor106.

CAPÍTULO II

EL HOMBRE ANIMAL O PRINCIPIANTE

1. COMIENZO DEL HOMBRE ANIMAL:

LA OBEDIENCIA PERFECTA

a) La obediencia, antídoto contra el orgullo

La animalidad

46. Comenzamos con el estado primero: la animalidad, que es una forma de vivir dependiente de los sentidos corporales. El alma sale en cierto modo de sí misma a través

106. 2Co 3, 18.

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de los sentidos corporales, es atraída por el deleite que le produce todo lo que ama, se goza en su fruición y alimenta su sensualidad. O entrando dentro de sí y no pudiendo llevar a su interior incorpóreo los cuerpos a los que está unida por los afectos del amor y la costumbre, introduce en su intimidad esas imágenes y allí se entretiene amistosamente con ellas.

47. Habituada a ellas se comporta como si sólo existiese lo que dejó en el exterior, o lo que ha acumulado en su interior, gozando de vivir lo más posible según los placeres del cuerpo. Al apartarse de ellos sólo acierta a vivir construyendo imágenes corpóreas, y cuando quiere elevarse a las cosas espirituales o divinas, sólo puede percibirlas a la manera de los cuerpos o cosas corporales.

La insensatez

48. La animalidad volviendo las espaldas a Dios se convierte en locura. Y tanto se repliega en sí misma que se embrutece y pierde hasta la capacidad o el deseo de dejarse dirigir. Arrastrada fuera de sí por la soberbia, estima que eso es prudencia de la carne y se tiene por sabia, cuando en realidad es una insensata, como dice el Apóstol: Alardeando de sabios se volvieron insensatos107.

107. Rm 1, 22.

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La simplicidad

49. Ahora bien, cuando la animalidad se vuelve hacia Dios, se convierte en santa simplicidad, es decir, una voluntad que actúa siempre de la misma manera, como era Job, hombre recto y justo, temeroso de Dios108. La simplicidad consiste propiamente en una voluntad totalmente dirigida hacia Dios, pide una sola cosa al Señor y la busca con anhelo109, y evita complicarse con las cosas del mundo. Consiste también en llevar una vida humilde, es decir, desea la virtud más que la fama, porque al hombre sencillo no le importa que le consideren necio según el mundo con tal de ser sabio ante Dios110. Simplicidad es también dirigir la voluntad sólo hacia Dios; pues aún no ha sido formada por la razón para que se convierta en amor, o en una voluntad debidamente formada; ni está aún iluminada, para convertirse en caridad, que sería el gozo del amor.

El temor de Dios

50. La simplicidad es como si tuviera en sí misma las primicias de las criaturas de Dios111, es decir, una voluntad simple y buena, la

108. Jb 1, 1.109. Sal 26, 4.110. 1Co 3, 18.111. St 1, 18.

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materia informe del futuro hombre virtuoso en el comienzo de su conversión, que entrega a su Autor para que él la dé forma. Porque al poseer con la buena voluntad el comienzo de la sabiduría, o el temor del Señor112, llega a la convicción de que no puede formarse por sí misma y que lo mejor para un necio es servir al sabio113.

51. Sometiéndose, pues, a otro hombre por amor a Dios, le confía su buena voluntad para que la forme según Dios. De este modo comienza ya el temor de Dios a obrar en ese corazón y espíritu humilde la plenitud de todas las virtudes; respeta al superior según la justicia, no se fía de sí mismo por prudencia, evita todo juicio por templanza, se somete con la fortaleza a toda obediencia, y no trata de justificarse sino de obedecer.

52. Esta es la esposa a la que el Señor manda; Volverás a tu marido114. Su marido es la razón o el espíritu, bien el suyo o el de otro. De este modo el hombre sencillo y recto obedece debidamente a este marido en su propio interior. Pero muchas veces lo hace con más rectitud y seguridad apoyándose en otro y no en sí mismo.

La obediencia perfecta

112. Sal 110, 10.113. Pr 11, 29.114. Gn 3, 16.

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PRIMERA PARTE: EL HOMBRE ANIMAL

53. Así pues, por mandato del Señor y por el mismo orden natural la esposa debe someterse al marido, la parte animal al espíritu, al espíritu propio o al de algún varón espiritual, con una entrega auténtica, es decir, con obediencia perfecta. Y esa obediencia perfecta no hace juicios, sobre todo en el principiante, y no discierne el objeto o la causa del mandato, sino que pone todo su empeño en cumplir fiel y humildemente lo que manda el superior.

54. En efecto, el árbol de la ciencia del bien y del mal del paraíso es, en la vida, la facultad de discernimiento que reside en el padre espiritual, que lo juzga todo y a él nadie lo juzga115. Es competencia suya discernir, los demás deben obedecer. Comió Adán para su desgracia del fruto del árbol prohibido, aleccionado por la sugestión de quien dijo: ¿Por qué os ha mandado Dios que no comáis de ese árbol?116. He aquí el acto de discernir: ¿Por qué este mandato? Y añadió [la serpiente]: Es que sabe [Dios] que el día que comáis se os abrirán los ojos y seréis como dioses117. Aquí tenemos el objeto del precepto: no quiere que seáis como dioses. El hombre juzgó, comió, desobedeció y fue arrojado del paraíso118. Del mismo modo, es imposible que pueda vivir en la celda y perseverar en la religión el hombre animal que se las da de

115. 1Co 2, 15.116. Gn 3, 1.117. Gn 3, 5.118. Gn 3, 6. 24.

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discreto, el novicio que presume de prudente y el principiante que alardea de sabio. Hágase necio para llegar a ser sabio119. Que su discernimiento consista en esta materia en carecer de él. Y toda su sabiduría, en carecer de ella.

b) La obediencia, antídoto contra la concupis-cencia.

La inteligencia y sus frutos

55. Donde se juntan animalidad y razón, en la naturaleza del alma humana, puso el Creador en su bondad, el entendimiento y el ingenio, y en éste la facultad de obrar el bien; de esta manera Dios colocó al hombre por encima de todas las obras de sus manos, y puso bajo sus pies todas las cosas de este mundo120; y con ello testimonió al hombre animal , arrastrado por la soberbia, la pérdida de su dignidad natural y de la semejanza con Dios, y ayudó al sencillo y humilde a recuperarla y conservarla.

56. Lo cognoscible de Dios se ha revelado en ellas121 , lo creado da testimonio del Creador122 y se revela la justicia divina123, pues

119. 1Co 3, 18.120. Sal 8, 7-8.121 .Rm 1,19.122. Rm Ibd y Sb 13, 5-9.123. Rm 1, 17.

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los que obran el bien merecen la vida, y los que obran mal se hacen reos de muerte124.

57. Por eso la creación, que espontáneamente sirve al hombre según el orden de la naturaleza, se ve como obligada y forzada a someterse a la necesidad que viene del pecado, a la voluntad y al placer.

58. Aquí tiene su fundamento, bien conocido por todos, el que tantas cosas necesarias para la vida, tantas cosas útiles a buenos y malos, tantas cosas hermosísimas por su naturaleza, sean realizadas o realizables por hombres buenos o malos.

59. De aquí procede, gracias a los innumerables inventos del hombre, y a tanta diversidad en las letras, oficios y construcciones, la inmensa variedad de estudios, profesiones y especialidades científicas: la oratoria, las dignidades, los más variados oficios e innumerables investigaciones sobre las cosas de este mundo, que utilizan para sus usos y necesidades tanto los sabios de este mundo125, como los humildes siervos de Dios126. Aquéllos abusan de ellas para satisfacer su curiosidad, voluptuosidad y soberbia; éstos las utilizan para cubrir sus

124. Rm 1, 32.125. Rm 1, 22.126. Flp 2, 15.

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necesidades127. Pero su consuelo se halla en otra parte.

60. Por eso, los primeros, esclavos de sus sentidos y de sus cuerpos, producen los frutos de la carne que son: fornicación, impureza, lujuria, enemistades, pleitos, enojos, ira, riñas, disensiones, envidia, embriagueces, comilonas y otras cosas parecidas. Los que hacen tales cosas no conseguirán el Reino de Dios128. Los segundos en cambio producen los frutos del espíritu que son: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, grandeza de ánimo, bondad, mansedumbre, fe, modestia, castidad, continencia y piedad129, que tiene la promesa de la vida presente y la futura130.

61. En la práctica, a los hombres les parecen iguales las obras de unos y otros, pero Dios penetra las intenciones y sentimientos del corazón131. Cuando uno entra en su interior, alimenta la conciencia con lo que generan sus intenciones. Mas no todos vuelven del mismo modo hacia su interior, ya que a nadie le agrada entrar dentro de sí después de haber

127. Guillermo usa el término necessitas, que en san Bernardo y sus discípulos connota un matiz especial. Se trata de una necesidad natural que, al ser agravada por el pecado, complica la vida del hombre. Cf. E GILSON, La théologie Mystique de Saint Bernard, París, 1934, pp. 54-55. 128. Ga 5, 19-21.129. Ga 5, 22-23.130. 1Tm 4, 8.131. Hb 4, 12.

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realizado algo que no estaba dirigido por una intención recta.

62. Quien volviendo a su interior advierte que no ha dominado todavía la concupiscencia, encontrará allí, provocadas por la misma, seducciones atractivas y graves remordimientos que le agitarán con múltiples imaginaciones. Y los que ya dominaron la concupiscencia, mientras su espíritu no sienta un deseo más ardiente o un placer más fuerte del bien, sufrirán una fastidiosa incitación de imaginaciones sobre acciones y cosas vistas u oídas en otro tiempo.

63. Unos y otros tienen sus lomos saturados de imaginaciones placenteras132, de tal manera que cuando quieren elevarse a las cosas espirituales o divinas, les falta hasta la luz de sus ojos133. Por eso, el que lucha contra sus apetitos experimenta resistencias que aún no le es posible superar para obrar lo mejor. Quien aspira a la libertad, siente la imposibilidad de arrojar de sí pegajosas imaginaciones, o pensamientos peligrosos, absorbentes o inútiles que surgen por doquier.

64. De aquí se sigue que durante la salmodia, la oración y demás ejercicios de piedad se levantan en el corazón del siervo de Dios, aunque él las rechace y no las quiera, multitud de imágenes; van y vienen

132. Sal 37, 8.133. Sal 37, 11.

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pensamientos fantásticos, que revoloteando a modo de pajarracos sucios e insidiosos, arrebatan de las manos del oferente el sacrifico de la piedad, o lo contaminan frecuentemente, hasta arrancarle lágrimas.

65. Sobreviene así una división miserable e inicua a la desdichada alma: el espíritu y la razón por una parte, salen en defensa de la voluntad y de la rectitud de corazón, e incluso el mismo cuerpo coopera con su sumisión; por otra, la malicia animal intenta dominar el corazón y la inteligencia, bloqueando con frecuencia los frutos del espíritu.

66. De aquí que en las almas débiles, que aún no han mortificado perfectamente la concupiscencia de la carne y del mundo, pululan alborotadamente los vicios de la curiosidad. De ahí que se busquen consuelos contrarios a la soledad y al silencio, de manera desordenada y consciente; consuelos que en el camino real de las observancias comunes consisten en furtivas expansiones de la propia voluntad, en la atracción por las novedades, en la desgana por los ejercicios acostumbrados. Tales diversiones, aunque por el momento parecen calmar como un sedante el prurito y el tedio del alma enferma, en realidad no hacen sino aumentar el ardor y encender más el fuego, de modo que, pasado algún tiempo, la fiebre se torna más perniciosa y el ardor más vivo.

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67. Entonces se inventan cada día nuevas ocupaciones, nuevas prácticas, trabajos rebuscados, diversidad de lecturas, no para edificación del espíritu sino para burlar el tedio en el lento sucederse de los días. Y cuando el solitario ha condenado todo lo antiguo, ha rechazado todo lo habitual, y comienzan a faltar las novedades, sólo le queda el horror a la celda y preparar la huida.

El remedio de la obediencia

68. Por eso, la piadosa simplicidad, es decir, el que comienza la vida religiosa y solitaria y carece aún de una razón formada que le oriente, de un afecto maduro que le incline y de suficiente discernimiento para vencerse a sí mismo, es preciso que se someta a ciertos mandatos para dejarse moldear por manos ajenas como el barro por el alfarero. Se ejercitará en toda paciencia bajo el giro de la rueda de la obediencia y el fuego de las pruebas, sometiéndose al juicio y voluntad de su formador y forjador134.

69. Aunque tenga mucho ingenio, sea un artista, y sobresalga por su inteligencia, esas

134. Guillermo insiste en la necesidad de la obediencia sencilla y llana para el hombre animal. “Al principio, dice, el amor todavía ciego, no sabe ni de dónde viene, ni a dónde va” (De Natura et Dignitate Amoris, IV. PL 184, 385 C). Más adelante será la caridad la rectora de la vida del monje, y entonces ella misma le indicará el camino a seguir sin peligro de desviación. Ibidem, 388 C -D.

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cualidades pueden ser instrumentos tanto para los vicios como para las virtudes. En consecuencia, admita que se le enseñe a utilizar para el bien lo que sirve también para el mal; así actúa la virtud. Que el ingenio modere el cuerpo, la habilidad ordene la naturaleza, el conocimiento lleve al alma hacia la humildad, no al engreimiento. Ingenio, habilidad, entendimiento y demás cualidades se nos conceden gratuitamente, no así la virtud. Adquirirla requiere humildad; buscarla, esfuerzo; poseerla, amor. Todo esto se merece la virtud, y no es posible adquirirla, buscarla o poseerla de otra manera.

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2. PROGRESO DEL HOMBRE ANIMAL:

EL CUERPO REDUCIDO A SERVIDUMBRE

a) Por la mortificación

La mortificación del espíritu

70. Lo primero que debe aprender el morador inexperto del desierto es, como enseña el apóstol Pablo: Ofrecer su cuerpo como víctima viva, santa y agradable a Dios; éste es su culto espiritual135. Además, para moderar el primer fervor del hombre animal, que no percibe aún las cosas de Dios136 y se precipita en una búsqueda curiosa de las cosas espirituales y divinas, añade: Por la gracia que me fue dada os digo a todos y a cada uno de vosotros: no os estiméis por encima de lo que conviene, manteneos más bien en una sobria estima137

La mortificación del cuerpo

71. La formación del hombre animal se centra preferentemente en el cuerpo y la compostura del hombre exterior138. Deberá, por

135. Rm 12, 1.136. 1Co 2, 14.137. Rm 12, 3. 138. Si la sumisión total a los superiores es la mejor prueba de la pureza del amor y de la perseverancia del novicio, el progreso de este

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tanto, aprender a mortificar equilibradamente sus miembros que están en la tierra 139, y decidir con juicio equitativo y discreto los conflictos entre carne y espíritu que constantemente pugnan entre sí140, evitando toda acepción de personas141.

72. Trate a su cuerpo como si fuera un enfermo que se le ha confiado; se le negarán muchas cosas que, aunque las desee, podrían hacerle daño y se le deberá obligar a tomar otras que, aunque le repugnen, han de serle provechosas. Cuidará del cuerpo, no como si fuera suyo sino de aquel que nos rescató a costa de tan enorme precio, para que lo glorifiquemos en nuestro cuerpo142.

La firmeza y discreción

73. Además aprenderá a evitar el reproche que hace el Señor a su pueblo por el Profeta: Me habéis arrojado detrás de vuestro cuerpo143. Pondrá sumo cuidado para que su espíritu no sufra detrimento, y bajo pretexto

amor exige del principiante un comportamiento externo adaptado a la disciplina claustral: “Cultive, pues, la pureza de corazón y la compostura del cuerpo; sepa guardar silencio y hablar correctamente; mantenga sus ojos siempre modestos, nunca altivos; no admitan sus oídos la maledicencia; sea sobrio en la comida y el sueño; lleve sus manos con dignidad y ande con gravedad; no demuestre ligereza riendo a carcajadas, sino más bien su bondad sonriendo graciosamente” (De Natura et Dignitate Amoris III, PL 184, 385 A). 139. Col 3, 2.140. Ga 5, 17.141. Rm 2, 11.142. 1Co 6, 20.143. Ez 23, 35.

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de atender a las necesidades o comodidades de la vida, no abandone el buen camino de su vocación, o se rebaje de la dignidad de su naturaleza por honrar y amar a su cuerpo.

74. Por lo mismo habrá que tratar al cuerpo con gran rigor para que no se rebele ni se engría sino que esté siempre dispuesto a servir, ya que se nos dio para servir al espíritu. Tampoco se le ha de considerar como si viviéramos para él, sino como algo sin lo que no podemos vivir. Porque el pacto que tenemos con el cuerpo no lo podemos romper cuando nos parece, sino que hemos de esperar con paciencia su natural disolución, respetando entre tanto todo lo que corresponde a esta mutua alianza. Nos comportaremos con él como si no debiéramos vivir mucho tiempo unidos; y si sucede de otra manera, no le obligaremos por ello a abandonarnos144.

El bien de la obediencia

75. Esto supone un gran empeño y solicitud, ya que se correría el riesgo de frecuentes

144. Creo oportuno completar esta idea de Guillermo con otros textos suyos que reflejan bien la flexibilidad de la ascesis monástica, como la entendió siempre la tradición benedictina. “El amigo de Dios se ama a sí mismo recta y ordenadamente; cuida de su cuerpo no por condescender con sus deseos, sino por razón de su espíritu; ama su espíritu en el Espíritu Santo por Dios. No vivimos, en efecto, para el cuerpo, pero sin él no podemos vivir. Si, según el dicho del Apóstol: “Nadie odió jamás su propia carne” (Ef 5, 29), no basta no odiar el cuerpo, es preciso cuidarlo, pero sin convertirse en esclavos suyos, para poder dar al espíritu el culto y el amor que le pertenecen, hasta someter totalmente la carne. Para que el cuerpo viva se necesita cierto cuidado del mismo por parte del espíritu; para que el espíritu se desarrolle, se precisa la sujeción total del cuerpo. Dios tiene derecho sobre uno y sobre otro para que todo el hombre le sirva”. Expositio altera in Ct. II; PL 180, 518 C - D.

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equivocaciones si la ley de la obediencia y el reglamento de la celda no ofrecieran al novicio una forma completa de disciplina común sobre alimentación, vestido, trabajo, descanso, silencio, soledad y todo lo que se refiere a la conducta y necesidades del hombre exterior; y así el hermano obediente, paciente y tranquilo pueda vivir a la vez cauto y seguro.

76. Todo esté ordenado desde el principio con suma prudencia. Lo superfluo esté restringido y lo necesario se adapte a los términos de una justa suficiencia y a los límites de una noble continencia, para que los fuertes deseen hacer más y los débiles no se desanimen145. Que las concesiones hechas a quienes lo necesitan no entristezcan a los que con buena voluntad disfrutan de ellas dando gracias, ni las restricciones impuestas se conviertan en manera alguna en tentación para el siervo de Dios, acostumbrado a usar con sobriedad y buen espíritu las cosas que se le permiten.

77. En todo esto, como dice Salomón: quien anda con sencillez, camina seguro, pero el que va por caminos torcidos será descubierto146. Aunque las cosas necesarias están ordenadas de modo que nadie pueda quejarse y se erradique totalmente lo superfluo, si por el bien común o conveniencia de algunos se debiera añadir o reducir algo, quede esto a

145. RB 64, 19.146. Pr 10, 9.

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juicio del prior sin que cree escrúpulos o peligros al súbdito obediente.

Las tentaciones

78. Por tanto, el solitario novel, siguiendo la norma común debe aprender a dominar las concupiscencias de la carne mediante la penitencia continua del pasado, y despreciar todo lo demás para llegar al desprecio de sí mismo

79. El eremita deberá renovar constantemente su firmeza frente a las tentaciones que con más virulencia se ensañan en el novicio; porque al servidor fiel que espontáneamente sirve a Dios no cesan de incitarle los vicios con la recompensa del placer que le ofrecen, incentivados por el diablo. También Dios nuestro Señor nos tienta para ver si le amamos o no147; no como si quisiera conocer lo que desconociera, sino para que en la misma tentación experimentemos con más intensidad ese amor divino.

80. Pero es fácil vencer esas tentaciones, porque la razón las descubre fácilmente como sospechosas o advierte su pérfido rostro. Las que por el contrario se presentan bajo capa de bien son más difíciles de descubrir y más peligrosas si se las consiente. ¡Qué difícil es mantenerse en el justo medio en aquello que se presenta como bueno, cuando no siempre

147. Dt 13, 4.

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estamos seguros que todo deseo del bien es correcto!

b) Por el trabajo manual

Peligros de la ociosidad

81. La ociosidad es sentina de todas las tentaciones y de todos los pensamientos malos e inútiles. No hacer nada148 es lo peor que puede sobrevenir a la inteligencia. Nunca esté ocioso el siervo de Dios, aunque lo deje todo para dedicarse a El149. No podemos aplicar un nombre tan sospechoso, vano y muelle a una realidad tan cierta, santa y profunda. ¿Es ocioso dedicarse a Dios? Todo lo contrario, es el negocio de los negocios. Quien en la celda no se entrega fiel y fervorosamente a eso, haga lo que haga, si no lo hace con ese fin, estará ocioso150

82. Es ridículo pretender evitar el ocio entregándose a ocupaciones ociosas, porque es ocioso todo lo que no ofrece ninguna utilidad o no hay intención de que tenga utilidad alguna.

148. Otium iners es la expresión que usa aquí Guillermo en oposición intencionada a otium pingue. Ello demuestra la ambigüedad del término. Textos como el presente demuestran que el otium es bueno o malo según se emplee; pero, contrariamente a la otiositas, en sí mismo es bueno. Cf. J. LECLERCQ, Otia monastica II, cp. V, 2. En Studia Anselmiana n. 51, p. 71. 149. Quamvis ad Deum feriatus sit. Expresión rica en la tradición monástica pero de difícil traducción. 150. Todo este párrafo es un juego con los términos otium negotium con el que quiere expresarse la intensa actividad interior del contemplativo. Si ella faltare, la celda no tiene razón de ser.

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No se trata sólo de pasar el día disfrutando de alguna satisfacción o evitando la mínima sensación de hastío; lo que hay que procurar es que siempre tenga la conciencia algo que sirva al progreso interior, algo que aumente día a día los tesoros del corazón. El buen solitario estimará día sin vida aquel en el que crea no haber hecho nada de aquello por lo que precisamente vive en la celda.

El trabajo manual

83. ¿Te preguntas qué hacer o en qué ocuparte? En primer lugar, además del sacrificio cotidiano de las oraciones o la dedicación a la lectura, no debes des-cuidar una parte del día para el examen de conciencia, e irte enmendando y mejorando de día en día.

84. Se ha de hacer también algún trabajo manual151 mandado, no tanto para distraer el espíritu durante algún tiempo, como para alimentar y conservar el gusto por las cosas espirituales; así descansa un poco el espíritu sin perder el recogimiento y fácilmente puede retornar a su interior cuando lo considere conveniente, sin resistencia de la voluntad, sin el apego a la satisfacción obtenida, ni a los recuerdos incentivados por la imaginación.

151. Para huir de la ociosidad recomienda Guillermo el trabajo. La expresión etiam manibus revela la poca estima que el trabajo manual merecía para algunos monjes. Era ya una vieja cuestión. Desde los orígenes mismos del monacato hubo dos corrientes bien marcadas sobre el particular.

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85. En efecto, no fue creado el hombre en función de la mujer, sino la mujer en función del hombre152; no están los ejercicios espirituales en función de los corporales, sino los corporales para servir a los espirituales. De este modo, así como una vez creado el hombre se le concedió y asoció una ayuda semejante a él, de su misma sustancia153, de igual manera son necesarias las cosas materiales para dedicarse a lo espiritual; sin embargo, con relación a esto, no siempre parecen convenientes todas las prácticas corporales, sino aquellas que tienen más afinidad y semejanza con las cosas espirituales; por ejemplo, en orden a la edificación espiritual, se medita lo que se va a escribir, o se escribe lo que se ha leído.

86. Es verdad que los ejercicios y trabajos del campo distraen los sentidos, y con frecuencia agotan también el espíritu; sin embargo, los duros trabajos del campo a la vez que producen la fatiga corporal, llevan a la contrición y humildad de corazón, el peso del cansancio real origina muchas veces un mayor afecto de devoción. Lo mismo acontece con frecuencia con los ayunos, vigilias y los demás ejercicios en los que existe fatiga corporal.

Ascética y mística del trabajo

152. 1Co 11, 9.153. Gn 2, 18.

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87. Un espíritu serio y prudente acepta cualquier trabajo, y lejos de disiparse con él, se sirve del mismo para mayor recogimiento interior, porque tiene presente no lo que hace, sino la intención con que lo hace, mirando al fin que lo perfecciona todo. Cuanta mayor clarividencia se tiene respecto al fin, mayor fidelidad y ahínco se pone en el trabajo manual sometiendo en esto el cuerpo al dictamen de la voluntad. Los sentidos quedan sometidos a la disciplina de la buena voluntad y el peso del trabajo no les permite ceder a la lascivia; sometidos y humillados en obediencia al espíritu, aprenden a conformarse a él participando en los trabajos y esperando la consolación.

Vuelta al orden natural

88. Si la naturaleza, desordenada por el pecado y desviada de su rectitud natural154, se convierte a Dios, recupera inmediatamente por el temor y el amor que tiene a Dios todo lo que había perdido al apartarse de él. Y cuando el espíritu comienza a reformarse según la imagen del Creador inmediatamente comienza a florecer también la carne155, y por propia voluntad comienza a conformarse con el

154. Todo este párrafo se basa en la teoría de la Escuela Cisterciense sobre la imagen de Dios en el hombre. El hombre no puede perder la imagen de Dios impresa en la creación, pero puede perder su semejanza. En este caso el hombre se encorva, pierde su rectitud. Cf. E. GILSON, La Théologie Mystique de Saint Bernard, p. 71 y ss. 155. Sal 27, 7.

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espíritu ya reformado. En contra de sus propias tendencias comienza a deleitarse con lo que deleita al espíritu. Más aún, cuanto más hondo había caído por el pecado más sedienta está de Dios156, queriendo a veces incluso aventajar al espíritu que es su guía.

89. En realidad no perdemos los gozos, los transferimos del cuerpo al espíritu; de los sentidos a la conciencia. Pan con salvado y agua clara, legumbres u hortalizas ordinarias no son cosas muy deleitables, pero con el amor a Cristo y el deseo del gozo interior se tornan agradables y satisfacen con gusto al estómago morigerado. ¿Cuántos miles de pobres no sacian gustosamente su apetito con estos o semejantes alimentos? ¡Bien fácil y gustoso sería vivir según la naturaleza con el condimento del amor de Dios, si nuestra locura nos lo permitiera! Una vez ésta curada, la naturaleza disfruta con las cosas naturales. Lo mismo ocurre con el trabajo. El labrador tiene músculos robustos y brazos vigorosos, que ha conseguido con el ejercicio. Sin él se anquilosarían y quedarían flojos. La voluntad impulsa el uso de los miembros, del uso nace el ejercicio; el ejercicio comunica energía

c) Perfección del hombre animal

Muerte a los placeres

156. Sal 62, 2.

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90. Volvamos a nuestro plan. Por encima de todo, sea trabajando o descansando nunca estemos ociosos. Que todo nuestro negocio consista siempre en realizar a la perfección lo que dice el Apóstol de los que están aún en estado animal y de los principiantes: Hablo a lo humano en atención a la flaqueza de vuestra carne. Como pusisteis vuestros miembros al servicio de la impureza y de la iniquidad para servir a la iniquidad, entregadlos ahora para servir a la justicia y a la santidad157.

91. Escuche esto el hombre animal, amigo y esclavo hasta el presente de su cuerpo, que ya comienza a someter al espíritu, y se prepara para percibir las cosas de Dios; cíñase y apresúrese a romper el yugo de una esclavitud vergonzosa y la tiranía con que la costumbre subyugaba la carne.

92. Que [el hombre animal] se haga violencia estableciendo una necesidad contra otra necesidad, y una costumbre contra otra costumbre; cree en sí un afecto contra otro afecto, hasta que merezca alcanzar una satisfacción contra otra satisfacción. Y así, según el consejo del Apóstol, llegue a gozarse tanto en carecer de los placeres del mundo y de la carne, cuanto antes se gozaba en poseerlos; se goce tanto en hacer a los miembros servir a la justicia y la santificación,

157. Rm 6,19.

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cuanto antes se gozaba en servirse de la corrupción y la iniquidad para la iniquidad.

93. Esta es la perfección del hombre animal en su estado propio, o del novicio en sus comienzos. Cuando haya superado este estado animal o humano, si no vuelve la vista atrás158, y se lanza fielmente a lo que está delante159, llegará pronto a aquel estado divino en el que comenzará a alcanzar como es alcanzado [por Cristo]160 y a conocer como es conocido161.Ahora bien, esto no se consigue en el momento de la conversión, ni en un solo día, sino con mucho tiempo, mucho trabajo, mucho sudor, a medida que Dios misericordioso concede su gracia, y con el ahínco del hombre que quiere y corre162.

158. Lc 9, 62.159. Flp 3, 12160. ibid.161. Cf. 1Co 13, 12.162. Rm 9, 16.

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CAPÍTULO III

LOS EJERCICIOS DEL SOLITARIO

1. AMBIENTE:

LA CELDA Y SUS DIFERENTES GUARDIANES

Necesidad de una regla

94. El taller de todas estas buenas obras es la celda y la permanencia estable en ella. En efecto, en ella es rico el que acepta su pobreza, y quien tiene buena voluntad posee ya todo lo que necesita para ser feliz. Aunque no siempre deberá fiarse de la buena voluntad, pues deberá moderarla y controlar sus riendas, sobre todo el principiante. Que la regla de la santa obediencia dirija la buena voluntad, y ésta al cuerpo. Que ella le enseñe a perseverar en ese lugar, a aceptar la celda, a convivir consigo mismo. Todo esto es en el principiante señal de buen comportamiento, y garantía cierta de buena esperanza.

Estabilidad

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95. Es imposible al hombre fijar su espíritu fielmente en un objetivo si primero no ha fijado con perseverancia su cuerpo en un lugar, pues quien pretende evadirse de la inestabilidad de su espíritu vagando de un lugar para otro, se parece al que quisiera escapar de la sombra de su cuerpo. Huye de sí mismo, da vueltas alrededor de sí mismo, cambia el lugar, pero no el espíritu. Sigue siendo el mismo en todas partes, e incluso la misma movilidad le hace peor, como acontece al enfermo con los golpes que recibe al ser llevado de un lado para otro.

96. Reconózcase, pues, enfermo y cuide las causas de su dolencia. Si no interrumpe el reposo, pronto notará mejoría con los remedios perseverantemente aplicados. Sanado de este modo el espíritu de sus divagaciones y esclavitudes, se entregará incondicionalmente a Dios. Porque la naturaleza no ya manchada sino corrompida, necesita grandes cuidados. Guarde completo reposo en su enfermería, -como suelen llamar los médicos al lugar donde se curan las enfermedades- y siga tomando los remedios que le han dado, hasta recuperar la salud.

97. Tu enfermería, hombre enfermo y débil, es tu celda; y el remedio con el que comenzaste la cura es la obediencia, cuando es verdadera obediencia. Has de saber que los remedios cambiados a menudo dañan, perturban la naturaleza y prolongan la enfermedad. Quien se dirige a un lugar si toma un camino recto llega enseguida donde desea, y termina pronto el camino y la fatiga; pero si

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toma varios caminos, se equivoca y no termina nunca su fatiga, porque el error no tiene fin. Así pues, no cambies de lugar, no tomes un remedio por otro, usa el remedio medicinal de la obediencia hasta recuperar perfectamente la salud. Una vez curado no la rechaces como ingrato, antes bien, sigue usándola aunque de forma distinta.

Necesidad de un director

98. En consecuencia, si deseas recuperar pronto la salud cuida mucho no hacer nada o muy poco por ti mismo sin consultar con el médico; ya que si esperas de él la cura, es necesario que no te avergüences de descubrirle siempre tus llagas. Aunque te avergüences descúbrele todo, no se lo ocultes.

99. Hay algunos que al confesarse relatan la historia de sus pecados como si narrasen un cuento, enumerando las dolencias de su alma sin rubor, casi sin arrepentimiento y sin dolor; en cambio, el que siente verdadero dolor, fácilmente derrama lágrimas y se deshace en gemidos. Si a la enfermedad maligna se junta esa desesperante insensibilidad, la ausencia de dolor hará que cuanto más cercana cree la curación, más se alejará de ella.

100. Si el médico se mostrase demasiado indulgente queriendo curarlo todo con ungüentos y emplastes suaves, actúa por ti mismo y, deseoso de una pronta curación,

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reclama remedios más rápidos y más eficaces; pide el hierro y aplícate el cauterio.

Los guardianes del alma

101. Siempre tienes al médico disponible y preparado. Para que tu soledad no te asuste y mores con más seguridad en la celda, se te han dado tres guardianes: Dios, tu conciencia y el padre espiritual. Con Dios te mostrarás piadoso, entregándote a él incondicionalmente; con tu conciencia respetuoso, avergonzándote de pecar en su presencia; al padre espiritual le prestarás obediencia amorosa163, recurriendo a él para todo.

102. Más aún, para serte grato te añadiré un cuarto guardián. Mientras eres aún muchacho y vas aprendiendo a vivir en la presencia divina te recomiendo un pedagogo.

103. Te aconsejo elijas un hombre cuya vida ejemplar se grave de tal manera en tu corazón que te inspire respeto, y cuantas veces lo recuerdes, su veneración te mueva a la disciplina y a la compostura. Al recordarlo como si estuviera realmente presente, permítele que con afecto de mutua caridad corrija en ti todo lo que deba corregirse, sin que por ello tu soledad sufra el más mínimo daño en su intimidad. Presente, te ayude cuanto lo necesites; que pueda acudir frecuen-temente, aunque no te guste. El recuerdo de su santa severidad te hará presentes sus

163. 1P 1, 22.

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reprensiones; su piedad y benignidad, sus consuelos; su sinceridad, el ejemplo de la vida santa. Pensarás, en efecto, que todos tus pensamientos le están tan presentes como si los estuviera viendo y corrigiendo; así te sentirás obligado a enmendarte.

La vigilancia

104. Según el precepto del Apóstol, guárdate con cuidado164. Y para que estés siempre atento a ti mismo, aparta tus ojos de todo lo demás. El ojo es un magnífico instrumento del cuerpo. ¡Ojalá pudiera verse a sí mismo como ve todo lo demás! Esto se le ha concedido al ojo interior, pero si, como los ojos exteriores, se descuida de sí mismo y se entrega a las cosas externas, al querer acaparar mucho será incapaz de volver a su interior. Dedícate a ti mismo, porque en tu interior tienes materia suficiente de solicitud. Deja ya de ver con tus ojos exteriores lo que perdiste la costumbre de mirar, y con los ojos interiores lo que dejaste de amar, porque nada revive con más fuerza que el amor, sobre todo en los espíritus más delicados y jóvenes.

2. LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Las dos celdas

164. 1Tm 5, 22.

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105. Decídete también alguna vez a gustar y aspirar a carismas superiores165, siendo para ti mismo ejemplo de edificación.

Una es tu celda exterior y otra la interior. La exterior es la casa en que habita tu alma con tu cuerpo; la interior es tu conciencia en la que debe morar Dios con tu espíritu en lo más hondo de tu intimidad166. La puerta de la clausura exterior es signo de la puerta del mundo interior, de manera que, así como la clausura exterior no permite a los sentidos del cuerpo andar de un lado para otro, también los sentidos interiores se ven obligados a vivir más interiormente.

106. Ama, pues, tu celda interior y también la exterior; cuida de cada una de ellas como se merecen. Que la celda externa te proteja sin ocultarte, no para pecar más a escondidas, sino para vivir en mayor seguridad. No sabrás, morador inexperto, cuánto debes a tu celda si no te das cuenta que en ella no sólo te curas de los vicios, sino que evitas enfrentarte con extraños. Tampoco apreciaras qué consideración merece tu conciencia, hasta que experimentes en ella la gracia del Espíritu Santo y la dulzura de la suavidad interior.

165. 1Co 12, 31.166. Si la división entre “celda (morada) externa e interna” es común a la literatura mística, en Guillermo tiene un aspecto muy suyo. Dios viene a ser para el espíritu lo que el alma es para el cuerpo: “Dios es la vida del alma, como el alma es la vida del cuerpo. El alma suspira por solo Dios; Él es en todo momento su respiración, como el aire lo es de los cuerpos vivos” (De Natura corporis et animae, II; PL 180, 722 C).

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El examen de conciencia

107. Honra cada una de tus celdas como se merece, y mantén en ellas la primacía que te corresponde. Aprende en ellas a disciplinarte según las leyes del ordenamiento común: organiza la vida, modera las costumbres, júzgate a ti mismo, acúsate ante tu misma conciencia y condénate sometiendote a algún castigo. Siéntese la justicia en su tribunal, comparezca la conciencia culpable y acusadora de sí misma. Nadie te ama tanto como tú mismo; nadie te juzgará con más fidelidad.

108. Por la mañana examínate de la noche pasada y haz un plan para el día que comienza. Al atardecer exígete cuentas del día transcurrido, y toma precauciones para la noche que se avecina. Con este control no tendrás resquicio para la holganza.

El Oficio divino

109. Distribuye a cada hora los ejercicios que le corresponden según la norma establecida comunitariamente: los ejercicios espirituales a su tiempo y lo mismo los corporales; de este modo a través de ellos el espíritu tributará a Dios lo que le es debido, y lo mismo el cuerpo al espíritu; si algo se omite o se hace con negligencia o imperfección, no deje de repararse o corregirse en el tiempo, modo y lugar debidos.

110. En todo esto, aparte de aquellas horas de las que dice el Profeta: Siete veces al día te

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alabo167, se dará especial relevancia al sacrificio de alabanza de la mañana, de la tarde y de la media noche. Porque no en vano dice el Profeta: Por la mañana estaré ante ti y veré168, ya que en ese momento estamos todavía libres de preocupaciones exteriores; y añadirás: Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde169, porque en esa hora nos vemos ya libres de esos impedimentos, habiéndolos superado.

111. Lo mismo haremos en nuestras vigilias nocturnas cuando nos levantamos a media noche para alabar el nombre del Señor170, según el orden establecido por el mismo salmista. En el día de mi tribulación busqué al Señor, levanté por la noche mis manos hacia él o contra él, y no quedé defraudado171, y lo que sigue.

112. En estas horas hemos de sentirnos como si estuviéramos cara a cara ante él172, envueltos en la luz de su rostro173; seamos conscientes que el dolor y la tribulación provienen de nosotros mismos174, e

167. Sal 118, 164.168. Sal 5, 4.169. Sal 140, 2.170. Cf. Sal 118, 62.171. Sal 76, 3.172. Cf. Gn 32, 20.173. Sal 88, 16.174. Cf. Sal 114, 3.

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invoquemos el nombre del Señor175 arañando176

nuestro espíritu hasta que se incendie, y trayendo a la memoria una y otra vez la inmensa bondad del Señor177, hasta que llene de dulzura nuestros corazones.

113. Entonces sobre todo, hemos de poner en práctica lo que dice el Apóstol: prefiero hablar en la Iglesia cinco palabras para ser entendido que diez mil sin que nadie me entienda. Y aquello: Cantaré salmos con el espíritu, pero los cantaré también inteligiblemente. Oraré con el espíritu, pero oraré con inteligencia178. En efecto, es en ese momento cuando mente y corazón deben mezclar sus frutos, para descansar en la quietud de la noche con la abundancia de la bendición de Dios, o levantarnos para alabarle, y que todas nuestras obras queden informadas y vivificadas por las mismas alabanzas divinas.

114. Por lo mismo, al celebrar las vigilias nocturnas no conviene recargar el entendimiento ni agotar o disecar el espíritu con multitud de salmos; antes bien, cuanto más despejado se sienta, con mayor atención se

175. Sal 114, 3.176. Es significativa por su fuerza la expresión de Guillermo: scabendo spiritum nostrum. En todo momento pero sobre todo en los momentos de tribulación, sequedad y dolor es preciso arañar, rascar y frotar el alma hasta que salte la chispa que la inflame en el amor de Dios.177. Sal 144, 7.178. 1Co 14, 19. 15.

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aplicará a la devoción orientando hacia Dios sus pasos, hasta que comience a correr con el corazón dilatado179 hacia la conclusión del oficio divino; después mantendrá la llama de su fervor para que no muera víctima de una gran negligencia, o la suprima por una voluntaria miseria.

La comunión espiritual

115. Del mismo modo, quien posee el espíritu de Cristo180 sabe de cuánto provecho es a la piedad cristiana, qué útil y conveniente al siervo de Dios, al discípulo de la redención de Cristo, que en algún momento del día se dedique a meditar con mayor atención los beneficios de su pasión y redención, para gozarlos amorosamente en su conciencia y guardarlos fielmente en su memoria. Eso es comer espiritual-mente el cuerpo del Señor y beber su sangre, en el recuerdo de quien lo mandó a todos los que creen en él, diciendo: Haced esto en conmemoración mía181.

116. Asimismo, además de la desobediencia que supone, es evidente para todos qué inmenso pecado de impiedad comete el hombre que olvida tanta bondad de Dios, como sería grave el olvido de un amigo que, al ausentarse, nos dejara un objeto para que le tengamos en el recuerdo.

179. Sal 118, 32.180. 1Co 2, 16.181. Lc 22, 19.

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117. El sacramento de esta santa y venerable conmemoración sólo es dado celebrarlo a unos pocos hombres según el modo, lugar y tiempo especiales; mas la gracia del sacramento está siempre disponible y pueden actuarla, tocarla, y recibirla para la propia salvación, con la reverencia que se merece, en la forma en que ha sido transmitida y en todo tiempo y lugar al que se extiende el señorío de Dios, aquellos de los que se ha dicho: Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo elegido para anunciar las alabanzas de aquel que os sacó de las tinieblas a su luz admirable182.

118. En efecto, así como el sacramento recibido dignamente es fuente de vida, también puede acarrear la muerte y el juicio si se recibe indignamente183. Pero la gracia del sacramento sólo puede recibirla quien está preparado y es digno. Recibir el sacramento sin la gracia sacramental lleva a la muerte; recibir la gracia sacramental aún sin recibir el sacramento, contiene vida eterna184 Merece subrayarse la doctrina de Guillermo relativa a la comunión espiritual tanto por la claridad como por la fuerza que le atribuye para unir el alma a Cristo y a su Iglesia. .

182. 1P 2, 9.183. Cf. 1Co 11,27-29.184. Guillermo distingue entre el rito sacramental y la gracia del sacramento. Para ésta se necesita recta disposición; aquel se puede realizar independientemente de la disposición del sujeto. Sobre este sacramento escribió su obra De Sacramento Altaris, PL 180, 341 ss. Traducido al castellano en Col. PP. Cistercienses, n. 2. Azul, Argentina, 1977, págs. 231- 315.

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119. Si la quieres y la deseas con toda sinceridad, tienes esta gracia disponible en tu celda a todas las horas, tanto de día como de noche. Cuantas veces te unes fiel y piadosamente a este acto en memoria del que padeció por ti185, otras tantas comes su cuerpo y bebes su sangre; y siempre que permaneces unido a él por el amor, y él a ti en acción de santidad y de justicia, formas parte de su cuerpo y de sus miembros.

La lectio divina

120. Además, también hay que dedicarse a una lectura concreta en horas determinadas. La lectura al azar, sin continuidad, de lo primero que se encuentra, no edifica sino que hace el ánimo inestable; y hecha a la ligera, se va de la memoria con la misma precipitación. Hay que acostumbrar el espíritu a determinados autores y familiarizarse con ellos.

121. Las Escrituras hay que leerlas y entenderlas con el mismo espíritu que fueron escritas. No asimilarás el espíritu de san Pablo mientras no te empapes del mismo leyéndole con atención y frecuentándole con meditación asidua. Nunca llegarás a comprender a David hasta que el amor [affectus] a los salmos te lleve a sentir la misma experiencia que él. Y así de los demás libros sagrados. Porque en toda la sagrada Escritura existe tanta diferencia entre la aplicación amorosa y la lectura, como

185. 1P 2,21.

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la que hay entre la amistad y la hospitalidad, entre el afecto de la convivencia y el saludo casual186.

122. De lo que se lee cada día se deberá guardar algo en el seno de la memoria para que bien asimilado, y recordado de nuevo, pueda rumiarse a menudo. Un pasaje que sea provechoso a nuestra vida, fomente los deseos, modere el espíritu y así no busque pensamientos extraños.

123. De la lectura brotarán los afectos y surgirá la oración, que interrumpa la lectura; esta interrupción no la obstaculiza, sino que hace al alma más pura para comprender mejor la lectura.

124. La lectura depende de la intención. Si el lector busca verdaderamente a Dios en la lectura, todo lo que lee le ayudará en esta búsqueda187, cautivará sus sentidos y orientará todo el contenido de la lectura hacia el servicio a Cristo188. Pero si el lector busca otra cosa, todo lo arrastrará hacia sí mismo y no encontrará nada en las Escrituras, por muy santo y edificante que sea, que no lo aplique a su malicia o vanidad, impulsado por la vanagloria, por un sentimiento distorsionado o por un entendimiento viciado. Todo el que lee las Escrituras debe tener como principio de

186. Hay que notar el carácter de seriedad de verdadera dedicación exigido por Guillermo para que la lectio divina sea provechosa. Sigue en esto la doctrina común de todo el monacato medieval. 187. Rm 8, 28. 188. 2Co 10, 5.

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sabiduría el temor del Señor189, para que así se afiance sólidamente en él el ánimo del lector, y de él surja y en él se armonice la inteligencia y el sentido de toda la lectura.

3. LOS EJERCICIOS CORPORALES

125. Nunca se dejen lo más mínimo los ejercicios espirituales por dedicarse a los corporales, sino que el espíritu se acostumbre a volver a ellos con facilidad, para que mientras se dedica a éstos pueda seguir ejercitándose en aquellos. Como ya se ha dicho más arriba, no fue creado el hombre para la mujer, sino la mujer para el hombre. Del mismo modo no están las cosas espirituales al servicio de las carnales, sino las carnales al servicio de las espirituales. Llamamos ahora ejercicios corporales los que se practican con el cuerpo por medio del trabajo manual.

La mortificación del cuerpo

126. Hay otros ejercicios corporales en los que debe trabajar el cuerpo, como son las vigilias, ayunos y otros parecidos. Estos no impiden los espirituales, más bien los ayudan, siempre que se hagan razonablemente y con

189. Sal 110, 10.

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discreción. Si falta la discreción, dañan a las prácticas espirituales por falta de espíritu o por debilidad del cuerpo. El que procede de ese modo privaría a su cuerpo del efecto de una buena obra, a su alma del afecto, a su prójimo del ejemplo, y a Dios del honor que le es debido. Y se hace sacrílego de todo eso ante Dios.

127. No es que, según el parecer del Apóstol190, sean inhumanos esos actos, o que no sea conveniente, necesario y aún justo que alguna vez duela la cabeza en el servicio de Dios, ya que muchas otras veces ha sentido los mismos dolores por seguir las vanidades del mundo; o que el estómago sienta hambre hasta gritar, puesto que otras veces se saturó hasta vomitar. Pero hay que actuar siempre con moderación. A veces habrá que mortificar el cuerpo, pero no destruirlo. Aunque los ejercicios corporales sirven para poco191, tienen no obstante su utilidad.

128. Así pues, debemos tener algún cuidado de la carne aunque no para satisfacer su concupiscencia192. Pero se hará con sobriedad y cierta disciplina espiritual, para que ni en el modo, ni en la calidad o cantidad aparezca nada que sea impropio del siervo de Dios.

190. Cf. Rm 6, 19.191. 1Tm 4, 8.192. Rm 13, 24.

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129. Debemos venerar con mayor honestidad a los miembros de nuestro cuerpo que parecen menos honrosos, pues las partes decorosas no lo necesitan193. Más aún, toda nuestra vida aunque esté oculta a los hombres, ha de aparecer santa y honesta ante Dios; y aunque nuestro tenor de vida esté escondido tras los muros del monasterio, debe aparecer admirable y complaciente a los santos ángeles.

130. Hágase todo, dice el Apóstol, con decoro194. La honestidad, en efecto, es grata a Dios y familiar a los santos ángeles. Por eso manda el Apóstol que las mujeres lleven velo por respeto a los ángeles195. Ellos sin duda están siempre con vosotros en vuestras celdas, guardándoos, cooperando, gozándose con vuestras obras, y les agrada que en todo os comportéis honestamente aunque ningún hombre lo vea.

El alimento

131. Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo en nombre del Señor196, piadosa, santa y religiosamente. Si comes, sea tu sobriedad el principal adorno de la mesa, ya de suyo bastante sobria. Cuando estás comiendo no estés absorto en ello, sino que mientras el cuerpo toma su alimento, no

193. Cf. 1Co 12, 22-24.194. Cf. 1Co 14, 40.195. Cf. 1Co 11, 10.196. 1 Co 16, 31.

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le falte al espíritu el que le es propio, y lo rumie y digiera meditando o recordando la dulzura del Señor, o algún pasaje de la Escritura que le alimente.

132. Además no se dará satisfacción a la necesidad de un modo mundano y carnal, sino como conviene al monje, al siervo de Dios. Incluso para la salud corporal el alimento es tanto más nutritivo cuanto con más orden y sobriedad se toma.

133. En consecuencia, se ha de regular el modo y tiempo de la comida, la cantidad y calidad, evitando lo superfluo y lo rebuscado. La medida a observar es ésta: el que come no pretenda saciarse de todo lo que se le ofrece197; en cuanto al tiempo: no se haga a deshora; y la calidad pide tomar lo que es común a la comunidad fraterna, salvo en caso de verdadera enfermedad.

134. Respecto a los condimentos, baste -os ruego- que nuestros alimentos sean comestibles, sin que despierten la concupiscencia o la sensualidad. ¡Ya le basta a la concupiscencia su malicia!198 Como es difícil o casi imposible satisfacer la necesidad por otro medio que no sea con cierto grado de deleite, si comienza a excitarse por causa de aquellos que siempre luchaban contra sus halagos, se unen dos contra uno y se pondrá en peligro la continencia.

197. Cf. Si 37, 32.198. Mt 6, 24.

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El sueño

135. Lo que se ha dicho del alimento se aplica también al sueño. Guárdate, siervo de Dios, en la medida de lo posible, de entregarte sin medida al sueño. Que tu sueño, en vez de ser descanso para el cansado, no se convierta en sepulcro de un cuerpo ahogado; y en vez de ser alivio al espíritu no sea su extinción199. Cosa sospechosa es el sueño, y muy parecido a la embriaguez. Excepto los vicios, que no pueden atacar durante el sueño porque la misma razón duerme con el cuerpo200, ningún tiempo de nuestra vida es tan perdido para el progreso espiritual como el que se dedica al sueño.

136. Cuando vayas, pues, a dormir, lleva siempre en la memoria o en el pensamiento algo con lo que duermas plácidamente, te ayude incluso a soñar y al despertar te devuelva el estado de ánimo del día anterior. De este modo la noche será para ti luminosa como el día201, la noche será tu luz en tus delicias202. Dormirás plácidamente, descansarás en paz, despertarás contento y al

199. Cf. 1Ts 5, 19.200. Guillermo comparte la idea de los antiguos y de algunos himnos de la liturgia -los de Completas-, según los cuales la noche -las tinieblas- era la hora del demonio. Cf. Sancti Bernadi Vita, I, 4; PL 185, 239.201. Sal 138, 12.202. Ibd. 11.

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levantarte volverás con diligencia y facilidad a lo que no habías interrumpido del todo.

137. La comida frugal y el dominio de los sentidos proporcionan también un sueño confortable. El siervo de Dios debe aborrecer un sueño carnal, voluptuoso, propio de brutos, como suele decirse. Después del conveniente descanso es fácil despertar los sentidos del cuerpo y facultades del alma, y hacer que esta especie de siervos de la casa del padre de familia, se levanten y se dediquen a las tareas necesarias. Un sueño así, tomado en tiempo y medida convenientes, no debe ser descuidado.

Conclusión

138. De este modo el espíritu prudente y consagrado a Dios se comportará en su celda y en su conciencia como un prudente padre de familia en su casa. Que su carne no sea, como dice Salomón203, una mujer quisquillosa en la casa, sino como una esposa inclinada y habituada a la sobriedad, dispuesta a la obediencia y al trabajo, instruida en todo, acostumbrada a pasar necesidad y a saciarse, a vivir en la abundancia y escasez204. Que sus sentidos exteriores se comporten como siervos,

203. Pr 21, 9; 25, 24.204. Flp 4, 12.

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no como jefes, y los interiores sean sobrios y eficaces. Tenga toda la casa o familia de sus pensamientos tan ordenada y disciplinada que pueda decir a éste: ve allí, y va; al otro, ven, y viene; a su siervo, es decir, a su cuerpo: haz esto, y lo hace sin resistencia205.

139. El que así se ordena y gobierna en su conciencia, puede estar seguro de sí y organizarse en su celda. Pero esto que es propio de los perfectos o de los que ya han adelantado mucho, lo proponemos también a los que comienzan y a los novicios, para que vean cuánto les falta206 y hasta dónde deben dirigir sus aspiraciones.

205. Mt 8, 9; Lc 7, 8. 206. Sal 38, 5.

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CAPÍTULO IV

ALGUNOS PROBLEMAS

DE LA VIDA SOLITARIA

1. SELECCIÓN DE LAS VOCACIONES

140. Con lo que hemos dicho del sentido carnal o animal, del conocimiento racional o de la sabiduría espiritual, intentábamos describir al hombre en el que se pueden encontrar estos distintos estados en tiempos diversos, según la evolución de su progreso, los grados del mismo y los afectos de su espíritu. También nos referimos a tres géneros de hombres, que combaten en las celdas y en la profesión religiosa, según las características de cada uno de estos estados.

Soledad

141. La dignidad de la celda, el secreto de la santa soledad y el mismo título de vida solitaria, parece aplicarse sólo a los perfectos;

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aquellos que, como dice el Apóstol: toman alimento sólido, y ejercitados por la costumbre, saben discernir el bien y el mal207. Según esto, aunque parece que puede admitirse en la celda al hombre racional porque se aproxima a sabio, se deberá excluir abiertamente al hombre animal, porque no es capaz de captar las cosas que son de Dios208.

142. Pero nos sale al paso el apóstol Pedro diciéndonos a propósito de algunos: Si han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros, ¿quién era yo para oponerme a Dios?209. Si el Espíritu Santo es la buena voluntad, sería muy temerario prohibir la entrada en la vida religiosa a quien su buena voluntad atestigua ser morada y tener por guía al Espíritu Santo.

143. Por lo mismo, dos clases de hombres pueden vivir en las celdas: los sencillos, que por su buena voluntad se muestran capaces y fervorosos para conseguir la prudencia religiosa; y los prudentes que demuestran aspirar a la simplicidad de una vida religiosa y santa. En cambio, la necedad soberbia o la soberbia insensata debe alejarse lo más posible de las moradas de los justos210. Toda soberbia, en efecto, es insensata, aunque no toda insensatez sea soberbia. Porque a veces se da una necedad que no es soberbia, sino

207. Hb 5, 14.208. 1Co 2, 14.209. Hch 10, 47; 11, 17.210. Sal 117, 15.

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simplicidad; si es ignorante, puede ser instruida; si no puede aprender, tal vez se la pueda educar.

144. La convivencia religiosa es con todo derecho la ciudad donde se refugia la sencillez, a no ser que se resista a la humillación, o sea tan ruda que no se la pueda orientar ni aún tratar. Sin embargo, no se desechará la buena voluntad por muy ruda que parezca, antes bien, se la orientará con oportunos consejos hacia una vida activa y diligente. Sin embargo, la voluntad soberbia, aunque se presente como prudente, será desechada y alejada. En efecto, si se admite al soberbio, comenzará a dictar leyes desde el primer día de su ingreso, y como es demasiado tonto no será capaz de asimilar las que encuentre.

Prudencia

145. En consecuencia, se pondrá gran solicitud y prudencia en admitir a quien va a convivir consigo mismo. Porque quien consigo vive, sólo tiene a sí mismo y tal cual es. El malo nunca está seguro consigo mismo, porque convive con un hombre malo, y nadie le es más insoportable que él mismo. Por eso, a los locos, a los enfermos profundos y todos los que por alguna causa no son suficientemente dueños de sí mismos, se les suele custodiar, no se les abandona a sí

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mismos o a su propio juicio, para que no usen mal de su soledad.

146. Admítanse, pues, a morar en las celdas a quienes perteneciendo al estado animal son humildes y pobres de espíritu, para que asciendan al estado racional y espiritual, no para que por causa de ellos, los que ya alcanzaron estos grados den marcha atrás y vuelvan al estado animal. Recíbaseles con caridad benevolente, y sopórteseles con paciente benignidad; pero los que se compadecen de ellos no los imiten ni se entreguen de tal modo a su progreso, que por atención a ellos se vean impulsados a aflojar en su fidelidad a la vida religiosa.

2. LA CONSTRUCCIÓN DE LAS CELDAS

147. Por ahí se introdujo la costumbre de construir con dinero ajeno celdas suntuosas y, da vergüenza decirlo, llenas de ostentación; despreciando la santa rusticidad, que procede del Altísimo, como dice Salomón211, nos creamos unas muy dignas habitaciones religiosas. Con ello nos inclinamos tanto hacia los que están en el estado animal, que casi nos convertimos todos en animales.

211. Si 7, 16.

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148. Abandonando la forma de pobreza que a justo título heredamos de los padres, y alejando de nosotros y de nuestras celdas la imagen de la santa simplicidad que es el verdadero decoro de la casa de Dios, nos edificamos por medio de hábiles artistas celdas no tanto eremíticas cuanto aromáticas; y al coste de cien monedas de oro cada una, para satisfacer la curiosidad de nuestros ojos con las limosnas de los pobres212.

149. Corta, Señor, de las celdas de tus pobres el oprobio de las cien monedas de oro. ¿Por qué no celdas de cien denarios? ¿Por qué no sin coste alguno? ¿Por qué los hijos de la gracia no se construyen las celdas ellos mismos gratuitamente? ¿Qué se le respondió a Moisés al construir el tabernáculo? Mira, le dijo, hazlo todo conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte213

150. ¿Acaso son los hombres del mundo los que deben levantar el tabernáculo de Dios entre los hombres?214. Los mismos, los mismos a quienes se les ha mostrado en el monte de la contemplación el modelo del verdadero ornato de la casa de Dios215, ésos deben edificárselo a sí mismos. Los mismos, los mismos a quienes el cuidado de su interior les lleva al desprecio y descuido de todo lo exterior, ésos deben edificárselo. Ninguna habilidad de artistas

212. Si 4, 1.213. Hb 8, 5.214. Ap 21, 3.215. Sal 25, 8.

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plasmará mejor que su desprendimiento el ideal de pobreza, la imagen de la santa simplicidad, las directrices de los padres sobre la frugalidad.

Pobreza

151. En nombre de Dios os lo pido: como peregrinos en este mundo216, como soldados en combate en esta tierra, no edifiquemos casas para vivir en ellas sino tiendas que hemos de abandonar217; pues pronto seremos llamados de este mundo para partir hacia la patria, hacia nuestra ciudad, hacia nuestra morada eterna. Vivimos en un destacamento, militamos en tierra extranjera. Todo lo natural es fácil, lo extraño es trabajoso. ¿Acaso no es natural al solitario, según la naturaleza y conforme a su conciencia, que él mismo se construya la celda con ramas entrelazadas, hecha y recubierta con barro, y morar en ella dignísimamente? ¿Se requiere algo más?

152. Creedlo, pues, hermanos, y ojalá no tengáis que experimentarlo! Esas construcciones hermosas y bellas fachadas, debilitan pronto la firmeza de la decisión tomada y afeminan el temple varonil del espíritu. Pues aunque estos placeres se amortiguan frecuentemente con el uso, aunque hay quienes disfrutan de ellos como si no disfrutaran218, sin embargo, tales apegos se

216. Jb 7, 1.217. Jr 35, 9-10.218. Cf. 1Co 7, 31.

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erradican y dominan mejor con el desprecio que con el uso.

153. Es evidente que nuestro marco exterior influye no poco en nuestros sentimientos íntimos, si se le ordena y acomoda a la forma de ser del espíritu, correspondiendo de esta manera a la buena decisión tomada. Así, una vida más pobre refrena en unos la concupiscencia, y despierta en otros el amor a la pobreza.

154. Al que se entrega a la vida interior le ayuda más un ambiente exterior desierto y olvidado, porque el espíritu, sintiéndose como de paso en esta casa, vive con más frecuencia en otro lugar, manifiesta que le tiene más ocupado otra intención, y armoniza eficazmente el interior de su buena conciencia al expresar su desprecio por las cosas de fuera.

155. Conservad, pues, os ruego, esas celdas construidas con tanta elegancia, pero no aumentéis su número. Sirvan de enfermería a los hermanos en estado animal y a los más débiles mientras dura su convalecencia, es decir, hasta que comiencen a desear no las celdas de la enfermería sino las tiendas de los que están enrolados en los destacamentos del Señor. Queden también como ejemplo a vuestros sucesores: tuvisteis, sí, esas celdas, pero las abandonasteis.

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3. SUBSISTENCIA DEL SOLITARIO

Ejemplo de los antiguos padres

156. Pero vosotros que sois espirituales como los hebreos, esto es peregrinos, que no tenéis aquí ciudad permanente sino que vais en busca de la futura219, construíos, como ya habéis comenzado a hacer, chozas en las que podáis habitar. En chozas, en efecto, habitaron nuestros padres, permaneciendo como extranjeros en la misma tierra de promisión, con los herederos de las promesas220, esperando la ciudad sólidamente fundada cuyo arquitecto y constructor es Dios221. No poseían aún lo prometido, sino que lo veían y saludaban de lejos, esperándolo como huéspedes y peregrinos que eran en la tierra. Los que así hablan muestran que buscan una patria mejor: la del cielo222.

157. Por eso, nuestros padres de Egipto y la Tebaida, ardentísimos emuladores de esta santa vida, moraron en las soledades, entre estrecheces y sufrimientos, porque el mundo no era digno de ellos223. Ellos mismos

219. Hb 13, 14.220. Hb 11, 9.221. Hb 11, 10.222. Hb 11, 16.223. Hb 11, 37-38.

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construían sus propias celdas, en las que guarecerse únicamente del viento y la lluvia con sencillos techos y paredes224; y desbordando en delicias de frugalidad eremítica, enriquecían a muchos pasando ellos necesidad225.

158. ¿Qué nombre aplicarles que les sea digno? No lo sé. Hombres celestes, ángeles en la tierra, moradores de la tierra pero ciudadanos del cielo226. Trabajaban con sus manos, alimentando con su trabajo a los pobres, mientras ellos pasaban hambre; desde la inmensidad del desierto sostenían cárceles y enfermos en las ciudades, sustentaban a todo el que sentía alguna necesidad, y vivían de su trabajo, cobijados por la obra de sus manos.

Vivir de limosnas

159. ¿Qué diremos a todo esto nosotros que somos no sólo animales, sino animales terrenos, pegados a la tierra y a nuestra carne, viviendo según los sentidos carnales227, y sostenidos por manos ajenas?

160. Es verdad que en esto nos consuela de alguna forma aquel que siendo rico se hizo pobre por nosotros228, y ordenando el mandato

224. Cf. Is 4, 6.225. Cf. 2Co 6, 10.226. Cf. Flp 3, 20.227. Cf. 2Co 10, 3; Col 2, 18.228. 2Co 8, 9.

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de la pobreza voluntaria229, se dignó mostrarnos en sí mismo la forma de esa pobreza. Para que los que abrazan la pobreza evangélica sepan a qué atenerse, quiso él mismo que, en algunas circunstancias, fieles e infieles atendieran a sus necesidades230, con el fin de atraerlos a la fe231.

161. Lo mismo sucedió en la Iglesia primitiva a aquellos santos pobres que habían sido despojados de sus bienes por amor a Cristo 232, o según el precepto de la perfección evangélica lo habían dejado todo233, o vendieron sus bienes para ponerlo todo en común con los hermanos creyentes234. La gran solicitud y devoción con que los santos Apóstoles procuraban que fueran alimentados por los fieles, lo declaran abiertamente el libro de los Hechos de los Apóstoles y san Pablo en sus cartas.

162. Si esto se concedía con preferencia por mandato y precepto del mismo Señor a los que anunciaban el Evangelio235, no se negaba tampoco, con la autoridad de los mismos apóstoles, a los que deseaban vivir de una manera evangélica, como aquellos santos pobres que vivían entonces en Jerusalén. Se

229. Lc 12, 33; 18, 23; Mt 6, 24; 19, 23.230. Lc 10, 38; Jn 12, 2.231. Lc 5, 30; 7, 36; 15, 2; 19, 5. 232. Hb 10, 34.233. Lc 11, 41; 12, 33.234. Hch 2, 44-45.235. 1 Co 9, 14.

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los llama santos pobres precisamente porque habían consagrado su vida a la santidad y a la vida común, habiéndose entregado ellos mismos libremente a vivir en pobreza.

163. Esto mismo denunciaba el apóstol con severísima autoridad respecto a algunos: El que no quiere trabajar que no coma. Y para probar a quiénes se refería, añade: Porque hemos oído que algunos viven entre vosotros sin trabajar, no haciendo nada y curioseándolo todo. A los que así obran, les rogamos y exhortamos en el Señor Jesucristo, que coman su pan trabajando sosegadamente236. ¿El suyo? Sí, ganado y producido con su trabajo. Ahora bien, como esos sujetos agitadores, ociosos y curiosos, invocaban el nombre del Señor, para que no creyeran que Pablo los había recriminado y abandonado, añadió: En cuanto a vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien, en Cristo Jesús, Señor nuestro237. Como si dijera: aunque sigan siendo perezosos, no dejéis de proporcionarles el sustento, y no decaigáis en hacer el bien.

Dispensa del trabajo manual

236. 2Ts 3, 10-12.237. 2Ts 3, 13.

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164. En los textos citados el apóstol ha declarado severísimamente que no coman los que no quieren trabajar, y seguidamente se muestra más clemente con quienes no trabajan. Podemos interpretar sus palabras sin faltar al verdadero sentido, diciendo que aplica aquella severidad a quienes pudiendo trabajar no quieren; y esta indulgencia, a quienes queriendo trabajar no pueden hacerlo. Ahora bien, como también a éstos les ruega y exhorta en el Señor Jesucristo que coman sosegadamente su pan, parece que no comen su pan si no lo hacen suyo trabajando en la medida de sus posibilidades, poniendo por testigos a Dios y a su conciencia.

165. ¡Perdón, Señor, perdón! Nos excusamos, tergiversamos las cosas, pero nadie puede esconderse a la luz de tu verdad238, que ilumina a los que se convierten y hiere a los que se alejan. No se te ocultan nuestros huesos que tú formaste en lo hondo del ser humano239. Somos nosotros los que ocultamos nuestro interior a nosotros mismos. En efecto, apenas hay alguno que, en lo que a servirte a ti se refiere, quiera probar su capacidad y disponibilidad, porque frente al mundo y a la carne le condiciona el temor o le arrastra la ambición. Pero si engañamos a los hombres ignorantes, no permitas que, queriendo engañarte a ti, nos engañemos a nosotros. No

238. Sal 18, 13.239. Cf. Sal 138, 15

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trabajamos porque no podemos, porque nos parece que no podemos, o porque, habiéndonos acostumbrado a la pereza o a los deleites, estamos convencidos de que no podemos.

166. Adoremos sin cesar, postrémonos y lloremos sin cesar ante ti que nos creaste240. A este respecto, nuestro pecado es manifiesto y tu juicio secreto: no podemos quizá, porque no ponemos verdadero interés en querer; o porque no habiendo querido cuando nos era posible, ahora que queremos ya no nos es posible. Comamos al menos nuestro pan, si no es posible con el sudor de nuestro rostro, según el castigo de Adán, sea por lo menos con dolor del corazón; con lágrimas de dolor, si no nos es posible con el sudor de la labor241. Que la piedad y devoción de la conciencia humillada suplan esta desgracia de nuestra vida monástica. Que las lágrimas sean nuestro pan día y noche, mientras se nos dice: ¿dónde está tu Dios?242, esto es, mientras dura nuestra peregrinación lejos de nuestro Dios y de la luz de su rostro.

167. Una sola cosa, en efecto, era necesaria243. Ahora bien, nosotros que ni nos entregamos a lo único necesario, ni nos

240. Sal 94, 6.241. Cf. Gn 2, 17-19. In lacrymis doloris, si non possumus in sudore laboris .He querido respetar en la traducción la cadencia latina a costa de una mejor traducción castellana. 242. Sal 41, 4.243 Lc 10, 42.

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ejercitamos en otras actividades, ¿en qué rango seremos clasificados? ¡Ojalá sea en aquel del que dice el apóstol: Al que no hace ningún trabajo, pero tiene fe en que Dios justifica al culpable, esa fe se le cuenta como justicia , según el beneplácito de la gracia de Dios244. ¡Ojala [podamos ser colocados] con aquella pecadora a la que se le perdonó mucho porque amó mucho!245 ¡Dichosa el alma que merezca ser justificada ante Dios con este juicio, a saber: el juicio de los que aman el nombre del Señor. De tal manera que no atendiendo a la justificación por las obras, ni a la confianza en los propios méritos, sólo se sienta perdonada porque ama mucho. Porque amándote, oh Dios, la mayor recompensa para el amante es tu mismo amor y después la vida eterna

168. Por tanto, os ruego, hermanos, no nos excusemos; acusémonos más bien y confesémonos. Y puesto que nos hemos cubierto ante los hombres con la sombra de un gran nombre y la apariencia de cierta perfección personal, reconozcamos ante Dios la pobreza de nuestra conciencia, no nos apartemos nunca de la verdad y la verdad nos hará libres.

244. Rm 4, 5.245. Lc 7, 47.

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CAPÍTULO V

NORMAS PARA LA ORACIÓN

169. A continuación hay que enseñar al hombre animal y principiante, al neófito de Cristo, a acercarse a Dios para que Dios se acerque a él. Así lo recomienda el profeta: Acercaos a Dios y Dios se acercará a vosotros246. No basta, en efecto, con hacer y formar al hombre, también hay que darle vida. Pues Dios primero formó al hombre, después sopló en su rostro un aliento de vida y así quedó hecho el hombre un ser viviente247. La formación del hombre es su educación moral; su vida es el amor de Dios.

170. La fe lo concibe, le da a luz la esperanza, y la caridad, que es el Espíritu Santo, lo forma y le da vida. El amor de Dios o Dios amor, el Espíritu Santo, derramándose en el amor y en el espíritu del hombre, lo une a sí248. De este modo, amándose Dios a sí mismo en el hombre, le hace consigo una misma cosa en su espíritu y en su amor. Y como el cuerpo sólo tiene vida por el alma, así el afecto del

246. Cf. St 4, 8.247. Gn 2, 7.248. Afficit eum sibi .Expresión de hondo contenido en la tradición monástica.

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hombre, que es el amor, no vive, es decir, no ama a Dios sino es por el Espíritu Santo.

Lectura y meditación

171. Ahora bien, al amor de Dios engendrado en el hombre por la gracia, lo amamanta la lectio, lo nutre la meditatio y lo ilumina y fortalece la oratio. Para que el hombre animal y el hombre nuevo en Cristo249 vaya ejercitando su vida interior, es más apropiado y seguro proponerle como lectura y meditación la vida exterior de nuestro Redentor. Hágasele ver en ella el ejemplo de humildad, el estímulo de la caridad y el afecto de la ternura. De las sagradas Escrituras y de los tratados de los santos Padres lea lo que atañe a la moral y sea más accesible.

172. También se le propondrán los hechos o martirios de los santos, donde sin fatigarse con cuestiones históricas, encuentre siempre algo que le estimule al amor de Dios y desprecio de sí mismo. Por lo demás, hay otras historias cuya lectura halaga pero no edifica; más bien embotan la mente y durante la oración o meditación espiritual traen el recuerdo de pensamientos inútiles o nocivos, porque tal como ha sido la lectura así suele ser la meditación siguiente. Por otra parte, la lectura de libros difíciles además de cansar no alimenta a las almas más delicadas, distrae la

249. 2Co 5, 9.

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PRIMERA PARTE: EL HOMBRE ANIMAL

atención y embota los sentidos y la inteligencia.

La oración

173. También se le enseñará a levantar el corazón en su oración250, a orar espiritualmente, a alejar de su espíritu lo más posible cosas e imágenes corporales cuando está pensando en Dios. Comprenda con qué pureza de corazón debe dirigirse a Aquel a quien presenta el sacrificio de su oración, cuide de sí mismo como oferente, y piense bien qué ofrece y qué calidad tiene lo ofrecido. Cuanto mejor contemple y conozca a aquel a quien dirige su ofrenda, tanto más aumentará su afecto, y el amor mismo es su conocimiento251. Cuanto más presente tenga a Dios en su afecto, tanto más gustará de él al presentarle la ofrenda, si ésta es digna de Dios252, y así encontrará mayor gozo al ofrecerla253.

174. Con todo, como ya se ha dicho, es mejor y más seguro proponer a los principiantes en la oración y la meditación la

250. Lm 3, 1.251. Amor ipse intellectus est. Amor-conocimiento se enriquecen mutuamente. Es la síntesis de la mística de Guillermo, frecuente en sus escritos. Más adelante precisará su sentido y alcance.252. Mi 6, 6. 253. Sal 127, 2; Jer 7, 23. 32, 39.

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representación de la humanidad del Señor, su Nacimiento, Pasión y Resurrección; de este modo, el alma aún débil, que no sabe pensar más que en las cosas corporales y a través de los sentidos corporales, tiene algo en que apoyar su afecto y a qué adherirse según su devoción. Verá al Señor en la forma de mediador y contemplando en él su propia imagen, como dice Job, no pecará254. En efecto, el hombre que pone su mirada interior en Dios y ve en él la imagen del ser humano, nunca se apartará de la verdad, porque manteniendo mediante la fe la unión entre Dios y el hombre, llegará un día a encontrar a Dios en el hombre.

175. Así los pobres de espíritu y los más sencillos hijos de Dios comienzan a experimentar un afecto tanto más dulce cuanto más concorde está con la naturaleza humana. En adelante, a medida que la fe se vaya transformado en afecto, abrazarán en su corazón con el dulce abrazo del amor a Cristo Jesús, perfecto hombre por haber asumido al hombre, y perfecto Dios por ser Dios quien asume. De este modo comienzan a conocerle no ya según la carne, aunque todavía no pueden conocerle plenamente como Dios255; glorificándole en sus corazones quieren ofrecerle los sacrificios que pronunciaron sus

254. Jb 5, 24.255. 2Co 2, 16.

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labios256 con súplicas, oraciones y plegarias según las circunstancias y motivaciones.

Diversas formas de oración

176. Hay oraciones breves y espontáneas que brotan de la voluntad o de las necesidades del orante según las circunstancias; otras son más largas y razonadas como las que piden, buscan, llaman con la inquietud de la verdad, hasta que consiguen, hallan o se les abre257; otras son ardientes, espirituales, fecundas por el afecto de fruición y la gozosa iluminación de la gracia.

La petición

177. Son las mismas que enumera el Apóstol aunque en orden diferente: súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias258. Ponemos en primer lugar la petición. Su fin es obtener los bienes temporales y remedio para las necesidades de la vida presente. En ella Dios aprueba la buena voluntad del que pide, le concede aquello que le será de mayor utilidad y que acepte con alegría lo que le conviene. De esta oración dice el salmista: Mi oración estará siempre a su favor259. También a favor de los impíos, ya que es común a

256. Sal 65, 14.257. Mt 7, 7.258. 1Tm 2, 1.259. Sal 140, 5.

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todos, y de modo especial a los hijos de este mundo, desear la serenidad de la paz, la salud del cuerpo, un tiempo apacible, y todo lo demás que se refiere a la utilidad y necesidades de esta vida, incluso a los que abusan de la felicidad. Los que piden esto con fe, aunque lo hagan movidos por la necesidad, en esto mismo someten siempre su voluntad a la de Dios.

La súplica

178. La súplica en los ejercicios espirituales es una instancia apremiante hacia Dios. En estos ejercicios antes que llegue el auxilio de la gracia, quien aumenta la ciencia aumenta el dolor.

La oración

179. La oración es el afecto del hombre que se une con Dios, un cierto diálogo tierno y familiar, un estado de la mente iluminada para gozar de Dios todo el tiempo que le es permitido.

La acción de gracias

180. La acción de gracias consiste en que advirtiendo y reconociendo la gracia de Dios, la buena voluntad se mantiene constantemente dirigida hacia él, aunque a veces se paralice o

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PRIMERA PARTE: EL HOMBRE ANIMAL

quede inmóvil la actividad exterior o el afecto interior. De ella dice el Apóstol: Querer el bien está en mí, llevarlo a la práctica, no260. Como si dijera: querer hacerlo lo tengo siempre , pero a veces se halla paralizado, es decir, inoperante; porque, efectivamente, quiero hacer el bien pero no puedo. Eso lo hace la caridad, que nunca desfallece261.

181. Tal es la oración continua o acción de gracias de la que dice el Apóstol: Orad sin cesar, dando siempre gracias a Dios262. Es una especie de bondad permanente del alma y del espíritu bien ordenado, imagen de la bondad de sus hijos para con Dios Padre, que ora siempre por todos263 y por todo da gracias a Dios264. Se une a Él mediante la oración y la acción de gracias de tantas maneras cuantas encuentra su tierno afecto, ya sea en las necesidades y consolaciones propias, o en la compasión y el gozo compartido con las del prójimo. Esta bondad está inmersa constantemente en la acción de gracias, porque quien la posee vive siempre en el gozo del Espíritu Santo.

Directrices para la oración

260. Rm 7, 18.261. 1Co 13, 8.262. 1 Ts 5, 17-18.263. Col 1, 9.264. 1Ts 5, 18.

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182. La oración de petición debe hacerse con perseverancia y piedad265, sin obstinarse en ella, porque nosotros no sabemos, pero nuestro Padre que está en el cielo sí sabe lo que necesitamos de las cosas temporales.

183. Sin embargo, en la oración de súplica se ha de insistir con humildad y paciencia, porque los frutos sólo se consiguen con la paciencia266. A veces la gracia que pedimos tarda en venir, el cielo se vuelve de bronce y la tierra de hierro267; y cuando el corazón endurecido del hombre no merece ser escuchado en sus peticiones, la ansiedad del orante le lleva a pensar que se le niega lo que sólo ha sido diferido. Gime como la mujer cananea, y se lamenta de ser despreciado y desechado, estimando que se le imputan y reprochan sus pecados, como si fueran las inmundicias de un perro268.

184. En otros casos el que pide, recibe; el que busca, halla; al que llama, se le abre269, aunque no sin esfuerzo; de este modo la fatiga de la súplica merece encontrar el consuelo y la suavidad de la oración.

185. Otras veces ocurre que el afecto de la oración pura, y esa suave ternura no se alcanza por la oración sino que se encuentra; la gracia

265. Cf. Mt 6, 8.32.266. Cf. Lc 8, 15.267. Dt 28, 23.268. Mt 15, 22-28. 269. Mt 7, 7.

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se adelanta al que ni pide, ni busca, ni llama, y hasta parece que es inconsciente de ello. A la manera que a un esclavo se le admite a la mesa de los hijos, así el espíritu rudo y principiante es admitido al afecto de oración que suele concederse a los méritos de los perfectos como premio de su santidad. Esto sucede para que el perezoso tome conciencia de lo que descuida, o estimulado por la caridad se inflame en amor a esa gracia que se le concede gratuitamente.

186. Por desgracia hay muchos que se equivocan en esto, pues al ser alimentados con el pan de los hijos270, llegan a creerse que ya son verdaderos hijos, y descuidando lo que debería estimularles a progresar, disipan en su conciencia la gracia recibida. Teniéndose por algo cuando en realidad no son nada271, a pesar de los bienes recibidos del Señor no se enmiendan sino que se endurecen más, cumpliéndose en ellos lo que dice el salmo: Los que aborrecen al Señor le mintieron, su suerte quedará fijada para siempre. Los alimentó con flor de harina y los sació con miel de la roca272. A veces Dios Padre alimenta a los siervos con gracias más escogidas, para que lleguen a ser hijos; mas ellos, abusando de la gracia, se convierten en enemigos. Se aprovechan de las sagradas Escrituras para justificar sus pecados y concupiscencias, y volviendo a los mismos después de la oración, se aplican a sí mismos

270. Cf. Mt 15, 16.271. Cf. Ga 6, 3.272. Sal 80, 16-17.

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PRIMERA PARTE: EL HOMBRE ANIMAL

aquello de la mujer de Manué: Si el Señor quisiera matarnos, no recibiría el sacrificio de nuestras manos273.

273. Jc 13, 23.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

S E G U N D A P A R T E

EL HOMBRE RACIONAL

Y EL HOMBRE ESPIRITUAL

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

CAPÍTULO PRIMERO

LOS PRINCIPIANTES

Y LOS PERFECTOS

Síntesis de las tres etapas

187. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos. En ellas el gorrión ha encontrado una casa y la tórtola un nido donde colocar sus polluelos274. Por gorrión entiendo un animal naturalmente vicioso, inquieto, ligero, importuno, charlatán y dado a la sensualidad; la tórtola es plañidera, moradora de la oculta soledad, imagen de la simplicidad, modelo de castidad. En las moradas del Señor encuentra el gorrión una casa de paz y seguridad; la tórtola un nido donde colocar sus polluelos.

188. ¿Qué simbolizan estas aves? Por una parte, la sangre naturalmente encendida de los jóvenes y su ánimo ardiente, la edad veleidosa

274. Sal 83, 4.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

y su curiosidad inquieta. Por otra, una edad viril, espíritu serio, casto, sobrio, hastiado de las cosas exteriores, recogido en sí mismo en la medida de lo posible.

189. El primero encuentra en las moradas del Señor de los ejércitos, en la ordenación de la celda, serenidad interior frente a todos los vicios, firmeza para la estabilidad, y morada de seguridad. El segundo en cambio, encuentra en el secreto de la celda el lugar más recóndito de su conciencia, donde repara y alimenta el fruto de sus santos afectos y el contenido espiritual de la contemplación. El gorrión solitario en el tejado275, esto es, en la cumbre de la contemplación, se complace en pisotear la morada de la vida carnal; la tórtola fecundada en lo oculto, goza de los frutos de la humildad.

190. Los perfectos y espirituales, simbolizados en el nombre de la tórtola, se someten a la virtud de la obediencia y a la sujeción para adquirir firmeza y solidez en su virtud, rebajándose a sí mismos como principiantes. De este modo, cuanto más se rebajan a sí mismos más se elevan sobre sí, activan su progreso mediante la humillación, y recogiendo como fruto de la soledad frecuentes y elevados arrebatos de contemplación, estiman que no deben descuidar la sujeción voluntaria, la

275. Sal 101, 9.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

convivencia comunitaria, ni la dulzura de la caridad fraterna.

191. El hombre espiritual se sirve espiritualmente de su cuerpo, y merece recibir como naturalmente esa sumisión del cuerpo; el hombre animal consigue imponerse por la fuerza y el hombre racional por la costumbre adquirida. Donde aquellos consiguen una obediencia impuesta, éste la consigue por amor; donde aquellos consiguen virtudes con gran esfuerzo, éste ha convertido las virtudes en hábitos.

192. Cuando esos gorriones de Dios se empeñan en elevarse a lo que es propio de los hombres perfectos, no por presunción altanera, sino con piedad amorosa y espíritu humilde, no son rechazados como altivos, sino aceptados como devotos; merecen experimentar algunas veces aquello que los espirituales gozan, y quieren imitar en todo momento la vida activa de aquellos cuya consolación contemplativa anhelan alcanzar.

193. De este modo caminando con un mismo espíritu, aunque no al mismo paso, todos progresan: los espirituales en humildad y los principiantes en ascensión. Existen unas relaciones santas entre las celdas en que reina la disciplina: un estímulo respetuoso, un ocio muy activo, un descanso dinámico, y una caridad bien ordenada276. Se comunican con el

276. Cf. Ct 2, 4.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

silencio mutuo, y ausentes unos de otros gozan más de la mutua compañía; progresan unidos, y aunque no se ven unos a otros, encuentran en el otro lo que deben imitar y en sí mismos lo que han de lamentar.

194. Yo, sin embargo, como dice el profeta: Hombre que veo mi pobreza277, me lleno de vergüenza y suspiro al considerar las riquezas de los demás, pues quisiera ver en mí mismo lo que constato en el otro, ya que entre dos males es más tolerable querer lo que no se ve, que ver lo que no puede poseerse. Aunque no sucede lo mismo con los bienes del Señor, porque verlos es amarlos, y amarlos es poseerlos. Por eso, esforcémonos cuanto nos sea posible para llegar a ver, y viendo comprendamos, y comprendiendo amemos y amando poseamos. De todo esto, ante ti están, Señor, todos mis deseos y no se te ocultan mis gemidos278.

277. Lm 3, 1.278 Sal 37, 10.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

CAPÍTULO SEGUNDO

EL HOMBRE RACIONAL

EN PROGRESO ESPIRITUAL

1. COMIENZOS DEL HOMBRE RACIONAL

Notas previas

195. Al tratar, y ojalá también avanzar, del paso del estado animal al racional y del racional al espiritual, lo primero que debemos saber es que la sabiduría, según se lee en el libro de su mismo nombre, busca a los que la desean, les sale al encuentro y se les muestra gozosa en sus caminos279, tanto a los que progresan en ella como a los que la meditan y estudian, llegando a todas partes por su pureza280. Porque Dios ayuda al que contempla su rostro281, más aún, mueve, conmueve, y la imagen del sumo Bien atrae hacia sí al que contempla.

279. Sb 6, 14. 17.280. Sb 7, 24.281. Sal 45, 6.

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196. Cuando la razón progresa y se eleva hasta el amor, y la gracia desciende al hombre que ama y desea, frecuentemente la razón y el amor que constituyen esos dos estados llegan a ser una sola cosa; y lo mismo acontece con las operaciones que nacen de ellos, a saber, la sabiduría y la ciencia. Ya no pueden tratarse o pensarse por separado los que de este modo forman una unidad y un solo principio de operación y de virtud en la actividad del que conoce y en la fruición del que goza. Y aunque debamos distinguir el uno del otro, cuando se llega a ese estado hay que unir el uno con el otro y en el otro, tanto al pensar como al tratar de ellos.

197. Porque como se ha dicho más arriba, así como en el progreso de la vida religiosa el estado animal vela sobre el cuerpo y el hombre exterior, para formarlo en la práctica de la virtud, del mismo modo el hombre racional debe actuar en el alma para hacerla racional, si aún no lo es; o para perfeccionarla y ordenarla si ya lo es. Por lo mismo hay que considerar en primer lugar quién o qué es el alma, a la que la razón debe hacer racional; y qué es la razón, que al constituir al animal mortal en ser racional lo hace hombre. Primero tenemos que tratar del alma282.

282.Guillermo de Saint Thierry emplea tres términos para hablar del alma o principio vital del ser humano: anima, animus y spiritus. Aplicar el término castellano adecuado en los distintos textos de

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

El alma

198. El alma es algo incorpóreo, capaz de razón, apta para vivificar el cuerpo. Constituye a los que llamamos hombres animales, que conservan aún el gusto por lo carnal, apegados a los sentidos corporales. Cuando esta alma se hace no sólo capaz sino partícipe de la perfecta razón, renuncia a su nombre femenino y se llama animus, partícipe ya de razón, capaz de gobernar el cuerpo, y ser un espíritu, dueño de sí mismo. Mientras permanece anima, se inclina con facilidad a lo carnal, el animus sin embargo o espíritu283 medita sólo en lo varonil y espiritual.

199. El espíritu del hombre, dotado de la apetencia hacia el bien, y una naturaleza sutil para la acción, es el ápice de la sabiduría creadora, superior a todo cuerpo; es también superior en esplendor y dignidad a cualquier luz corpórea por llevar la imagen del Creador y ser capaz de razonar. No obstante, implicado en el vicio de su origen carnal ha venido a ser esclavo del pecado, encadenado por la ley del pecado que lleva en sus miembros284. Sin embargo no perdió totalmente el albedrío, es decir, la capacidad de la razón para juzgar y

Guillermo a cada uno de estos términos latinos no es fácil y existe diversidad entre los autores. 283. Ante la imposibilidad de traducir fielmente la palabra animus, la dejamos casi siempre en su forma latina.284. Cf. Rm 7, 23; 6, 17.

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discernir, aunque perdió la libertad para querer y obrar.

200. En castigo del pecado y como testimonio de la dignidad natural perdida, le ha quedado al espíritu del hombre como signo el albedrío, pero cautivo. Nunca puede perderlo totalmente, ni siquiera antes de la conversión y liberación de la voluntad, por grande que sea la degradación en que pueda caer la misma voluntad. Así, aunque abuse de él eligiendo el mal en lugar del bien como queda dicho, el espíritu sigue siendo mejor y de mayor dignidad que cualquier criatura corpórea, tanto en sí mismo como respecto a todo lo que ha hecho la Verdad creadora.

201. La voluntad es liberada cuando se convierte en caridad, cuando el amor de Dios se derrama en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado285. Es entonces cuando la razón se constituye en verdadera razón, es decir, en una disposición de la mente que es en todo conforme con la verdad. Liberada la voluntad mediante la gracia liberadora, comienza a actuar el espíritu con la razón libre, llegando a ser él mismo, es decir, actuando él mismo con plena libertad; así se convierte en animus, y en animus bueno. Animus, porque anima y perfecciona como es debido al hombre animal, proporcionándole una razón libre. Y bueno, porque ama su

285. Rm 5, 5.

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propio bien que le hace bueno y sin el cual no podría ser ni bueno ni animus.

202. Ahora bien, el animus se hace bueno y racional amando al Señor su Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente y con todas sus fuerzas, y sólo amándose a sí mismo en Dios y al prójimo como a sí mismo286. El animus se hace bueno temiendo a Dios y guardando sus mandamientos. Eso es ser hombre287.

La razón

203. La razón, según es definida o descrita por los doctos, es la mirada del animus que ve lo verdadero por sí mismo sin mediación del cuerpo; es la contemplación misma de la verdad o la verdad misma contemplada; o también la misma vida racional, tributo o sumisión de la razón a la verdad contemplada288.

204. El raciocinio es la actividad inquisitiva de la razón, el movimiento de su mirada a través de las cosas que desea ver. El raciocinio busca, la razón encuentra. Cuando esta mirada se proyecta en alguna cosa y la

286. Lc 10, 27.287. Qo 12, 13. 288. Todas estas definiciones se inspiran en SAN AGUSTÍN, De Inmortalitate animae, VI, 10; PL 32, 1026 A.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

percibe, constituye la ciencia del hombre; cuando no la percibe, es la ignorancia289.

205. Aquí tenemos, pues, la razón, el instrumento por medio del cual actúa y la obra realizada. Gusta ejercitarse siempre en lo que es bueno y honesto. El ejercicio la perfecciona, y la desidia la atrofia.

Dios

206. Para el hombre dotado de razón ningún ejercicio es tan digno y útil como el que pone en actividad lo que tiene de más noble, y por lo que es superior a los demás animales y a las otras partes de sí mismo, es decir la mente o el animus. Ahora bien, para la mente o animus, al que deben sometérsele las demás partes del cuerpo humano, nada hay más digno de buscar, nada más dulce de encontrar, nada más útil de poseer que aquello que le supera, que es únicamente Dios290.

207. Pero Dios no está lejos de cada uno de nosotros, puesto que en Él vivimos, nos movemos y existimos291. No estamos en el Señor Dios nuestro como en este aire que nos rodea, sino que vivimos en él por la fe; nos movemos y dilatamos por la esperanza, y

289. Cf. SAN AGUSTÍN, De quantitae animae, XXVII, 53. PL 32, 1065 cd.; Cf. Edición bilingüe en BAC, Obras Completas, t. III, pp. 621-623. 290. Cf. SAN AGUSTÍN, De libero arbitrio, I, 10, 21, PL 32, 12-32. Cf. Edición bilingüe en BAC, Obras completas, t. III, p. 283.291. Hch 17, 27-28.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

existimos, o permanecemos y nos afianzamos en él por el amor.

208. El animus fue creado por él y para él: vuélvase pues a él y sea él todo su bien292, ya que todo bien del hombre proviene de ese supremo Bien. Fue creado a su imagen y semejanza, para que mientras vive en este mundo se acerque a él lo más posible por la semejanza con él, del cual sólo se separa por la desemejanza: ser santo en este mundo como él es santo, y dichoso en el futuro, como él es dichoso.

209. En una palabra, la verdadera bondad y grandeza consiste únicamente en que el animus magnánimo y bueno ponga su mirada, su admiración y su deseo en aquel que está sobre él apresurándose a adherirse como imagen fiel a su semejanza. En efecto, el hombre es imagen de Dios, y por ser su imagen comprende que puede y debe unirse a aquel de quien es imagen.

210. Por tanto, aunque en la tierra gobierna al cuerpo que le ha sido confiado, sin embargo el animus con la mejor parte de sí mismo que es la memoria, la inteligencia y el amor, anhela morar siempre allí de donde reconoce haber recibido lo que es y lo que tiene, y donde permanecerá eternamente recibiendo la plena semejanza en la plenitud

292. GUILLERMO desarrolla más estas ideas en su Expositio altera in Ct. PL 180, 480 C-D.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

de la visión de Dios. Es lícito al hombre esperar esto en la medida de lo posible, con tal que no descuide conformar su vida a esta buena esperanza.

211. Por eso el animus tiende hacia el lugar de donde procede. Si ha de vivir entre los hombres es para comunicarles la vida de Dios, para que busquen y alcancen las cosas divinas, no para vivir esta vida mortal y caduca.

212. Así como vivifica al cuerpo, y según su estado natural lo proyecta hacia el cielo que trasciende todos los cuerpos y todas las cosas por su naturaleza, lugar y dignidad, del mismo modo el animus por su naturaleza espiritual, gusta elevarse hacia aquellas cosas que superan las mismas realidades espirituales: Dios y las cosas divinas. Y no lo hace por soberbia293, sino amando con ternura y viviendo sobria, justa y piadosamente294. Cuanto más alto sea aquello a lo que aspira, más eficaces deben ser los ejercicios que ha de practicar; y no sólo le salpiquen sino que le empapen, y de tal modo le apremien que le lleven a la perfección.

2. PROGRESO DEL HOMBRE RACIONAL

293. Cf. SAN AGUSTÍN, De Trinitate, XII, 1. PL 42, 999.294. Tt 2, 12.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

Los ejercicios del hombre racional

213. Ahora bien, aunque a veces estos ejercicios utilizan y se sirven de las letras, no son literarios, complicados, discutibles, o pura charlatanería; sino espirituales, suaves, humildes, acomodados a la gente sencilla. Es verdad que se practican al exterior, pero actúan sobre todo en el fondo del alma, donde el hombre se renueva, revistiéndose del hombre nuevo creado según Dios en justicia y santidad verdaderas295.

214. Allí, en efecto, se forma el animus, allí se concede una inteligencia buena a todos los que obran el bien; allí, según la norma establecida por el apóstol, se nos enseña a portarnos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias, en fatigas, en vigilias, en la prisión de la celda, en ayunos, en castidad, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en Espíritu Santo, en caridad sincera, en palabras de verdad, en el poder de Dios, en armas de justicia a diestra y siniestra, en honra y deshonra, en mala y buena fama; como seductores, siendo veraces; como desconocidos, siendo bien conocidos; como moribundos aunque muy vivos; como azotados, pero no muertos; como tristes aunque siempre alegres; como indigentes

295. Cf. Ef 4, 23-24.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

aunque enriqueciendo a todos; como quienes nada tienen poseyéndolo todo296; en trabajos y fatigas, en hambre y sed, en frío y desnudez297.

215. Éstas y otras parecidas son las prácticas santas, los ejercicios apostólicos en los que el animus, a solas con Dios, se examina, se conoce y se enmienda, purificándose de toda mancha carnal y espiritual, y completando la obra de su santificación en el temor de Dios298.

216. Estos ejercicios aman el silencio, desean la paz del corazón en medio de la actividad corporal, buscan pobreza de espíritu y paz en las tribulaciones exteriores, y una buena conciencia con pureza absoluta de corazón y de cuerpo. Estos ejercicios forman el animus porque nunca les falta labor. En cambio las vanidades, vagatelas, charlatanerías, disputas, curiosidades y ambiciones disipan y corrompen incluso al espíritu formado y perfecto

217. Estos ejercicios examinan más la raíz de las virtudes que sus flores, a fin de que realmente existan y no sean mera apariencia; y no sólo para conocerlas, sino para poseerlas realmente.

Las malas costumbres

296. Cf. 2Co 6, 4-10.297. Cf. 2Co 11, 27.298. 2 Co 7, 1.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

218. Sin embargo, temen más el ardor de los vicios en su mismo interior, que los ataques que vienen de fuera; más su contagio que su malicia. En efecto, así como a veces, no sin mucho trabajo y dedicación perseverante, se consigue transformar las virtudes en afectos y buena conciencia, del mismo modo los vicios más insignificantes, con la menor concesión e indulgencia se agigantan, y vienen a hacerse como connaturales.

219. A pesar de ello, ningún vicio es natural, sólo la virtud es connatural al hombre. Mas sucede que la costumbre, ya por voluntad degradada o por negligencia inveterada, suele convertir casi en natural muchos vicios en una conciencia descuidada. Porque la costumbre, a decir de los filósofos, es una segunda naturaleza.

220. No obstante, todo espíritu viciado puede convertirse mientras su malicia no le haya endurecido; e incluso ya endurecido, no debe desesperar. Es consecuencia de la maldición de Adán299 el hecho de que broten espontáneamente y sin cesar, tanto en la tierra de nuestras actividades como en el campo de nuestro corazón o de nuestro cuerpo, plantas inútiles o nocivas; en cambio, las plantas útiles, necesarias o saludables, requieren mucho esfuerzo.

221. Aunque la virtud es propia de la naturaleza, cuando viene al ánimus no suele venir sin esfuerzo; pero viene a su lugar propio

299. Cf. Gn 3, 17-19.

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y allí permanece fielmente, la naturaleza se siente a gusto con ella, porque su mejor premio es tener conciencia de que vive en Dios.

El vicio

222. El vicio, por el contrario, no es otra cosa que privación de la virtud. Pero su magnitud y enormidad a veces se deja sentir tanto que agobia y oprime; es tanta su fealdad que mancha y corrompe; y se arraiga de tal manera en la costumbre que apenas puede librarse de él la naturaleza.

223. En vano se intentan secar los riachuelos de los vicios si no se obstruye la fuente. Por ejemplo, una voluntad floja genera debilidad de espíritu, de donde proceden inestabilidad de carácter, frivolidad en las costumbres, alegría vana que suele terminar en lascivia, tristeza estéril que llega a veces hasta la melancolía, y otras muchas cosas, como la negligencia, o transgresión de las obligaciones que tienen su origen en la volubilidad de ánimo. Asimismo, una voluntad habitualmente altiva, hincha el animus y sumerge en la miseria al corazón. De ahí se sigue vanagloria, confianza en sí mismo, desprecio de Dios, jactancia, desobediencia, desprecio, presunción y las demás pestes del animus que suelen brotar del tumor y ejercicio de una soberbia permanente.

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224. De igual modo todos los vicios tienen su origen en algún afecto desordenado de la voluntad o en alguna mala costumbre. Cuanto con más agrado se arraiga en la mente, y más fuertemente se adhiere a ella, más enérgicos remedios necesita y más solícita cura precisa.

225. Estas pestes de los vicios persiguen al solitario hasta lo más recóndito de la soledad. Ahora bien, así como la virtud sólidamente adquirida y fielmente enraizada en el animus no abandona a quien la posee, ni siquiera en la barahúnda del mundo, de igual modo el vicio inveterado por la costumbre no abandona a su poseedor en cualquier soledad que viva. Porque la costumbre podrá mitigarse, pero será casi imposible dominarla sin un pertinaz combate con los ejercicios más apropiados. Cualquiera que sea el estado del alma, se le pega, y no soportará el secreto o silencio del corazón, sea cual fuere su soledad.

226. Cuanto más enraizada esté en el animus la voluntad y costumbre viciosa, tanto más cruel y rebelde se mostrará; y más que una malicia espiritual, parece que hay que rechazar a un ejército poderoso, en una tenaz lucha de cuerpo a cuerpo.

La virtud

227. Volvamos al elogio de la virtud ¿Qué es la virtud? Hija de la razón, y más aún de la gracia. Por su naturaleza es una energía; pero

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para que sea virtud debe participar de la gracia. Es fuerza que brota del juicio aprobativo de la razón, y virtud como impulso de una voluntad iluminada. Virtud es el asentimiento voluntario hacia el bien, cierta ecuanimidad de la vida conforme en todo a la razón. Virtud es el ejercicio de una voluntad libre bajo el juicio de la razón. La humildad es una virtud, la paciencia es una virtud; del mismo modo son virtudes la obediencia, la prudencia, la templanza, la fortaleza, la justicia y otras muchas; en cada una de las cuales la virtud no es otra cosa, como se ha dicho, que el ejercicio de la libre voluntad bajo el juicio de la razón.

228. La voluntad buena, en efecto, es en el alma origen de todos los bienes y madre de todas las virtudes. La mala voluntad, en cambio, es raíz de todos los males y de todos los vicios. Por tanto, el que guarda su alma pondrá gran cuidado en custodiar la voluntad para comprender y discernir con prudencia lo que quiere o debe querer por encima de todo, como es el amor a Dios; y lo que debe amar como un medio, por ejemplo, el amor a la propia vocación.

229. Mas para evitar en esto toda indiscreción, deberá ejercerse una cauta y prudente discreción según las reglas de la obediencia.

230. Respecto al amor de Dios no existe otra norma o discreción que aquella que él mismo nos dio cuando nos dijo: Nos amó

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hasta el extremo300. Y por eso, en la medida de lo posible, debemos amarle hasta el infinito, como el hombre dichoso que se deleita en los mandamientos del Señor 301.

Amor y verdad

231. Si el ardor del amante debe ser perenne y sin límites, su actividad sí debe tener límites, fines y normas. A fin de que el celo excesivo de la voluntad no la lleve en ocasiones hacia el error, es preciso que intervenga siempre la verdad actuando como guardiana mediante la obediencia.

232. Así pues, nada mejor para el hombre que camina hacia Dios que la voluntad y la verdad. A ellas se refiere el Señor cuando dice: si dos se unen para pedir algo, todo lo que pidieren se lo concederá Dios Padre302.

233. En efecto, cuando las dos logran unirse en perfecto acorde contienen en sí la plenitud de todas las virtudes sin mezcla de vicio alguno; lo pueden todo, incluso en el hombre débil; lo tienen y poseen todo, incluso en el que carece de todo. Se dan, se intercambian, se completan y dan fruto en el hombre de buena conciencia. Gloria y riquezas303 en la conciencia de ese dichoso

300. Jn 13, 1.301. Sal 111, 1302. Mt 18, 19. 303. Cf. Sal 111, 1.

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varón son los frutos de su buena voluntad. Por fuera la verdad de Dios lo protege por todas partes304, mejor que los escudos de este mundo que sólo protegen por un lado. La buena voluntad le mantiene siempre alegre y gozoso en su interior; la verdad le hará serio y grave, firme y seguro al exterior en su actividad. Trascendiendo de este modo las contingencias humanas, ese hombre se mantendrá siempre sereno como la atmósfera que existe, según dicen, en los espacios supralunares.

3. PERFECCIÓN DEL HOMBRE RACIONAL.

Los dos caminos

234. La voluntad es cierto apetito natural del alma racional, que tiene por objeto a Dios y las realidades interiores del hombre, o el cuerpo y las realidades exteriores.

235. Cuando la voluntad tiende a lo alto como el fuego a su lugar propio, es decir, cuando se une a la verdad y es atraída hacia las cosas de arriba, es amor; cuando en esta ascensión es alimentada con la leche de la gracia, es dilección; cuando lo consigue, lo

304. Cf. Sal 90, 5.

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retiene y lo goza es caridad; es unidad de espíritu, es Dios. Pues Dios es caridad305. Mas en todo esto, cuando el hombre cree haber llegado a la perfección no ha hecho más que comenzar306, ya que la perfección en estas cosas no puede ser plena en la presente vida.

236. Mas cuando la voluntad se vuelve hacia lo carnal, es concupiscencia de la carne; si se deja arrastrar por la curiosidad mundana, es concupiscencia de los ojos; cuando ambiciona gloria y honor, es soberbia de la vida307.

237. Mientras esté al servicio de las necesidades o conveniencias naturales, sigue siendo natural o tendencia de la naturaleza. Si además se entrega a las cosas superfluas o viciosas, se hace vicio de la naturaleza o viciosa en sí misma. Así, según el primer movimiento o deseo que se levante en ti, puedes hacer tú mismo este razonamiento: si en lo referente al cuerpo y a las necesidades de la vida la voluntad hace de ellas su fin, es un apetito natural del alma. Pero si en su ambición desea cada vez más y más, se traiciona a sí misma, y ya no es voluntad sino vicio de la voluntad: avaricia, concupiscencia o algo parecido. En las necesidades, la voluntad queda pronto satisfecha; mas respecto a sus vicios, no se sacia con nada.

305. 1Jn 4, 8.306. Si 18, 3. 307. Cf. 1Jn 2, 16.

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238. Si en lo concerniente a Dios y a las cosas espirituales la voluntad hace cuanto puede, merece alabanza; si quiere lo que no puede alcanzar o más de lo que puede conseguir, conviene dirigirla y refrenarla; si no quiere lo que puede conseguir, es preciso estimularla e incentivarla. Si no se la refrena, suele desbocarse y correr al abismo; otras veces, si no se la estimula se adormece, se atrofia y olvida su ideal, cediendo fácilmente a los atractivos del placer.

La disciplina

239. Así como el cuerpo es mejor observado por un extraño que por uno mismo, también aquí suele observarnos mejor el ojo ajeno que el nuestro. El extraño y el que no está en la misma conmoción de la voluntad, es con frecuencia mejor juez de nuestras acciones, pues acontece muchas veces que por negligencia o amor propio nos engañamos a nosotros mismos.

240. Por ello el mejor guardián de la voluntad es la obediencia, sea como mandato, como consejo, como sumisión o simplemente por caridad. Según el apóstol san Pedro, los hijos de la obediencia purifican sus corazones con más eficacia y dulzura sometiéndose a sus iguales y aún a sus inferiores en una obediencia de caridad308, que acatando a sus superiores con una obediencia de necesidad.

308. Cf. 1P 1, 22.

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En el primer caso, es únicamente la caridad quien manda, aconseja y obedece; en el segundo, se teme el castigo o se cede a la amenaza de una autoridad imperiosa o de una necesidad ineludible. En la primera el obediente merece mayor gloria, en la segunda se amenaza al desobediente con mayor castigo.

241. Por todo esto se ve con claridad cuán necesaria es para la voluntad la guarda de sí misma, para que el hombre de corazón elevado dirija, modere y armonice las cosas exteriores. Pero es aún mucho más para su vida interior. Cuando el alma razonable piensa frecuentemente en sí misma o en Dios, la voluntad regula todo pensamiento, y el desarrollo del pensamiento sigue necesariamente al impulso de la voluntad.

Los pensamientos

242. Tres facultades concurren en la formación del pensamiento: la voluntad, la memoria y el entendimiento. La voluntad fuerza a la memoria a presentar la materia, y al entendimiento para que dé forma a lo que se le presenta. Aplica el entendimiento a la memoria para elaborar el pensamiento, y ayuda al entendimiento con la agudeza del que piensa para que llegue a pensar. Y como esta unión la impone [cogit] la voluntad, y la consigue con una simple señal, parece ser que

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pensamiento [cogitatio] procede de cogere, forzar309.

243. Así nacen todos los pensamientos. Unos buenos y santos, dignos de Dios; otros malos y perversos, que separan de él; otros sin sentido, inútiles y vanos de los que Dios se aleja. Por eso se dice: Los pensamientos malos apartan de Dios310, y el Espíritu Santo se aleja de los pensamientos insensatos311.

244. De estas palabras se sigue que no es posible pensar sin el concurso de la inteligencia y que no puede existir pensamiento donde no hay inteligencia. Mas uno es el pensamiento que brota de la potencia natural de la razón, y otro el que procede del influjo del espíritu racional. Se trata de la misma facultad intelectiva que aplica su potencia natural al bien o al mal; pero unas veces parece abandonada a sus propias fuerzas, y otras es iluminada por la gracia.

245. En el primer caso no se rechazan los asuntos del mundo, sean serios o frívolos; en el otro, en cambio, sólo se ocupa de asuntos dignos y que guarden cierta semejanza con su modo de ser. En el primer caso la inteligencia actúa frecuentemente como abandonada a sí misma, y contaminada; corrompida por una

309. Guillermo juega aquí con la etimología del verbo latino cogere, = obligar. Cf. SAN AGUSTÍN, De Trinitate XI, 3, 6; PL 42, 988; BAC t. V, p. 623.310. Sb 1, 3.311. Sb 1, 5.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

razón viciada y atraída por una voluntad degradada, concibe malos pensamientos con los que el intelecto pensante se aparta voluntariamente de Dios. En el segundo actúa siempre como iluminada y movida por la virtud, y tiene como fruto la piedad, que une con Dios al que piensa.

246. Los pensamientos que aparecen como pensamientos insensatos son los vanos e inútiles312, que el que piensa no aplica a ninguna de las facultades intelectivas de que hablamos. En un primer momento no causan la muerte, pero poco a poco van sembrando la corrupción, hacen perder el tiempo, dificultan las ocupaciones necesarias y contaminan el alma. Más que pensamientos son simulacros de pensamientos, nacidos de recuerdos reales o imaginarios, o bien recuerdos que se agolpan por salir de la memoria de manera espontánea y a borbotones.

247. En estos pensamientos la voluntad aparece más como pasiva que activa, ya que el pensador no pone en ellos ninguna intención. Lo que sale espontáneamente de la memoria se presenta al entendimiento, que no le presta atención, y de este modo lo que se opera parece más de uno que está soñando que de uno que piensa despierto. El que piensa así no tiene intención de rechazar al Espíritu Santo,

312. Hace referencia a los textos bíblicos citados en el n. 243.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

mas sucede que, por su negligencia, el Espíritu amigo del orden se aleja de los pensamientos desordenados

248. Si bien estos pensamientos tienen su origen en una fuerza oculta de la razón, no proceden de la misma, y el entendimiento es arrastrado hacia ellos sin el consentimiento del sujeto que piensa. En cambio, cuando se piensa con seriedad sobre cosas importantes, la voluntad a impulso del juicio deliberado de la razón, saca de la memoria cuanto necesita, aplica el entendimiento para que le dé forma, y una vez conformado, lo somete a la mirada penetrante del que piensa. Y de este modo acaba en el alma la actividad de pensar.

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CAPÍTULO TERCERO

EL HOMBRE ESPIRITUAL

O PERFECTO

1. PRINCIPIOS DEL HOMBRE ESPIRITUAL

Intervención del Espíritu Santo

249. Cuando se piensa en Dios o en las cosas de Dios y la voluntad progresa hasta convertirse en amor, enseguida se infunde el Espíritu Santo por vía de amor, Espíritu de vida que todo lo vivifica, fortaleciendo la debilidad del sujeto que piensa, en la oración, la meditación o el estudio. En ese momento la memoria se hace sabiduría, porque gusta dulcemente los bienes de Dios, y lo que se ha pensado sobre esos bienes se presenta al entendimiento para ser transformado en amor313. El entendimiento del que piensa se transforma en contemplación amorosa, y convirtiendo lo que siente en experiencias de

313. Cf. Sal 144, 7.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

suavidad espiritual o divina, activa la agudeza de la mente y la contemplación se convierte en gozo exultante.

250. Entonces se piensa de Dios según la manera humana más perfecta, si puede llamarse pensamiento la reflexión donde nada se impone, ni está coaccionado, sino que todo es exultación y gozo, al recordar la desbordante suavidad divina, y experimentar de verdad la bondad del Señor, por parte del que le ha buscado con sencillez de corazón314.

251. Mas esta forma de pensar sobre Dios no depende de la elección del que piensa, sino de la gracia de quien la concede, es decir, del Espíritu Santo que en este sentido sopla donde quiere, cuando quiere, como quiere y a quienes quiere315. Sin embargo depende del hombre preparar sin cesar el corazón316, purificando la voluntad de afectos extraños, el entendimiento o la razón de preocupaciones, la memoria de ocupaciones inútiles o embarazosas y alguna vez también de las necesarias. Así, el día escogido por el Señor y a la hora que más le agrade317, al oír el susurro del Espíritu Santo318, acudirán libre e inmediatamente las facultades que forman el pensamiento y cooperan al bien319, formando una especie de ramillete para

314. Cf. Sb 1, 1-2.315. Cf. Jn 3, 8.316. Cf. 1S 7, 2; Si 2, 20; 2Co 12, 14.317. Sal 68, 14.318. Jn 3, 8.319. Rm 8, 28.

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gozo del que piensa: la voluntad expresa alegremente un amor puro al Señor, la memoria la más delicada fidelidad y el entendimiento la ternura de la experiencia.

Disciplina de la voluntad

252. La voluntad negligente crea pensamientos inútiles e indignos de Dios; la corrompida, pensamientos perversos que separan de Dios; la recta, pensamientos útiles para las necesidades de la vida; la piadosa, pensamientos eficaces para producir los frutos del Espíritu y gozar de Dios. Pues los frutos del Espíritu son, según el Apóstol: Caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad320.

253. Además, en toda clase de pensamientos es la voluntad quien da forma a todo lo que viene al espíritu bajo la acción de la justicia y la misericordia divinas, para que el justo se justifique más y el manchado se ensucie más321.

254. En consecuencia, el hombre que desea amar a Dios o ya le ama, debe vigilar su alma, examinar su conciencia sobre lo que realmente quiere, los motivos por los que acepta otros deseos del espíritu, o rechaza lo que contra esos bienes apetece la carne322.

320. Gá 5, 22-23.321. Ap 22, 11.322. Gá 5, 17.

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255. Ciertos quereres vienen como de fuera, afloran y desaparecen al instante; se les acepte o no, no deben ser considerados deseos válidos sino pensamientos inútiles. Aunque a veces deleitan el alma, no tarda en desentenderse de ellos, cuando es dueña de sí misma.

256. Cuando se trata de un querer absoluto, la voluntad debe tener en cuenta en primer lugar qué es lo que quiere de esta forma; y luego la intensidad del deseo y la manera de quererlo. Si lo que se quiere de un modo absoluto es Dios, hay que examinar cuánto y en qué medida se le quiere; si es hasta el desprecio de sí mismo y de todo lo que existe o puede existir. Y esto no ya sólo por el juicio de la razón sino por el afecto del alma, de manera que la voluntad, más que una facultad se convierta en amor, dilección, caridad, unidad de espíritu.

La escala del amor

257. Así debe ser amado Dios. La voluntad que tiende hacia Dios con todas sus fuerzas es amor; la dilección es adhesión o unión con él; la caridad es gozar de él; la unidad de espíritu con Dios, propio del hombre que tiene el corazón en lo alto, es perfección de la voluntad que avanza hacia Dios, pues no sólo quiere ya lo que Dios quiere, sino que su afecto es ya un afecto tan

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perfecto que no puede querer sino lo que Dios quiere.

258. Ahora bien, querer lo que Dios quiere, es ser semejante a Dios; no poder querer más que lo que Dios quiere, es ser ya lo que Dios es, para quien querer y ser es una misma cosa. Por eso se dice con propiedad que le veremos plenamente como él es, cuando seamos semejantes a él323, es decir, seamos lo que él es. Quienes han recibido el poder de ser hijos de Dios324, no han recibido, como es claro, la capacidad de ser Dios, sino ser lo que es Dios: santos, y luego totalmente dichosos como Dios. El ser aquí santos y allí dichosos sólo les puede venir de Dios, el único que constituye su santidad y bienaventuranza.

Triple semejanza y unidad con Dios

259. Toda la perfección de los santos consiste en la semejanza con Dios. No querer ser perfecto es una ofensa. Por tanto, se deberá fortalecer siempre la voluntad y estimular el amor hacia esa perfección. Es preciso disciplinar la voluntad para que no se disipe con otras cosas, y custodiar el amor para que no se contamine. Porque hemos sido creados y vivimos exclusivamente para ser

323. 1Jn 3, 2.324. 1Jn 1, 12.

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semejantes a Dios, ya que fuimos creados a imagen de Dios325.

260. Hay una semejanza con Dios que el hombre pierde solo al morir. Ésta la ha mantenido el Creador de todos los hombres como testimonio de otra semejanza más preciosa y excelente ya perdida. La tiene todo hombre, lo quiera o no, sea capaz de pensar en ella o esté tan obtuso que no lo advierta. En efecto, así como Dios está en todas partes, y todo él en todas sus criaturas, de igual modo está toda el alma en su cuerpo. Y como Dios, que nunca se muda, produce con su acción inmutable efectos diferentes en sus criaturas, del igual modo el alma humana, aunque da la vida indistintamente a todo el cuerpo, sin embargo con una misma acción opera cosas distintas en los sentidos corporales y en los movimientos del corazón. Esta semejanza de Dios en el hombre no tiene importancia ante Dios respecto a los méritos, puesto que su ser o actividad le viene de la naturaleza, no de la voluntad o del esfuerzo.

261. Existe otra semejanza más cercana a Dios en cuanto es voluntaria, y que consiste en la virtud. Por ella, el alma racional intenta imitar con gran ardor la grandeza del sumo Bien, y con su constancia en el bien su inmutable eternidad.

325. Gn 1, 26.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

262. Pero existe aún otra semejanza con Dios superior a ésta. Esa, de la que ya se ha dicho algo, es tan singularmente cercana que más que semejanza debe llamarse unidad de espíritu. Hace al hombre uno con Dios, un solo espíritu. No sólo por la unidad de un mismo querer, sino por una virtud tan elevada que el hombre ya no puede querer nada distinto que Él.

263. Se llama unidad de espíritu, no sólo porque la realiza el Espíritu Santo o predispone hacia ella al espíritu humano, sino porque ella es el mismo Espíritu Santo, el Dios Caridad. El que es el Amor del Padre y del Hijo, su unidad y suavidad, su bien, su beso, su abrazo y todo cuanto puede ser común a uno y otro en esa unidad soberana de la verdad, y en la verdad de la unidad, eso mismo se hace a su manera en el hombre con respecto a Dios; lo que por la unidad consustancial hace en el Padre respecto al Hijo y en el Hijo respecto al Padre, eso acontece cuando esa dichosa conciencia se encuentra como entre el abrazo y el beso del Padre y del Hijo; o cuando de un modo inefable e inimaginable merece el hombre de Dios ser hecho, no Dios sino lo que es Dios: el hombre llega a ser por gracia lo que Dios es por naturaleza.

El artífice de la unión con Dios

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

264. Por eso, al enumerar los ejercicios espirituales, el Apóstol introduce sabiamente al Espíritu Santo cuando dice: En castidad, en ciencia, en longanimidad, en suavidad, en el Espíritu Santo, en caridad no fingida, en palabras de verdad, con la fortaleza de Dios326. Fíjate cómo coloca al Espíritu Santo en medio de importantes virtudes, como el corazón en medio del cuerpo, como autor, ordenador y vivificador de todo.

265. Él es, en efecto, el artífice omnipotente327 que crea la voluntad buena del hombre hacia Dios y la benevolencia de Dios hacia el hombre; Él enciende el afecto, otorga la virtud, alienta las buenas obras, ordena todo con firmeza y lo dispone con suavidad328.

266. Él es el que vivifica el espíritu del hombre y lo mantiene unido, como el alma vivifica y mantiene unido el cuerpo. Los hombres pueden enseñar a buscar a Dios, y los ángeles a adorarle; pero solo el Espíritu Santo enseña a encontrarle, poseerle y gozarle. Él es la diligencia del que busca bien, la piedad del que adora en espíritu y en verdad, la sabiduría del que encuentra, el amor del que posee, y el gozo del que disfruta.

267. Ahora bien, toda visión o conocimiento de Dios que el Espíritu Santo concede a los fieles en este mundo es sólo

326. 2Co 6, 6.327. Sb 7, 21.328. Sb 8, 1.

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espejo y sombra, tan distantes de la visión y conocimiento futuros como dista la fe de la visión, o el tiempo de la eternidad; aunque se realice a veces lo que leemos en el libro de Job: Él esconde la luz en el cuenco de sus manos y la manda aparecer en las alturas; declara a su amado que esa luz le pertenece y que puede subir hasta ella329.

2. PROGRESO DEL HOMBRE ESPIRITUAL

Las visitas

268. Al elegido y amado de Dios se le muestra algunas veces cierta luz del rostro de Dios, como la luz oculta entre las manos que aparece y se oculta a voluntad de quien la lleva330, para que por estos reflejos momentáneos y fugaces que se le conceden, se inflame el alma en deseos de la plena posesión de la luz eterna y de la herencia de la visión total de Dios.

269. Y para que de algún modo se dé cuenta de lo que todavía le falta, a veces la gracia, como de pasada, hace vibrar los sentimientos del amante, le arrebata consigo y le lleva al día eterno, lejos del barullo de las cosas, y entra en los gozos del silencio. Y allí,

329. Jb 26, 32.33.330. Cf. Plotino, Ennéadas V, 5, 8.

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SEGUNDA PARTE: EL HOMBRE RACIONAL Y EL ESPIRITUAL

en un momento, en un instante, Él mismo se ofrece a la contemplación del alma tal cual es331, y como a Él le place . E incluso la transforma en sí mismo, para que ella sea Él, según su capacidad.

270. Cuando el alma advierte cuánta diferencia hay entre lo puro y lo impuro, vuelve en sí misma, y se entrega a purificar el corazón de toda división, y prepararse para la semejanza. Para que, si alguna vez es admitida de nuevo a esa intimidad, sea más pura para contemplar y más fuerte para gozar.

Purificación del alma

271. En ninguna parte se descubre mejor la imperfección humana que a la luz del rostro de Dios, en el espejo de la visión divina332. Allí, viendo en el día sin término con mayor claridad cuánto le falta, el alma repara día a día mediante la semejanza lo que había perdido por la desemejanza, y se acerca por la semejanza a Aquel del que se había apartado muy lejos por la desemejanza. De este modo, a una visión más clara acompaña una semejanza más transparente.

Progreso del amor

331. 1Jn 3, 2.332. Sal 4, 7.

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272. Es imposible contemplar el Sumo Bien y no amarlo, y amarlo tanto más cuanto más es dado contemplarlo, hasta que el amor llegue a alcanzar alguna semejanza con aquel amor que llevó a Dios a hacerse semejante al hombre, aceptando la humildad de la condición humana, para hacer al hombre semejante a Dios por la glorificación de la participación divina. Entonces le es dulce al hombre humillarse en unión con la suma Majestad, hacerse pobre con el Hijo de Dios, conformarse a la divina Sabiduría, teniendo en sí los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, Señor nuestro333.

273. Aquí se funden sabiduría y ternura, amor y temor, exultación y temblor, al pensar y meditar que Dios se haya humillado hasta la muerte y una muerte de cruz334, para elevar al hombre hasta la semejanza con la Divinidad. De aquí brota el recuerdo de la sobreabundancia de su ternura, el ímpetu del río que alegra la ciudad de Dios335, al pensar y considerar sus beneficios para con nosotros336.

274. El pensamiento y contemplación de las delicadezas de Dios, que brillan por sí mismas en el corazón del contemplativo, su poder, fortaleza, gloria, majestad, bondad, bienaventuranza, inducen fácilmente al

333. Flp 2, 5.334. Flp 2, 8.335. Sal 45. 5.336. Cf. Sal 144, 7.

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hombre a amar a Dios. Pero lo que más arrebata espiritualmente al amante hacia el Amado es experimentar en sí mismo toda la amabilidad del Amado, y que eso es todo lo que él es, si se puede hablar de todo donde no hay partes.

Descanso en Dios

275. El afecto piadoso se une con tal ardor a este Bien, por amor a él mismo, que ya no se separará de él hasta llegar a formar con él una sola cosa o un solo espíritu337. Cuando esta unión llega a ser perfecta en el alma, sólo el velo de la mortalidad le separa del Santo de los santos y de la suma bienaventuranza de los moradores del cielo. Mas como ya goza en su interior de Aquel a quien ama por la fe y la esperanza, se hace más llevadero por la paciencia lo que resta de esta vida.

337. 1Co 6, 17.

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3. PERFECCIÓN DEL HOMBRE ESPIRITUAL

El hábito de las virtudes

276. A esto está ordenado el combate del solitario, éste es su fin, su premio, el descanso de sus trabajos, el consuelo de sus penas. Ésta es la perfección y la verdadera sabiduría del hombre: que el alma abrace y contenga en sí todas las virtudes, no como algo añadido de fuera sino como insertas en ella de un modo casi natural, conforme a esa semejanza con Dios por la que él es todo lo que es. De este modo, como Dios es lo que es, así las disposiciones de la buena voluntad hacia la virtud se presentan tan firmes y seguras en el espíritu bueno, que por su adhesión tan ardentísima al bien inmutable, se diría que es ya imposible separarse jamás de aquél que es.

Ciencia y sabiduría

277. Cuando el hombre de Dios es asumido de esta manera por parte del Señor, del Santo de Israel, nuestro Rey338, el alma, sabia y piadosamente iluminada y ayudada por la gracia de la contemplación del Sumo Bien, sondea también las leyes de la verdad inmutable que le es permitido alcanzar por el conocimiento del amor, y con esas leyes

338. Sal 88, 19.

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ordena en sí un plan de vida celestial y un ideal de santidad. Contempla, efectivamente, la Verdad suma y las verdades que de ella provienen, el Bien supremo y lo que de él procede, la Eternidad inmensa y lo que de ella ha salido. Conformándose a esa verdad, a esa bondad y a esa eternidad el alma ordena su vida en medio de las criaturas. No pretende elevarse en sus juicios sobre las realidades superiores, sino que las contempla con el deseo y se une a ellas por el amor. Pero acoge, se acomoda y adapta a las realidades terrenas, no sin discernimiento, sin examen reflexivo, y sin el juicio de la razón.

278. Así se engendran y nacen las virtudes santas, se restaura en el hombre la imagen de Dios, se establece esa vida divina de la que, como se lamenta el Apóstol, tantos hombres se han alejado339; y se robustece el vigor de la virtud con los dos elementos que constituyen la perfección de la vida contemplativa y activa, de los cuales, según los antiguos intérpretes, se lee en Job: la piedad es sabiduría; y apartarse del mal, inteligencia340,

279. En efecto, la sabiduría es piedad, es decir, culto a Dios, amor que nos hace suspirar por verle; y viéndole ahora como en espejo y enigma, caminamos en fe y esperanza hasta que le contemplemos en la manifestación de la gloria.

339. Ef 4, 18.340. Cf. Jb 28, 28.

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280. Apartarse del mal es la ciencia que trata de las realidades temporales, entre las que ahora vivimos. En medio de ellas nos abstenemos del mal en la medida que nos aplicamos a hacer el bien.

281. A esta ciencia y a esta abstinencia se dirige ante todo la práctica de todas las virtudes y también la disciplina de todas las actividades de la vida presente. La primera de estas dos cosas, el ejercicio de las virtudes, parece tender sobre todo a las realidades superiores, que revelan una sabiduría más alta e irradian su aroma. La segunda, que se refiere a los ejercicios corporales, si no se la modera con el vínculo de la fe cae miserablemente en la superficialidad de lo terreno.

Ciencia adquirida y ciencia innata

282. A este propósito, como la ciencia es algo percibido por la razón o por los sentidos exteriores y confiado a la memoria, si nos fijamos bien, sólo lo que percibimos por los sentidos puede considerarse propiamente como ciencia; en cambio lo que la razón alcanza por sí misma pertenece a la ciencia y a la sabiduría.

283. En efecto, todo conocimiento venido de fuera, es decir, a través de los sentidos, se presenta a la mente como ajeno y adventicio. Pero lo que viene espontáneamente al entendimiento, sea por la potencia misma de la

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razón o por el conocimiento natural de la inmutable verdad de las leyes eternas, con la que hasta los hombres más impíos forman a veces juicios rectísimos, está de tal manera inscrito en la misma razón que la constituye a ella misma. Tal conocimiento más que el resultado de una enseñanza es la conciencia que la razón tiene, bajo la acción de algún agente o volviendo sobre sí misma, de que eso le es innato a ella341.

284. Ejemplo elocuente de ello es la revelación natural, o el conocimiento de Dios, que se hace patente a todos los hombres aún a los impíos342. De igual modo la inclinación natural al bien, de la que pudo escribir el poeta pagano: “Los buenos detestaron el pecado por amor a la virtud”343. Finalmente, el discernimiento del mundo racional mediante la investigación de la razón.

285. En el grado ínfimo está la ciencia que tiende hacia lo bajo, y es la experiencia de las cosas sensibles adquirida a través de los cinco sentidos corporales; sobre todo, cuando intervienen la concupiscencia de la carne, la de los ojos, o la soberbia de esta vida.

La vida perfecta

341. Cf. Rm 1, 19.342. Cf. Ibd.343. HORACIO, Ep. I, 16, 22.

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283. Una vez que la razón se configura con la sabiduría, forma su conciencia y se pone una norma de vida. En lo que se refiere al conocimiento de las cosas inferiores, se sirve de la docilidad y capacidades de la naturaleza; en las cosas racionales o que exigen reflexión, establece un orden de vida; para la adquisición de las virtudes, recurre a la conciencia formada. Así, estimulada desde abajo, sostenida desde arriba, marchando con rectitud, se apresura hacia la libertad de espíritu y la unidad, con el discernimiento de la razón, el consentimiento de la voluntad, la adhesión de la inteligencia y la eficacia de la acción. De este modo, como ya se ha dicho reiteradamente, el hombre fiel se hace un solo espíritu con Dios344.

287. Esta es ya, como afirmamos hace un momento, la vida de Dios, que no consiste tanto en el progreso de la razón, cuanto en la fruición sapiencial de la perfección. En efecto, el que saborea estas cosas es un sabio, y el que se hace un espíritu con Dios es un espiritual. Tal es la perfección del hombre en esta vida.

Unión con Dios

288. Por fin, el que se ha mantenido hasta aquí solitario o solo, se hace uno, y la soledad del cuerpo se convierte para él en unidad de espíritu, cumpliéndose en él lo que el Señor

344. 1Co 6, 17.

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pidió en su oración para los discípulos como término de toda perfección, cuando decía: Padre, quiero que como Tú y Yo somos uno, así ellos sean también uno en nosotros345.

289. Esta unión del hombre con Dios o esta semejanza con él, hace que el espíritu, en la medida que se acerca a Dios, vaya conformando a sí el alma animal y lo que es inferior a ella. De este modo, espíritu, alma y cuerpo quedan debidamente ordenados, situados en su debido lugar, valorados cada uno según sus méritos y estimados según sus propiedades. Entonces comienza el hombre a conocerse perfectamente a sí mismo y, progresando en este conocimiento de sí, asciende hacia el conocimiento de Dios.

El conocimiento de Dios

290. Ahora bien, cuando el afecto del que va progresando comienza a elevarse y desear avanzar en el conocimiento de esa semejanza, se guardará de caer en el error de la desemejanza; es decir, que al comparar las realidades espirituales con las espirituales y las divinas con las divinas no las conciba de forma distinta a lo que son en realidad.

291. El alma que reflexiona sobre su semejanza con Dios debe conformar y disponer su pensamiento de modo que evite

345. Jn 17, 21-22.

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concebirse a sí misma de forma corporal, y a Dios, no sólo de forma corporal como ocupando un lugar, pero ni aún de forma espiritual, como algo mudable. Las cosas espirituales son tan distintas de las cualidades y naturaleza de las corporales cuanto más alejadas están de toda circunscripción local. Y las realidades divinas están por encima de todas las demás cosas, sean corporales o espirituales, trascienden todas las leyes de lugar, tiempo y toda sombra de mutabilidad y permanecen inmutables y eternas en la felicidad de su eternidad e inmutabilidad.

292. Así como el alma distingue las realidades corporales por los sentidos del cuerpo, las realidades racionales o espirituales sólo puede discernirlas por sí misma, y para las cosas divinas deberá buscar o esperar de Dios su conocimiento. Es verdad que el hombre dotado de razón puede llegar a entender y escudriñar a veces ciertos atributos divinos, como la dulzura de su bondad, su omnipotencia y otros parecidos. Mas lo que es Dios en sí mismo, no es posible concebirlo sin el conocimiento de un amor iluminado.

293. Dios permanece siempre como objeto de fe, y con la ayuda del Espíritu Santo a nuestra debilidad podemos concebir a Dios como vida eterna, vivo y vivificante, inmutable, que crea todas las cosas transitorias sin que él sufra cambio alguno; inteligencia creadora de toda inteligencia y de todo ser

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inteligente; sabiduría que hace a todos los sabios; verdad inmutable, subsistente, invariable de quien recibe la verdad todo lo que es verdadero, en la que eternamente existen las causas de todo lo que existe en el tiempo.

294. Vivir es su misma esencia, Él es para sí vida y naturaleza viviente, que constituye su divinidad, eternidad, grandeza, bondad, y poder que existe y subsiste en sí mismo; supera toda localización en virtud de su naturaleza ilimitada; por su eternidad desborda todo tiempo capaz de pensarse o imaginarse; verdad mayor y más excelente que la que ninguna inteligencia puede imaginar. Esta vida se alcanza con mayor seguridad por el amor humilde e iluminado, que mediante el discurso de la razón. Es mucho mejor de lo que se piensa, y es más fácil pensarla que explicarla.

295. Es la suprema esencia de la que brota todo ser; la suprema sustancia no sujeta a las categorías del lenguaje y, sin embargo, principio causal y subsistente de todas las cosas. En Él no muere nuestro ser, no yerra nuestro entendimiento, no queda defraudado nuestro amor. Al que siempre se le busca y se le encuentra con dulzura, y dulcísimamente encontrado se le busca con más ahínco.

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Conclusión

296. Por consiguiente, quien quiera contemplar a este Ser inefable que sólo inefablemente puede ser contemplado, debe purificar el corazón. Porque no puede ser visto o alcanzado por ninguna semejanza corporal con el que duerme, ni por ninguna imagen corpórea del que está en vela, ni por la búsqueda apremiante de la razón, sino únicamente por el amor humilde de un corazón puro.

297. Este es, en efecto, el rostro de Dios que nadie puede ver y seguir viviendo en este mundo346. Esta es la belleza que aspira a contemplar todo el que desea amar al Señor su Dios con todo el corazón, con toda su alma, con toda su espíritu y con todas sus fuerzas347. Y no cesa de excitar también a su prójimo a ese amor, si verdaderamente le ama como a sí mismo348.

298. Si es admitido alguna vez a esta presencia, advierte en la luz misma de la verdad la gracia que le ha prevenido; si se siente arrojado de allí, comprende en su propia ceguera que su impureza personal es incompatible con aquella pureza. Y si ama tiene por muy dulce el llanto, y se ve obligado

346. Ex 33, 20.347. Dt 6, 5; Mt 22, 37; Mc 12, 30; Lc 10, 27.348. Mc 12, 31.

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a volver con grandes gemidos a su propia conciencia.

299. Somos incapaces en absoluto de formarnos una idea de lo que Él es, pero nos perdona el que amamos, y de quien confesamos que no podemos decir ni pensar nada que sea digno de Él. Y sin embargo, por su amor o en el amor de su amor, nos sentimos impulsados y atraídos a hablar y meditar en Él.

300. El que piensa debe, pues, humillarse en todo y glorificar en sí mismo al Señor su Dios, abajarse a sus propios ojos en la contemplación de Dios, someterse a toda humana criatura por amor al Creador349, y ofrecer su cuerpo como hostia santa, viva, grata a Dios, como su culto racional350. Sobre todo, no querer saborear más de lo que conviene, sino saborear con moderación, según la medida de fe que Dios ha repartido en cada uno351. No alardear de su riqueza interior ante los hombres, sino guardarla en la celda, y ocultarla en su conciencia, para que pueda poner siempre ante su conciencia y en el frontispicio de la celda este rótulo: Mi secreto para mí, mi secreto para mí352.

349. 1Pe 2, 13.350. Rm 12, 1.351. Rm 12, 3.352. Is 24, 16.

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