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Dossier del crédito (optativo) Literatura Universal Curso: 4º de ESO Profesora: Gabriela Zayas De Lille Departamento de Lengua y Literatura Castellanas IES Leonardo da Vinci Sant Cugat del Vallès [email protected] Programa abreviado de Literatura Francesa Este curso optativo está planteado como un taller de lectura (comprensión lectora y análisis y comentario de texto) y de escritura, basándonos en ejemplos breves de los grandes escritores y escritoras de las literaturas en lenguas francesa, inglesa y alemana de los siglos XIX y XX. ( imitatio). El curso puede tomarse enteramente (la materia está dividida en dos cuatrimestres), eligiendo sucesivamente los dos cuatrimestres, o parcialmente, eligiendo sólo una de los dos partes en que se divide el contenido. El curso 1 (primer trimestre) comprende la literatura en francés en poesía y narrativa breve desde Romanticismo y Simbolismo (siglo XIX) hasta la de finales del siglo XX y principios del XXI (primera década). Los autores son: 1. Literatura en francés: a) Siglo XIX: Poesía. Romanticismo y Simbolismo: Víctor Hugo, Gérard de Nerval, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé. b) Siglo XIX: Prosa. Realismo : Alexandre Dumas, Stendhal, Honoré de Balzac, Gustave Flaubert, Guy de Maupassant. c) Siglo XX. Poesía. Surrealismo: Paul Éluard. d) Siglo XX. Prosa. Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Marguerite Yourcenar, Marguerite Duras. e) Finales del XX. Prosa. Narrativa-ensayo-reportaje: Patrick Modiano, Pascal Quignard, Emmanuel Carrère. Lectura prescriptiva: A elegir entre : Emmanuel Carrère: El adversario, Anagrama.

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Una antología de Literatura Francesa de los siglos XIX, XX y XXI para uso de l@s estudiantes de 4º de la ESO en la asignatura de Literatura Universal

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Dossier del crédito (optativo) Literatura Universal Curso: 4º de ESOProfesora: Gabriela Zayas De Lille Departamento de Lengua y Literatura CastellanasIES Leonardo da VinciSant Cugat del Vallè[email protected] Programa abreviado de Literatura Francesa Este curso optativo está planteado como un taller de lectura (comprensión lectora y análisis y comentario de texto) y de escritura, basándonos en ejemplos breves de los grandes escritores y escritoras de las literaturas en lenguas francesa, inglesa y alemana de los siglos XIX y XX. (imitatio). El curso puede tomarse enteramente (la materia está dividida en dos cuatrimestres), eligiendo sucesivamente los dos cuatrimestres, o parcialmente, eligiendo sólo una de los dos partes en que se divide el contenido. El curso 1 (primer trimestre) comprende la literatura en francés en poesía y narrativa breve desde Romanticismo y Simbolismo (siglo XIX) hasta la de finales del siglo XX y principios del XXI (primera década).Los autores son: 1. Literatura en francés:a) Siglo XIX: Poesía. Romanticismo y Simbolismo: Víctor Hugo, Gérard de Nerval, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé.b) Siglo XIX: Prosa. Realismo : Alexandre Dumas, Stendhal, Honoré de Balzac, Gustave Flaubert, Guy de Maupassant.c) Siglo XX. Poesía. Surrealismo: Paul Éluard.d) Siglo XX. Prosa. Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Marguerite Yourcenar, Marguerite Duras.e) Finales del XX. Prosa. Narrativa-ensayo-reportaje: Patrick Modiano, Pascal Quignard, Emmanuel Carrère. Lectura prescriptiva: A elegir entre : Emmanuel Carrère: El adversario, Anagrama.

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DOSSIER DE LITERATURA FRANCESA Literatura en Francés.Poesía del Siglo XIX.Romanticismo y Simbolismo Víctor HugoPoeta, novelista y dramaturgo francés nacido en Besançon en 1802.Su niñez transcurrió en Francia, Italia y España donde su padre prestó servicios al ejército francés. A partir de 1815 regresó a Paris para completar su educación, orientada fundamentalmente hacia la literatura. El primer libro de poemas, "Odas y poesías diversas", publicado en 1822, le abrió las puertas de la fama, convirtiéndolo más tarde en una de las figuras más importantes del romanticismo francés. Inicialmente monárquico, fue nombrado Par de Francia por el Rey Felipe de Orleans. Sin embargo, a raíz de la revolución de 1848 se convirtió en un férreo defensor de la República, situación que lo obligó a exiliarse durante quince años en Bélgica y Gran Bretaña.

De su producción poética de destacan "Las Orientales", "Hojas de Otoño", "Los castigos", "Las contemplaciones" y "El arte de ser abuelo". Obras de teatro como "Cromwell" en 1827, "Hernani" en 1830, y las novelas "El jorobado de Notre Dame" en 1831, y "Los miserables" en 1862, entre otras, constituyen su gran aporte a la literatura universal.

Falleció en París en mayo de 1885, a la edad de 83 años.

La belleza y la muerte son dos cosas profundas...

La belleza y la muerte son dos cosas profundas,con tal parte de sombra y de azul que diríanse

dos hermanas terribles a la par que fecundas, con el mismo secreto, con idéntico enigma.

Oh, mujeres, oh voces, oh miradas, cabellos,

trenzas rubias, brillad, yo me muero, tenedluz, amor, sed las perlas que el mar mezcla a sus aguas,

aves hechas de luz en los bosques sombríos.

Más cercanos, Judith, están nuestros destinosde lo que se supone al ver nuestros dos rostros;

el abismo divino aparece en tus ojos,

y yo siento la sima estrellada en el alma;mas del cielo los dos sé que estamos muy cerca,

tú porque eres hermosa, yo porque soy muy viejo.

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Versión de Carlos Pujol

La mujer caída

¡Nunca insultéis a la mujer caída!Nadie sabe qué peso la agobió,

ni cuántas luchas soportó en la vida,¡hasta que al fin cayó!

¿Quién no ha visto mujeres sin alientoasirse con afán a la virtud,

y resistir del vicio el duro vientocon serena actitud?

Gota de agua pendiente de una ramaque el viento agita y hace estremecer;¡perla que el cáliz de la flor derrama,

y que es lodo al caer!Pero aún puede la gota peregrina

su perdida pureza recobrar,y resurgir del polvo, cristalina,

y ante la luz brillar.Dejad amar a la mujer caída,dejad al polvo su vital calor,

porque todo recobra nueva vidacon la luz y el amor.

Los nidos

Cuando el soplo de abril abre las flores,buscan las golondrinas

de la vieja torre las agrestes ruinas;los pardos ruiseñores

buscando van, bien mío,el bosque más sombrío,

para esconder a todos su moradaen los frondosos ramos.

y nosotros también, en el tumultode la inmensa ciudad, hogar oculto

anhelantes buscamos,donde jamás oblicua una mirada

llegue como un insulto;y preferimos las desiertas calles

donde la turba inquietaen tropel no se agrupa; y en los valles

las sendas del pastor y del poeta;y en la selva el rincón desconocido

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donde no llegan del mundo los rumores.Como esconden los pájaros su nido,

vamos allí a ocultar nuestros amores.

¡Ven! En la pradera en flor...

¡Ven! En la pradera en flor,suena una flauta invisible...

El canto más apaciblees el canto del pastor.

Un hálito fresco y suaveriza la onda de cristal...

La música más joviales la música del ave.

¡Que la sombra del dolorno nuble tu faz radiante!El himno más palpitante

es el himno del amor.

Versiones de Salvador Díaz Mirón

Gérard de Nerval Seudónimo de Gérard Labrunie, poeta y ensayista francés nacido en París en 1808.Huérfano desde muy pequeño, su infancia transcurrió en la campo de Valois al cuidado de su tío abuelo. Enviado a Paris desde 1814, y desde entonces se apasionó por la literatura alemana, especialmente por Goethe, de quien fue un excelente traductor.

Su obra "Aurelia" de 1855, puede considerarse como el punto de partida de la poesía surrealista. Entre otras de sus obras figuran, "Viaje al Oriente" en 1851, "Les Illuminés, ou les precurseurs du socialisme" en 1852 y "Las Quimeras" en 1854. Escribió varias obras dramáticas en colaboración con Alexandre Dumas, además de ser gran amigo de Victor Hugo. En 1833 se enamoró de la actriz y cantante Jenny Colon, a quien le dedicó un culto idólatra. La muerte prematura de ésta en 1842, con 34 años, le dejó gravemente trastornado. Viajó y peregrinó por Oriente, en donde le encandiló la cultura turca.En Siria estuvo a apunto de casarse con la hija de un jeque y en Beirut se enamoró de la muchacha drusa Salerna. En El Cairo compró una esclava javanesa. Su salud se vio deteriorada por estos exóticos viajes. Fue figura de la bohemia parisina donde se convirtió en una persona extravagante, como partido en dos, escindido de sí mismo: la realidad y el otro lado. Todo esto se refleja en la continua tensión de contrarios que manifiesta su obra. Después de este suceso se dedicó a viajar por Europa.Aunque los últimos años de su vida fueron los más productivos, sufrió graves trastornos mentales que lo obligaron a permanecer por temporadas en hospitales psiquiátricos. Finalmente, agobiado por las deudas y la enfermedad mental, se suicidó en París en 1855.

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El Desdichado

Yo soy el Tenebroso,-el Viudo,- el Sin Consuelo,Príncipe de Aquitania de la Torre abolida:

mi única estrella ha muerto - mi laúd consteladotambién lleva el Sol negro de la Melancolía.

En la nocturna Tumba, Tú que me consolaste,

devuélveme el Pausílipo y la mar italiana,la flor que prefería mi pecho desolado,

y la parra en que el Pámpano con la rosa se alía.

¿Soy Amor o soy Febo? ¿Lusignan o Birón?Mi frente aún está roja del beso de la Reina;

en la Gruta en que nada la Sirena he soñado...

Y vencedor dos veces traspuse el Aqueronte:Modulando unas veces en la lira de Orfeo

suspiros de la Santa y otras, Gritos del Hada.

Myrtho

Me acuerdo de ti, Myrtho, hechicera divina,del Pausílipo altivo, brillante de mil fuegos,

de tu frente inundada de las luces de Oriente,del oro de tus trenzas mezclado de uvas negras.

Fue también en tu copa donde hallé la embriaguez,

y en el rayo frutivo de tus ojkos sonrientes,cuando a los pies de Iacchus me veían orando,

pues la Musa me ha hecho un hijo más de Grecia.

Yo sé por qué a lo lejos el volcán volvió a abrirse...Es que lo habías tocado ayer con un pie ágil,Y cenizas cubrieron de pronto el horizonte.

Rompió un duque normando tus deidades de barro,

y desde entonces, bajo el virgiliano lauro,siempre la hortensia pálida se une al Mirto verde.

Charles BaudelairePoeta y crítico francés, principal representante de la escuela simbolista. Nació en París el 9 de abril de 1821. Quedó huérfano con seis años. Su madre volvió a casarse y Charles, que odiaba a su padrastro, nunca se lo perdonó. Decididos a poner freno a su carrera literaria, y con la intención de que abandonara sus propósitos, sus padres lo enviaron a la India en 1841. Pero abandonó el barco y regresó a París en 1842, más dispuesto que nunca a dedicarse a la literatura. Con la intención de solucionar sus problemas económicos, empezó a escribir críticas en la prensa nacional. Sus primeras publicaciones importantes fueron dos cuadernillos de crítica de arte, Los salones (1845-1846), en los que analizaba con agudeza las pinturas y los dibujos de artistas contemporáneos franceses como Honoré Daumier, Edouard Manet y Eugène Delacroix. Su primer éxito literario llegó en 1848, cuando aparecieron sus traducciones del escritor estadounidense Edgar Allan Poe. Animado por los resultados, e inspirado por el entusiasmo que en él suscitó la obra de Poe, a quien le unía una fuerte afinidad, Baudelaire continuó

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traduciendo los relatos de Poe hasta 1857. En 1842 alcanzó la mayoría de edad y heredó la fortuna de su padre, lo que le permitió irse de casa y disfrutar de una vida de lujo. Las grandes sumas de dinero que gastó en su apartamento del Hôtel Lauzun y su estilo de vida decadente le dieron fama de excéntrico y le endeudaron para el resto de su vida. Durante este periodo escribió muchos de sus mejores poemas. La principal obra de Baudelaire son “Las flores del Mal” (1857). Inmediatamente después de su publicación, el gobierno francés acusó a Baudelaire de atentar contra la moral pública. A pesar de que la élite literaria francesa salió en defensa del poeta, Baudelaire fue multado y seis de los poemas contenidos en este libro desaparecieron en las ediciones posteriores. La censura no se levantó hasta 1949. “Los paraísos artificiales” (1860), es un estudio autoanalítico basado en sus propias experiencias como adicto, y está inspirado en las “Confesiones de un comedor de opio inglés”, del escritor británico Thomas De Quincey. A partir de 1864 y hasta 1866, Baudelaire vivió en Bélgica. En 1867, aquejado de parálisis, regresó a París, donde murió.

El Leteo

Ven a mi pecho, alma sorda y cruel, Tigre adorado, monstruo de aire indolente;

Quiero enterrar mis temblorosos dedosEn la espesura de tu abundosa crin;

Sepultar mi cabeza dolorida

En tu falda colmada de perfumeY respirar, como una ajada flor,

El relente de mi amor extinguido.

¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivirEn un sueño, como la muerte, dulce,Estamparé mis besos sin descansoPor tu cuerpo pulido como el cobre.

Para ahogar mis sollozos apagados,

Sólo preciso tu profundo lecho;El poderoso olvido habita entre tus labios

Y fluye de tus besos el Leteo.

Mi destino, desde ahora mi delicia,Como un predestinado seguiré;

Condenado inocente, mártir dócilCuyo fervor se acrece en el suplicio.

Para ahogar mi rencor, apuraréEl nepentes y la cicuta amada,

Del pezón delicioso que corona este senoEl cual nunca contuvo un corazón.

Arthur Rimbaud

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Poeta francés de la escuela simbolista. Nació y estudió en Charleville, en el departamento de Ardennes Dio muestra desde muy pequeño de una gran capacidad intelectual y comenzó a escribir versos a los 10 años. A los 17 escribió un poema sorprendentemente original, El barco borracho (1871), y se lo llevó al poeta Paul Verlaine. Su obra está profundamente influida por Baudelaire, por sus lecturas sobre ocultismo y por su preocupación religiosa. Su exploración sobre el subconsciente individual y su experimentación con el ritmo y las palabras, que emplea únicamente por su valor evocativo, marcaron el tono del movimiento simbolista (decadente) e impresionaron tanto a Verlaine que animó al joven poeta a trasladarse a París. Se inició entre ellos una amistad que se transformó en una tormentosa e inestable relación que duró de 1872 a 1873. Viajaron juntos por Inglaterra y Bélgica. En este último país, Verlaine, intentó en dos ocasiones matar al joven poeta por sus infidelidades, y éste resultó gravemente herido en el segundo intento: Rimbaud acabó en el hospital y Verlaine en la cárcel. Rimbaud ofrece un relato alegórico sobre este asunto en Una temporada en el infierno (1873). A la salida del hospital viajó por Europa, se dedicó al comercio en el Norte de Africa y residió en Harar y Shoa, en la Abisinia central. Verlaine, convencido de que Rimbaud había muerto, recopiló sus poemas en Iluminaciones (1886). Esta obra contiene el famoso Soneto de las vocales, en el que a cada una de las cinco vocales se le asigna un color. En 1891 Rimbaud regresó a Francia para ser tratado de un tumor en la rodilla, a consecuencia del cual murió en el hospital de Marsella en noviembre de ese mismo año. La fuerza de sus poemas escritos entre los 10 y los 20 años le hace figurar entre los más originales poetas franceses de todos los tiempos y ha ejercido una profunda influencia en toda la poesía posterior a él. De Una temporada en el infierno Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos fluían.Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga.— Y la injurié.Me armé contra la justicia.Y huí. ¡Oh brujas, oh miseria, oh aversión; sólo a vosotras os fue confiado mi tesoro!Logré desvanecer de mi espíritu toda humana esperanza. Sobre toda alegría, para estrangularla, realicé el sordo ataque de la bestia salvaje.Llamé a los verdugos para morir mordiendo la culata de sus fusiles. Invoqué a las plagas para asfixiarme con la arena, con la sangre. La desdicha fue mi dios. Me lancé contra el fango. El aire del crimen me secó. Le jugué malas pasadas a la locura.Y la primavera me dio la espantosa risa del idiota.Pero ahora, recientemente, cuando estaba a punto de exhalar el último suspiro, pensé en buscar la llave del antiguo festín, en el que, tal vez, recobraría el apetito.La caridad es esa llave. —¡Esta inspirada afirmación demuestra que he estado soñando!"Seguirás siendo hiena, etc..." declara el demonio que me coronó con tan agradables adormideras. "Gánate la muerte con todos tus apetitos, y con tu egoísmo y con todos los pecados capitales".¡Ah! ¡Ya he tenido suficiente! Pero, querido Satán, se lo ruego, ¡no se irrite tanto conmigo! Y a la espera de esas pequeñas vilezas que aún me falta cometer, desprendo para usted, que ama en el escritor la ausencia de toda facultad descriptiva o instructiva, unas cuantas repugnantes páginas de mi libreta de condenado. La mala sangre Tengo de mis antepasados galos el ojo azul pálido, el cerebro estrecho y la torpeza en la lucha. Hallo mi

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vestimenta tan bárbara como la suya. Pero yo no me unto la cabellera con manteca. Los galos eran los desolladores de animales, los quemadores de hierba más ineptos de su tiempo.De ellos tengo: la idolatría y el amor al sacrilegio; – ¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria- magnífica, la lujuria; -en especial, mentira y pereza.Me espantan todos los oficios. Maestros y obreros, todos campesinos, innobles. La mano de pluma vale igual que la mano de arado.- ¡Qué siglo de manos! – Nunca tendré mi mano. Luego, la domesticidad conduce demasiado lejos. La honradez de la mendicidad me desconsuela. Los criminales repugnan como castrados: yo estoy intacto, y me da lo mismo. Pero, ¿quién me hizo tan pérfida la lengua, que hasta aquí haya guiado, salvaguardándola, mi pereza? Sin servirme para vivir ni siquiera del cuerpo, y más ocioso que el sapo, he vivido por todas partes. No hay familia de Europa que yo no conozca.- Me refiero a familias como la mía, que se lo deben todo a la Declaración de Derechos del Hombre. – ¡He conocido a todos los niños bien!¡Si tuviese yo antecedentes en un punto cualquiera de la historia de Francia!Pero no, nada.Me es evidentísimo que siempre he sido de raza inferior. No logro comprender la rebeldía. Mi raza nunca se levantó más que para el pillaje: así los lobos con el animal que no mataron ellos.Recuerdo la historia de la Francia hija primogénita de la Iglesia. Habría hecho, villano, el viaje a tierra santa; tengo en la cabeza caminos por las llanuras suabas, vistas de Bizancio, murallas de Solima; el culto de María, el enternecimiento por el crucificado, se despiertan en mí entre mil hechicerías profanas. – Estoy sentado, leproso, en los cacharros rotos y las ortigas, al pie de un muro roído por el sol.- Más tarde, reitre, habría vivaqueado bajo las noches de Alemania. ¡Ah! Algo más: bailo el aquelarre en un rojo calvero, con viejas y con niños.(...)Ya desde muy niño admiraba al forzado irreductible tras el cual se cierran siempre las puertas de la prisión; visitaba los albergues y los alojamientos que el podía haber consagrado con su estancia; veía con su idea el cielo azul y el trabajo florido del campo, olfateaba su fatalidad en las ciudades. Tenía más fuerza que un santo, más sentido común que un viajero -y él ¡él solo! era testigo de su gloria y de su razón. Por los caminos, en noches de invierno, sin cobijo, sin ropa, sin pan, una voz me atenazaba el corazón helado: “Debilidad o fuerza; hete aquí: es la fuerza. No sabes ni adónde ni por qué vas; entra en todas partes, contesta a todo. No te matarán más que si fueras cadáver”. Por la mañana, tenía la mirada tan perdida y la compostura tan muerta, que quienes me encontré quizá no me vieran.En las ciudades el fango se me aparecía súbitamente rojo y negro, como un espejo cuando la lámpara deambula por la habitación contigua, ¡como un tesoro en el bosque! Buena suerte, gritaba yo, y veía un mar de llamas y de humo en el cielo; y, a izquierda, a derecha, todas las riquezas, llameando como millones de truenos. (Fragmento de Una temporada en el Infierno) Stéphane Mallarmé Nació en Paris en 1842.Huérfano desde los siete años, estudió bachillerato en Sens y viajó a Londres para acreditarse como profesor de inglés. Muy joven empezó a escribir poesía bajo la influencia de Charles Baudelaire, alternando la labor literaria con su actividad académica en varios institutos franceses. A partir de 1871, ya instalado en Paris, se dio a conocer con las obras "Herodías" en 1869 y "La siesta de un fauno" en 1876. En la década de 1880 ya era el centro de un grupo de escritores franceses en París, incluyendo a André Gide y Paul Valéry, a quienes él comunicó sus ideas sobre el verso libre y la construcción del poema alrededor de un símbolo central. Fue uno de los pioneros del movimiento Decadentismo francés.Antes de fallecer en Paris en 1898, publicó una antología denominada "Verso y prosa" en 1893, y el volumen de ensayos en prosa "Divagaciones" en 1897.

Brisa Marina

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La carne es triste ¡ay! y todo lo he leído.¡Huir, huir! Presiento que en lo desconocido

de espuma y cielo, ebrios los pájaros se alejan.Nada, ni los jardines que los ojos reflejan

sujetará este pecho náufrago en mar abierta.¡Oh noches! ni en mi alma la claridad desierta

sobre la virgen página que esconde su blancura,y ni la fresca esposa con el hijo en el seno.

¡He de partir al fin! Zarpe el barco y serenomeza en busca de exóticos climas su arboladura.

Un hastío reseco ya de crueles anhelosaún sueña en el último adiós de los pañuelos.

¡Quién sabe si los mástiles, tempestades buscando,se doblarán al viento sobre el naufragio, cuando

perdidos floten sin islotes ni derroteros!¡Mas oye, oh corazón, cantar los marineros!

Versión de Alfonso Reyes

Novela RománticaBenjamin Constant y Víctor Hugo Benjamin ConstantEscritor y político francés (Lausana, Suiza, 1767 - París, 1830). Procedente de una desarraigada familia de protestantes franceses emigrados a Suiza, recibió una educación cosmopolita pasando por las universidades de Oxford, Erlangen y Edimburgo. Su dedicación a la política comenzó durante el periodo de la Revolución francesa, al entrar en contacto con Madame de Staël y convertirse en un decidido defensor de las ideas liberales.Constant apoyó el régimen del Directorio, lo que le valió obtener de éste la nacionalidad francesa en 1798. Un año más tarde, al tomar el poder Napoleón, participó en el nuevo régimen como miembro del Tribunado; pero asumió en su seno una posición liberal contraria al autoritarismo napoleónico, por lo que fue expulsado en 1802.Exiliado en Alemania con Staël, ambos tomaron contacto con el pensamiento romántico, que luego contribuirían a difundir en Francia; y se distinguieron como críticos feroces de la dictadura bonapartista. No obstante, en 1806 rompió con su amiga, experiencia traumática que quedó reflejada en su novela Adolfo (publicada en 1816), sin duda su mejor obra literaria. Más adelante, publicó la segunda novela autobiográfica: Cécile.Constant aceptó colaborar con Napoleón formando parte del Consejo de Estado durante su fugaz retorno al poder en 1815 (el Imperio de los Cien Días), por razones de oportunismo político y quizá por una convicción sincera de que Napoleón podía ser mejor para las libertades que el triunfo de sus oponentes dispuestos a restaurar la monarquía absoluta del Antiguo Régimen; de hecho, preparó una reforma constitucional que apuntaba hacia la transformación del Imperio en un régimen liberal. Fragmento de Adolphe (Se entregará a los alumnos en su momento). (Ampliación). Victor Hugo (narrativa) Arriba tenemos la biografía de Víctor Hugo. Como novelista destacó con dos obras inmortales, Los Miserables y Nuestra Señora de París (También conocida como El Jorobado de Notre

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Dame). AMbas son novelas críticas con la sociedad cuya Justicia dejaba mucho qiue desear, y en ambas defiende Hugo la nobleza de aquellos a quienes esa sociedad considera inferiores o diferentes. Fragmento de Los Miserables, Libro I. Aquella noche el obispo de D., después de dar un paseo por la ciudad, permaneció hasta bastante tarde encerrado en su cuarto. A las ocho trabajaba todavía con un voluminoso libro abierto sobre las rodillas, cuando la señora Magloire entró, según su costumbre, a sacar la plata del cajón colocado junto a la cama.Poco después el obispo, sabiendo que su hermana lo esperaba para cenar, cerró su libro y entró en el comedor. En ese momento, la señora Magloire hablaba con singular viveza. Se refería a un asunto que le era familiar, y al cual el obispo estaba ya acostumbrado. Tratábase del cerrojo de la puerta principal.Parece que yendo a hacer algunas compras para la cena había oído referir ciertas cosas en distintos sitios. Se hablaba de un vagabundo de mala catadura; se decía que había llegado un hombre sospechoso, que debía estar en alguna parte de la ciudad, y que podían tener un mal encuentro los que aquella noche se olvidaran de recogerse temprano y de cerrar bien sus puertas.- Hermano, ¿oyes lo que dice la señora Magloire? -preguntó la señorita Baptistina.- He oído vagamente algo -contestó el obispo.Después, levantando su rostro cordial y francamente alegre, iluminado por el resplandor del fuego, añadió:- Veamos: ¿qué hay? ¿Qué sucede? ¿Nos amenaza algún peligro?Entonces la señora Magloire comenzó de nuevo su historia, exagerándola un poco sin querer y sin advertirlo. Decíase que un gitano, un desarrapado, una especie de mendigo peligroso, se hallaba en la ciudad. Había tratado de quedarse en la posada, donde no se le quiso recibir. Se le había visto vagar por las calles al obscurecer. Era un hombre de aspecto terrible, con un morral y un bastón.- ¿De veras? -dijo el obispo.- Y como monseñor nunca pone llave a la puerta y tiene la costumbre de permitir siempre que entre cualquiera...En ese momento se oyó llamar a la puerta con violencia.- ¡Adelante! -dijo el obispo. Nuestra Señora de París, Libro I, Quasimodo. Después de tantas caras hexagonales o pentagonales y heteróclitas que habían pasado por la lucera sin culminar el ideal grotesco, formado en las imaginaciones exaltadas por la orgía sólo la mueca sublime que acababa de deslumbrar a la asamblea habría sido capaz de arrancar los votos necesarios. Hasta el mismo maese Coppenole se puso a aplaudir y Clopin Trouillefou, que también había participado -y sólo Dios sabe cuán horrible es la fealdad de su rostro- se confesó vencido y lo mismo haremos nosotros, pues es imposible transmitir al lector la idea de aquella nariz piramidal, de aquella boca de herradura, de aquel ojo izquierdo, tapado por una ceja rojiza a hirsuta, mientras que el derecho se confundía totalmente tras una enorme berruga, o aquellos dientes amontonados, mellados por muchas partes, como las almenas de un castillo, aquel belfo calloso por el que asomaba uno de sus dientes, cual colmillo de elefante; aquel mentón partido y sobre todo la expresión que se extendía por todo su rostro con una mezcla de maldad, de sorpresa y de tristeza. Imaginad, si sois capaces, semejante conjunto.La aclamación fue unánime. Todo el mundo se dirigió hacia la capilla y sacaron en triunfo al bienaventurado papa de los locos y fue entonces cuando la sorpresa y la admiración llegaron al colmo, al ver que la mueca no era tal; era su propio rostro.Más bien toda su persona era una pura mueca. Una enorme cabeza erizada de pelos rojizos y una gran joroba entre los hombros que se proyectaba incluso hasta el pecho. Tenía una combinación de muslos y de piernas tan extravagante que sólo se tocaban en las rodillas

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y, además, mirándolas de frente, parecían dos hojas de hoz que se juntaran en los mangos; unos pies enormes y unas manos monstruosas y, por si no bastaran todas esas deformidades, tenía también un aspecto de vigor y de agilidad casi terribles; era, en fin, algo así como una excepción a la regla general, que supone que, canto la belleza como la fuerza, deben ser el resultado de la armonía. Ése era el papa de los locos que acababan de elegir; algo así como un gigante roto y mal recompuesto.Cuando esta especie de cíclope apareció en la capilla, inmóvil, macizo, casi tan ancho como alto, cuadrado en su base, como dijera un gran hombre, el populacho lo reconoció inmediatamente por su gabán rojo y violeta cuajado de campanillas de plata y sobre todo por la perfección de su fealdad, y comenzó a gritar como una sola voz:-¡Es Quasimodo, el campanero! ¡Es Quasimodo, el jorobado de Nuestra Señora! ¡Quasimodo, el tuerto! ¡Quasimodo, el patizambo! ¡Viva! ¡Viva!Fíjense si el pobre diablo tenía motes en donde escoger:-¡Que tengan cuidado las mujeres preñadas! -gritaban los estudiantes.-¡O las que tengan ganas de estarlo! -añadió Joannes.Las mujeres se tapaban la cara.-¡Vaya cara de mono! -decía una.-Y seguramente tan malvado como feo -añadió otra.-Es como el mismo demonio -porfiaba una tercera. -Tengo la desgracia de vivir junto a la catedral y todas las noches le oigo rondar por los canalones.-¡Como los gatos!-Es cierto; siempre anda por los tejados.-Nos echa maleficios por las chimeneas.-La otra noche vino a hacerme muecas por la claraboya y me asustó tanto que creí que era un hombre.-Estoy segura de que se reúne con las brujas; la otra noche me dejó una escoba en el canalón.-¡Uf! ¡Qué cara tan horrorosa tiene ese jorobado!-Pues, ¡cómo será su alma!Los hombres, por el contrario, aplaudían encantados.Quasimodo, objeto de aquel tumulto, permanecía de pie a la puerta de la capilla, triste y serio, dejándose admirar.Un estudiante, Robin Poussepain creo que era, se le acercó burlón, chanceándose un poco de él y Quasimodo no hizo sino cogerle por la cintura y lanzarle a diez pasos por encima de la gente sin inmutarse y sin decir una palabra.Entonces maese Coppenole, maravillado, se acercó a él.-¡Por los clavos de Cristo! ¡Válgame San Pedro! Nunca he visto nadie tan feo como tú y creo que eres digno de ser papa aquí y en Roma. Al mismo tiempo, y un canto festivamente, le pasaba la mano por la espalda. Como Quasimodo no se movía, Coppenole prosiguió:-Eres un tipo con quien me gustaría darme una comilona, aunque me costase una moneda nueva de doce tornesas. ¿Te hace?Quasimodo no contestaba.-¡Por los clavos de Cristo! ¿Pero eres sordo o qué?Y en efecto, Quasimodo era sordo.Sin embargo, estaba empezando a impacientarse por los modales de Coppenole y de pronto se volvió hacia él, con un rechinar de dientes tan terrible, que el gigante flamenco retrocedió como un buldog ante un gato. Se hizo entonces a su alrededor un círculo de miedo y de respeto de, por lo menos, unos quince pasos de radio. Una vieja aclaró entonces a maese Coppenole que Quasimodo era sordo.-¡Sordo! -dijo el calcetero con una enorme carcajada flamenca-. ¡Por los clavos de Cristo! Es un papa perfecto.-Yo le conozco -dijo Jehan, que había bajado por fin de su capitel para ver a Quasimodo de más cerca-; es el campanero de mi hermano el archidiácono.-¡Hola, Quasimodo!-¡Demonio de hombre! -dijo Robin Poussepain, un tanto contusionado aún por su caída-: Aparece aquí y resulta que es jorobado; se echa a andar y es patizambo; te mira y es tuerto; hablas y es sordo. ¿Pues cuándo habla este Polifemo?-Cuando quiere -respondió la vieja-; es sordo de tanto tocar las campanas, pero no es mudo.-Menos mal -observó Jehan.-¡Ah! y tiene un ojo de más -añadió Pierre Poussepaia,

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-No -dijo juiciosamente Jehan-. Un tuerto es mucho más incompleto que un ciego, pues sabe lo que le falta.Mientras tanto todos los mendigos los lacayos, los ladrones i junto con los estudiantes habían ido a buscar en el armario de la curia la tiara de cartón y la toga burlesca del papa de los locos.Quasimodo se dejó vestir sin pestañear con una especie de docilidad orgullosa. Después le sentaron en unas andas pintarrajeadas, y doce oficiales de la cofradía de los locos se lo echaron a hombros. Una especie de alegría amarga y desdeñosa iluminó entonces la cara triste del cíclope, al ver bajo sus pies deformes aquellas cabezas de hombres altos y bien parecidos. Transición al Realismo, la Novela Histórica:Alexandre Dumas (padre) Nació el 24 de julio de 1802 en Villers-Cotterêts, Aisne, Francia.Era hijo de un General y nieto de un noble que se había radicado en Santo Domingo.Su educación estuvo basada en las lecturas, especialmente de las aventuras de viajeros de los siglos XVI y XVII. le encantaba el teatro y sus primeras obras fueron textos teatrales: “Enrique III y su corte”, en 1829, y la pieza romántica “Cristina”, en 1830; ambas de gran éxito.Fue un escritor muy prolífico: publicó alrededor de 1.200 volúmenes, aunque se supone que muchas de ellas fueron escritas en colaboración con otros escritores menores a quienes no otorgaba crédito.Pero la mayor fama en la literatura romántica francesa la alcanzó con sus novelas históricas: "Los tres mosqueteros" (1844) y "El conde de Montecristo" (1844).Otras obras de éxito son, en teatro, "Antonio" (1831), "La torre de Nesle" (1832), "Catherine Howard" (1834), "Kean, o desorden y genio" (1838) y "El alquimista" (1839).Su hijo tenía el mismo nombre y también fue escritor: se le conoce como Dumas hijo, y fue el creador de la famosa “La Dama de las Camelias”, que sigue representándose como ópera (“La Traviata” con música de Verdi).Obtuvo por sus publicaciones enormes ingresos, pero apenas alcanzaban a pagar sus gastos, conservar la finca en las cercanías de París (Montecristo), mantener a numerosas amantes (una de las cuales era la madre de su hijo Alexandre), adquirir obras de arte y afrontar grandes pérdidas económicas en empresas riesgosas, lo que lo llevó a terminar sus días prácticamente en bancarrota.Murió el 5 de diciembre de 1870.

La Dama negra Hacía ya doscientos años que el castillo no era sino un montón de piedras derruidas; en mitad de aquellas piedras había crecido un magnífico arce que en numerosas ocasiones los campesinos de los alrededores habían intentado derribar sin lograrlo, pues su madera era muy dura y nudosa. Finalmente, un joven llamado Wilhelm vino a su vez a intentar la aventura como los demás, y después de haberse desprendido de su chaqueta, asiendo un hacha que había mandado afilar a propósito, golpeó el tronco del árbol con todas sus fuerzas, pero el árbol repelió el hacha como si hubiera sido de acero. Wilhelm no se desanimó y propinó un segundo golpe, el hacha rebotó de nuevo; por fin, levantó el brazo, y reuniendo todas sus fuerzas, dio un tercer golpe, pero como al propinar ese tercer golpe oyó algo semejante a un suspiro, levantó los ojos y vio delante de él a una mujer entre veintiocho y treinta años, vestida de negro y que habría sido perfectamente bella si su palidez no hubiera dado a toda su persona un aspecto cadavérico que indicaba que desde hacía mucho tiempo aquella mujer ya no pertenecía a este mundo. -¿Qué quieres hacer con este árbol? -preguntó la Dama Negra. -Señora, -respondió Wilhelm mirándola sorprendido, pues no la había visto llegar y no podía adivinar de

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dónde salía-; señora, quiero hacer una mesa y unas sillas, pues me caso en la próxima fiesta de san Martín con Roschen, mi prometida, que amo desde hace tres años. -Prométeme que harás una cuna para tu primer hijo -dijo la Dama Negra-, y levantaré el hechizo que defiende este árbol del hacha del leñador. -Se lo prometo, señora -dijo Wilhelm. -¡Muy bien! ¡pues golpea ahora! -dijo la dama. Wilhelm levantó su hacha, y del primer golpe hizo en el tronco una incisión profunda; tras el segundo golpe, el árbol tembló de la copa a las raíces; tras el tercero, cayó completamente separado de su base y rodó por el suelo. Wilhelm levantó la cabeza para darle las gracias a la Dama Negra, pero ésta había desaparecido. Wilhelm cumplió la promesa que había hecho, y aunque se burlaron bastante de él al ver que construía una cuna para su primer hijo antes de que se hubiera realizado el matrimonio, no por eso puso menos ardor y atención en su trabajo hasta el punto que, antes de que hubieran transcurrido ocho días, ya había acabado una encantadora cuna. Poco después se desposó con Roschen y nueve meses después, Roschen dio a luz a un hermoso niño que colocaron en su cuna de arce. Aquella misma noche, cuando el niño lloraba y su madre, desde su cama, lo mecía, la puerta de la habitación se abrió y la Dama Negra apareció en el dintel, llevando en la mano una rama de arce seca; Roschen quiso gritar, pero la Dama Negra puso un dedo sobre sus labios, y Roschen, por temor a irritar a la aparecida, permaneció muda e inmóvil, con los ojos clavados en ella. La Dama Negra se acercó entonces a la cuna con paso lento y que no producía ruido alguno. Cuando llegó junto al niño, unió las manos, rezó un momento en voz baja, besó al bebé en la frente y dijo a la pobre madre aterrorizada: -Roschen, coge esta rama seca que procede del mismo arce del que está hecha la cuna de tu hijo, guárdala con cuidado, y tan pronto como tu hijo haya alcanzado los dieciséis años, introdúcela en agua pura; luego cuando le hayan salido hojas y flores, dásela a tu hijo y pídele que vaya a tocar con ella la torre del lado de Oriente: eso le traerá a él felicidad y a mí la liberación.Luego, tras haber pronunciado estas frases, dejando la rama seca en las manos de Roschen, la Dama Negra desapareció. El niño creció y se convirtió en un hermoso joven; un buen genio parecía protegerlo en todo cuanto hacía; de vez en cuando, Roschen le echaba una mirada a la rama del arce que había colocado por debajo del crucifijo, junto al boj bendecido el Domingo de Ramos. Y como la rama estaba cada día más seca, ella sacudía la cabeza dudando que una rama tan seca pudiera llegar a tener hojas y flores. No obstante, el mismo día en que su hijo cumplió los dieciséis años, no dejó de obedecer las órdenes expresas de la Dama Negra y, cogiendo la rama de debajo del crucifijo, fue a colocarla en medio de un manantial que brotaba en el jardín. Al día siguiente fue a ver la rama y le pareció que la savia empezaba a circular por debajo de la corteza; dos días después vio que se le formaban brotes; al día siguiente esos brotes se abrieron, luego crecieron las hojas, aparecieron las flores, y al cabo de ocho días de haber estado en el manantial, la rama estaba como si acabaran de cortarla del arce vecino.dEntonces Roschen buscó a su hijo, lo condujo al manantial, y le contó lo que había sucedido el día de su nacimiento. El joven, aventurero como un caballero andante, cogió de inmediato la rama e inclinándose

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ante su madre le pidió su bendición, pues quería iniciar su aventura en aquel mismo instante. Roschen lo bendijo y el joven se dirigió de inmediato hacia las ruinas. Era ese momento del día en el que el sol, al ocultarse en el horizonte, hace subir la sombra de los lugares profundos a los más elevados. El joven, pese a ser valiente, no estaba exento de esa inquietud que experimenta el hombre más animoso en el momento en el que se enfrenta a un acontecimiento sobrenatural e inesperado; cuando puso el pie en las ruinas, su corazón latía con tanta intensidad que tuvo que detenerse un instante para respirar. El sol se había ocultado por completo y la oscuridad empezaba a alcanzar el pie de las murallas cuya cima estaba aún dorada por los últimos rayos de luz. El joven avanzó con la rama de arce en la mano hacia la torre del Oriente, y al oriente de la torre encontró una puerta; llamó tres veces, y a la tercera la puerta se abrió y apareció la Dama Negra en el dintel. El joven dio un paso hacia atrás pero la aparecida tendió una mano hacia él y con voz dulce y rostro sonriente: -No temas, joven -dijo- pues hoy es un día feliz para ti y para mí. -Pero ¿quién es usted, señora, y qué puedo hacer por usted? -Soy la dama de este castillo -prosiguió el fantasma- y como ves, nuestra suerte es similar; él no es sino una ruina y yo no soy sino una sombra. De joven, estuve comprometida con el joven conde de Windeck, que vivía a unas leguas de aquí, en el castillo cuyos restos llevan aún su nombre. Después de haberme dicho que me amaba, y haberse asegurado de que yo compartía su amor, me abandonó por otra mujer que convirtió en su esposa; pero su felicidad no duró mucho. El conde de Windeck era ambicioso; entró en la Liga contra el emperador y murió en un combate en el que su partido fue derrotado; entonces, los partidarios del emperador se desperdigaron por las montañas, pillando e incendiando los castillos de sus enemigos. El castillo de Windeck fue pillado e incendiado como los demás, y la joven condesa huyó con su hijo en los brazos; agotada por la fatiga, cogió una rama de arce para usarla de cayado. Había visto desde lejos las torres de mi castillo y, como ignoraba lo que había habido entre su marido y yo, venía a pedirme hospitalidad; pero si ella no me conocía, yo sí la conocía a ella; la había visto pasar en silla de mano, embriagada de amor, ardiente en el placer, seguida de lejos por muchos jóvenes guapos que, como si fueran eco de mi ingrato enamorado, le decían que era hermosa. Al verla, en lugar de apiadarme de ella como debía hacerlo una cristiana, todo mi odio se despertó. La vi con gusto, abrumada por el peso de su tierno fardo subir con los pies descalzos y malheridos por el sendero rocoso que conducía a la entrada de mi castillo. Pronto se detuvo sobre la colina que domina aquel lago de agua oscura que ahí ves; haciendo un esfuerzo, hundiendo su cayado en tierra para apoyarse en él, tendió hacia mí sus brazos en los que estaba su hijo y, moribunda, se dejó caer exhausta abrazando a su pobre hijito sobre su pecho. Entonces, sí, lo sé muy bien, yo habría debido descender de mi balcón, ir a su encuentro, levantarla con mis manos, sostenerla sobre mi hombro, conducirla a este castillo y convertirla en mi hermana. Eso habría sido hermoso y caritativo a los ojos de Dios; sí, lo sé, pero yo me sentía celosa del conde, incluso después de su muerte. Quise vengarme en su pobre esposa inocente de lo que yo había sufrido. Llamé a mis criados y les ordené que la echaran como si fuera una vagabunda. Desgraciadamente, me obedecieron: los vi acercarse a ella, insultarla, y negarle hasta el trozo de tierra en la que reposaba un instante sus miembros fatigados. Entonces, se levantó como una loca, y cogiendo a su hijo en brazos, la vi correr con el cabello al viento hacia la roca que domina el lago, subir a la cima y luego, profiriendo una terrible maldición contra mí, precipitarse al agua, ella y su bebé. Lancé un grito. Me arrepentí al instante, pero era demasiado tarde. La maldición de mi víctima había llegado hasta el trono de Dios. Había pedido venganza y la venganza debería realizarse. Al día siguiente, un pescador que había arrojado sus redes al lago sacó a la madre y al hijo aún abrazados.

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Como, según la declaración de mis criados, había atentado contra su propia vida, el capellán del castillo se negó a enterrarla en tierra consagrada y fue depositada en el lugar en el que había hundido su cayado de arce; muy pronto, aquel cayado, que aún estaba verde, echó raíces y, a la primavera siguiente, dio flores y frutos. Por lo que a mí respecta, devorada por el arrepentimiento, sin tranquilidad durante mis días ni reposo durante mis noches, pasaba el tiempo rezando de rodillas en la capilla, o deambulando en torno al castillo. Poco a poco sentí que mi salud se deterioraba y fui consciente de que padecía una enfermedad mortal. Muy pronto, una languidez insuperable se adueñó de mí y me obligó a permanecer en cama. Hicieron venir a los mejores médicos de Alemania pero, al verme, todos movían la cabeza y decían: «No podemos hacer nada, la mano de Dios está sobre ella.» Tenían razón, yo estaba condenada. Y el día del tercer aniversario de la muerte de la condesa, yo morí a mi vez. Por sugerencia mía, me vistieron con el vestido negro que había usado en vida con el fin de llevar, incluso después de mi muerte, luto por mi crimen; y como, pese a ser muy culpable, me habían visto morir como una santa, me depositaron en la cripta funeraria de mi familia y sellaron sobre mí la losa de mi tumba. La misma noche del día en el que allí me depositaron, en medio de mi sueño mortal, me pareció oír sonar la hora en el reloj de la capilla. Conté las campanadas y oí doce. Tras la última, me pareció que una voz me decía al oído: -Mujer, levántate. Reconocí la voz de Dios y exclamé: -¡Señor! ¡Señor! ¿no estoy muerta pues, y aunque creía haberme dormido en vuestra misericordia para siempre, vais a devolverme a la vida? -¡No! -dijo la misma voz- no temas, sólo se vive una vez; sí, estás muerta, pero antes de implorar mi misericordia, es necesario que des satisfacción a mi justicia. -¡Dios mío, Señor! -exclamé temblando- ¿qué vais a ordenar sobre mí? -Errarás, pobre alma en pena -respondió la voz- hasta que el arce que da sombra a la tumba de la condesa sea lo suficientemente grueso como para proporcionar tableros para la cuna del niño que te liberará. Levántate pues de tu tumba y cumple mi designio. Entonces, con la punta de un dedo levanté la losa de mi sepulcro, y salí, pálida, fría, inanimada, y deambulé alrededor de mi castillo hasta que se oyó el primer canto del gallo; entonces, como impulsada por un brazo irresistible, entré en esta torre cuya puerta se abrió sola ante mí, y me tendí en mi tumba, cuya tapa se cerró sola. La segunda noche fue igual, y todas las noches que siguieron a la segunda. Esto duró casi tres siglos. Vi cada año caer una tras otra las piedras del castillo, y brotar una a una todas las ramas del arce. Finalmente, del edificio y de sus cuatro torres sólo quedó ésta; el árbol creció y se hizo robusto hasta el punto que vi que se acercaba el momento de mi liberación. Un día tu padre vino con un hacha en la mano. El arce, que hasta entonces había resistido al acero más afilado, ablandado por mí, cedió ante el metal de su hacha; a petición mía, hizo del tronco una cuna en la que te recostaron el día que naciste. El Señor ha cumplido lo que me prometió, ¡bendito sea Dios todopoderoso y misericordioso!

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El joven hizo la señal de la cruz y preguntó: «¿Y ya no me queda nada más que hacer?» -Sí -respondió la Dama Negra-, sí, joven, debes concluir tu obra. -Ordene, señora -contestó- y yo obedeceré. -Excava al pie del arce y encontrarás los huesos de la condesa de Windeck y de su hijo: haz que los entierren en tierra consagrada, y cuando estén enterrados, levanta la losa de mi tumba y ponme una rama de boj bendecido en la última Pascua en la mano, luego clava totalmente la tapa, pues no volveré a levantarme hasta el día del Juicio Final. -Pero ¿cómo reconoceré su tumba? -Es la tercera de la derecha al entrar; además -añadió la Dama Negra tendiendo hacia el joven una mano que habría sido perfecta de no ser por su extrema palidez- mira este anillo, lo reconocerás cuando lo veas en mi dedo. El joven miró y vio un carbúnculo tan puro que iluminaba no sólo la mano de la dama, sino además su bello y melancólico rostro al que, lo mismo que a la mano, sólo podía reprochársele una excesiva blancura. -Se hará como desea, -dijo el joven cubriéndose con la mano, porque estaba deslumbrado por el brillo que irradiaba el carbúnculo- y desde mañana mismo. -¡Que así sea! -respondió la Dama Negra y desapareció como si se la hubiera tragado la tierra. El joven sintió que acababa de producirse algo extraño, retiró la mano de los ojos y miró a su alrededor, pero estaba solo en mitad de las ruinas, con la rama de arce en la mano, frente a la puerta de la torre del Oriente, y esta puerta estaba cerrada. El joven regresó a su casa y se lo contó todo a su padre y a su madre que reconocieron en ello la mano de Dios; al día siguiente, avisaron al párroco de Achern, que acudió al lugar indicado por el joven entonando el Magnificat, mientras dos enterradores excavaban al pie del arce. A cinco o seis pies de profundidad, como lo había dicho la Dama Negra, se encontraron los dos esqueletos; los huesos de los brazos de la madre apretaban aún a su hijo contra los huesos de su pecho. Ese mismo día, la condesa y su hijo fueron inhumados en tierra consagrada. Luego, al salir de la iglesia, el joven cogió de los pies de un crucifijo una rama bendecida en la última Pascua, y llamando a dos de sus amigos, uno de los cuales era albañil y el otro cerrajero, los llevó consigo a la torre del Oriente. Cuando vieron dónde los conducía, dudaron, pero el joven les dijo con tal confianza que al obedecerlo a él obedecían a Dios, que no dudaron más y lo siguieron. Al llegar a la puerta de la torre, el joven se percató de que había olvidado la rama de arce con la que la había tocado la víspera, pero pensó que su rama bendecida tendría sin duda el mismo poder; y no se equivocó. Apenas el extremo de la rama seca hubo rozado la maciza puerta, ésta giró sobre sus goznes, como si la hubiera empujado un gigante, y una escalera surgió ante ellos. Encendieron las antorchas de las que se había provisto y descendieron; tras el vigésimo escalón llegaron a la cripta. El joven se dirigió a la tercera tumba, y llamó a sus dos acompañantes para que le ayudaran a levantar la tapadera; una vez más dudaron, pero su compañero les aseguró que lo que iban a hacer, lejos de ser una profanación, era un

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acto de piedad; unieron pues sus fuerzas y destaparon la tumba. Contenía un esqueleto descarnado en el que el joven no logró reconocer a la bella mujer que le había hablado la víspera, y a la que, como ya hemos mencionado, sólo podía reprochársele una palidez excesiva. Pero en los huesos de su dedo, vio brillar el magnífico carbúnculo sin par en el mundo. Le colocó en la mano la rama bendecida, cerraron la tumba e invitó a sus amigos a sellarla lo más fuerte posible. Los dos acompañantes así lo hicieron. Es en esa tumba, que aún hoy se muestra a los visitantes suficientemente animosos como para atreverse a penetrar bajo las bóvedas de la capilla subterránea, donde reposa la Dama Negra, esperando el Juicio Final.

Excursions sur les bords du Rhin, 1841

Stendhal (Nombre verdadero: Henry Beyle). Novelista y ensayista francés que figura entre los grandes maestros de la novela analítica. Marie Henri Beyle nació en Grenoble, el 23 de enero de 1783, hijo de un abogado. Fue educado primero por un sacerdote jesuita y más tarde estudió en la École Centrale laica de Grenoble. Escapó de las limitaciones de la educación provinciana viajando a París, y a los 17 años ingresó en el ejército de Napoleón Bonaparte. Stendhal disfrutó de la vida social de los militares en Milán, pero en 1802 abandonó el ejército y llevó una vida bohemia en París. En 1806 se quedó sin dinero y volvió al ejército, donde desempeñó diversas misiones diplomáticas y participó en la fracasada campaña rusa de 1812. En 1814, tras la caída de Napoleón, Sthendal viajó a Italia, donde a lo largo de siete años escribió el tratado de crítica de arte Historia de la pintura en Italia (1817) y un libro de recuerdos personales y estudios académicos titulado Roma, Nápoles y Florencia en 1817 (1817). Esta última fue su primera obra publicada bajo el seudónimo de Stendhal. Acusado por el gobierno austriaco, que entonces gobernaba en el norte de Italia, de apoyar al movimiento de independencia italiano, Stendhal fue expulsado de Italia en 1821. Regresó a Francia cuando cesó la persecución de los defensores de Napoleón y se estableció en París para dedicarse a leer, llenar numerosos cuadernos de notas y escribir. Llevó una vida social e intelectual muy activa, frecuentando diversos salones literarios en los que destacó por su habilidad en el arte de la conversación. Un año más tarde terminó su famoso Sobre el amor (1822), un tratado semiautobiográfico sobre la naturaleza del amor, inspirado en una de las muchas mujeres a las que el autor amó a lo largo de su vida. En esta obra exponía sus opiniones vanguardistas sobre el matrimonio, el papel de la mujer, la moral y la política. En 1830, a la llegada al trono de Luis Felipe de Orleans, Stendhal fue nombrado cónsul de Francia en la localidad italiana de Trieste. En 1831 fue destinado a una ciudad más pequeña, Civitavecchia, cerca de Roma, donde escribió sus dos principales novelas. “El rojo y el negro” (1830) analiza la sociedad contemporánea a través de la mirada de Julien Sorel, un ambicioso joven de provincias que se abre camino en la vida. “La Cartuja de Parma” (1839) narra las vicisitudes de Fabrizio del Dongo, un joven noble que se ve envuelto en las intrigas políticas del ducado de Parma. En ambas novelas Stendhal exalta la fuerza, la pasión y la espontaneidad. Sus héroes se descubren a sí mismos a medida que avanzan por la vida en pos de sus ambiciones. Stendhal murió de un ataque al corazón el 23 de marzo de 1842. Su apego al individualismo es la causa por la que generalmente se incluye a Stendhal entre los escritores románticos. Sin embargo, el extremado rigor crítico con que analiza la psicología humana lo hace destacar como uno de los primeros escritores realistas del siglo XIX.

El arca y el aparecido Una hermosa mañana del mes de mayo de 182... entraba don Blas Bustos y Mosquera, escoltado por

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doce hombres a caballo, en el pueblo de Alcolote, a una legua de Granada. Cuando lo veían llegar, los vecinos entraban precipitadamente en las casas y cerraban las puertas a aquel terrible jefe de la policía de Granada. El cielo ha castigado su crueldad poniéndole en la cara la impronta de su alma. Es un hombre de seis pies de estatura, cetrino, de una flacura que asusta. No es más que jefe de la policía, pero hasta el obispo de Granada y el gobernador tiemblan ante él.Durante aquella guerra sublime contra Napoleón que, en la posteridad, pondrá a los españoles del siglo XIX por delante de todos los demás pueblos de Europa y les asignará el segundo lugar después de los franceses, don Blas fue uno de los más famosos capitanes de guerrillas. El día que su gente no había matado por lo menos un francés, don Blas no dormía en una cama: era un voto.Cuando volvió Fernando VII, lo mandaron a las galeras de Ceuta, donde pasó ocho años en la más horrible miseria. Lo acusaban de haber sido capuchino en su juventud y de haber colgado los hábitos. Después, no se sabe cómo, volvió a entrar en gracia. Ahora don Blas es célebre por su silencio: no habla jamás. En otro tiempo le habían valido una especie de fama de ingenioso los sarcasmos que dirigía a sus prisioneros de guerra antes de ahorcarlos: se repetían en todos los ejércitos españoles.Don Blas avanzaba despacio por la calle de Alcolote, mirando a las casas de uno y otro lado con ojos de lince. Al pasar por una iglesia, tocaron a misa; más que apearse, se precipitó del caballo y corrió a arrodillarse junto al altar. Cuatro de sus guardias se arrodillaron en torno a su silla; lo miraron: en sus ojos ya no había devoción. Tenía su siniestra mirada clavada en un hombre de muy distinguida apostura que estaba rezando a unos pasos de él.¡Cómo es esto -se decía don Blas-: un hombre que, según las apariencias, pertenece a las primeras clases de la sociedad y yo no lo conozco! ¡Éste no ha aparecido en Granada desde que yo estoy en ella! Se esconde.»Don Blas se inclinó hacia uno de sus guardias y le dio orden de detener a aquel joven en cuanto saliera de la iglesia. Pronunciadas las íntimas palabras de la misma, se apresuró a salir él mismo y fue a instalarse en el comedor de la hostería de Alcolote. No tardó en aparecer, extrañado, aquel joven.-¿Cómo se llama?-Don Fernando de la Cueva.El humor siniestro de don Blas se agravó más aún, porque, al verle de cerca, observó que don Fernando era guapísimo: rubio y, a pesar del mal paso en que se encontraba, con una expresión muy dulce. Don Blas miraba pensativo a aquel mozo.-¿Que empleo tenía usted en tiempo de las Cortes?-dijo por fin.-En 1823 estaba en el colegio de Sevilla; entonces tenía quince años, pues ahora no tengo más que diecinueve.-¿De qué vive?El joven pareció irritado por la grosería de la pregunta; se resignó y dijo:-Mi padre, brigadier del ejército de don Carlos IV (Dios bendiga la memoria de este buen rey), me dejó una pequeña finca cerca de este pueblo; me renta doce mil reales (tres mil francos); la cultivo con mis propias manos con ayuda de tres criados, que seguramente le son muy leales.Excelente núcleo de guerrilla -dijo don Blas con una sonrisa amarga-. ¡A la cárcel e incomunicado! -añadió al marcharse, dejando al preso en medio de su gente.A los pocos momentos, don Blas estaba almorzando.«Con seis meses de prisión -pensaba- me pagará esos lindos colores y ese aire de lozanía y de insolente satisfacción.»El guardia que estaba de centinela a la puerta del comedor levantó vivamente la carabina. La apoyó contra el pecho de un anciano que intentaba entrar en el comedor detrás de un pinche de cocina que llevaba una fuente. Don Blas se precipitó hacia la puerta; detrás del anciano vio a una muchacha que le hizo olvidar a don Fernando.-Es cruel no darme tiempo para comer -dijo al anciano.Don Blas no podía dejar de mirar a la muchacha; veía en su frente y ojos esa expresión de inocencia y

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piedad celestial que resplandece en las bellas madonas de la escuela italiana. Don Blas no escuchaba al anciano ni seguía comiendo. Por fin salió de su abstracción; el anciano repetía por tercera o cuarta vez las razones por las cuales se debía poner en libertad a don Fernando de la Cueva, que era desde hacía tiempo el prometido de su hija Inés, allí presente, y se iban a casar el domingo próximo. En este momento, los ojos del terrible jefe de policía brillaron con un resplandor tan extraordinario, que asustaron a Inés y hasta a su padre.-Nosotros hemos vivido siempre en el temor de Dios y somos cristianos viejos -continuó éste-; mi raza es antigua, pero soy pobre, y don Fernando es un buen partido para mi hija. Nunca ejercí cargo alguno en tiempo de los franceses, ni antes ni después.Don Blas no salía de su hosco silencio.-Pertenezco a la más antigua nobleza del reino de Granada -prosiguió el anciano-; y antes de la revolución -añadió suspirando- le habría cortado las orejas a un fraile insolente que no me contestara cuando yo le hablase.Al anciano se le llenaron de lágrimas los ojos. La tímida Inés sacó del seno un pequeño rosario que había tocado el manto de la madona del pilar (sic), y sus bonitas manos apretaban la cruz con un movimiento convulsivo. El terrible don Blas clavó su mirada en aquellas manos. Luego se fijó en el busto, bien torneado, aunque un poco opulento, de la joven Inés.«Sus facciones podrían ser más regulares -pensó-; pero esa gracia celestial no la he visto nunca más que en ella.»-¿Y se llama usted don Jaime Artegui? -dijo al fin al anciano.-Tal es mi nombre -contestó don Jaime, irguiendo más su apostura.-¿De setenta años?-De sesenta y nueve solamente.-Usted es -dijo don Blas, serenándose visiblemente-; llevo mucho tiempo buscándolo. El rey nuestro señor se ha dignado concederle una pensión anual de cuatro mil reales (mil francos). Tengo en Granada dos años vencidos de esa real merced, que le entregaré mañana al mediodía. Le haré ver que mi padre era un rico labrador de Castilla la Vieja, cristiano viejo como usted, y que nunca fui fraile, de modo que el insulto que usted me ha dirigido cae en el vacío.El viejo hidalgo no se atrevió a faltar a la cita. Era viudo y vivía sólo con su hija Inés. Antes de salir para Granada la llevó a casa del cura del pueblo y tomó sus disposiciones como si nunca más hubiera de volver a verla. Encontró a don Blas Bustos muy engalanado; llevaba un gran cordón sobre el uniforme. Don Jaime le encontró el aire atento de un viejo soldado que quiere hacerse el bondadoso y sonríe a cada paso y sin venir a cuento.Si se hubiera atrevido, don Jaime habría rechazado los ocho mil reales que don Blas le entregó; no pudo negarse a comer con él. Después de la comida, el terrible jefe de policía le hizo leer sus títulos, su partida de bautismo y hasta un certificado de haber salido de galeras, lo que demostraba que no había sido nunca fraile.Don Jaime seguía temiendo alguna jugarreta.-De modo que tengo cuarenta y tres años -acabó por decirle don Blas- y un puesto honorable que me da cincuenta mil reales. Tengo una renta de mil onzas del Banco de Nápoles. Le pido en matrimonio a su hija doña Inés de Artegui.Don Jaime palideció. Hubo un momento de silencio. Don Blas prosiguió:-No le ocultaré que don Fernando de la Cueva está comprometido en un mal asunto. El ministro de la policía lo está buscando. Tiene pena de garrote (manera de estrangular empleada para los nobles) o, por lo menos, de galeras. Yo estuve en ellas ocho años y puedo asegurarle que es un mal hospedaje -diciendo estas palabras, se acercó al oído del anciano-. De aquí a quince días o tres semanas, recibiré probablemente del ministro la orden de trasladar a don Fernando de la cárcel de Alcolote a la de Granada. Esta orden se cumplirá esta noche muy tarde: si don Fernando aprovecha la noche para escaparse, yo cerraré los ojos en consideración a la amistad con que usted me honra. Que se vaya a pasar un año o dos a

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Mallorca, por ejemplo; nadie le dirá nada.El viejo hidalgo no contestó una palabra. Estaba aterrado y a duras penas pudo volver a su pueblo. El dinero que había recibido lo horrorizaba. «¿De modo -se decía- que esto es el precio de la sangre de mi amigo don Fernando, del prometido de mi Inés?» Al llegar al presbiterio se arrojó en brazos de Inés.-¡Hija mía -exclamó-, el fraile quiere casarse contigo!Inés se secó pronto las lágrimas y pidió permiso para ir a consultar al cura, que estaba en la iglesia en su confesionario. El cura, a pesar de la insensibilidad de su edad y de su estado, lloró. El resultado de la consulta fue que no había más remedio que casarse con don Blas o huir por la noche. Doña Inés y su padre tenían que procurar llegar a Gibraltar y embarcarse para Inglaterra.-¿Y de qué vamos a vivir?-dijo Inés.-Podrían vender la casa y la huerta.-¿Quién va a comprarlas? -repuso la muchacha, deshecha en lágrimas.-Yo tengo algunas economías -dijo el cura- que puede que lleguen a cinco mil reales; te los doy, hija mía, y de muy buen grado, si crees que no puedes salvarte casándote con don Blas Bustos.A los quince días todos los esbirros de Granada, en uniforme de gala, rodeaban la iglesia, tan sombría, de Santo Domingo. Apenas en pleno mediodía se ve para andar por ella. Pero aquel día no se atrevía a entrar nadie más que los invitados.En una capilla lateral iluminada con centenares de velas cuya luz cortaba las sombras de la iglesia como un camino de fuego, se veía de lejos a un hombre arrodillado en las gradas del altar; su cabeza sobresalía de todos los que lo rodeaban. Aquella cabeza estaba inclinada en una postura piadosa; los flacos brazos, cruzados sobre el pecho. Pronto se incorporó y exhibió un uniforme constelado de condecoraciones. Daba la mano a una muchacha cuyo paso ligero y juvenil formaba un extraño contraste con su gravedad. Brillaban lágrimas en los ojos de la joven desposada; la expresión de su rostro y la dulzura angelical que conservaba a pesar de su pena impresionaron al pueblo cuando la joven subió a una carroza que esperaba a la puerta de la iglesia (...). (El resto del cuento lo puedes leer en http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/fran/stendhal/arca.htm Honoré de Balzac Escritor francés de novelas clásicas que figura entre las grandes figuras de la literatura universal. Su nombre original era Honoré Balssa y nació en Tours, el 20 de mayo de 1799. Hijo de un campesino convertido en funcionario público, tuvo una infancia infeliz. Obligado por su padre, estudió leyes en París de 1818 a 1821. Sin embargo, decidió dedicarse a la escritura, pese a la oposición paterna. Entre 1822 y 1829 vivió en la más absoluta pobreza, escribiendo teatro trágico y novelas melodramáticas que apenas tuvieron éxito. En 1825 probó fortuna como editor e impresor, pero se vio obligado a abandonar el negocio en 1828 al borde de la bancarrota y endeudado para el resto de su vida. En 1829 escribió la novela Los chuanes, la primera que lleva su nombre, basada en la vida de los campesinos bretones y su papel en la insurrección monárquica de 1799, durante la Revolución Francesa. Aunque en ella se aprecian algunas de las imperfecciones de sus primeros escritos, es su primera novela importante y marca el comienzo de su imparable evolución como escritor. Trabajador infatigable, Balzac produciría cerca de 95 novelas y numerosos relatos cortos, obras de teatro y artículos de prensa en los 20 años siguientes. En 1832 comenzó su correspondencia con una condesa polaca, Eveline Hanska, quien prometió casarse con Balzac tras la muerte de su marido. Éste

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murió en 1841, pero Eveline y Balzac no se casaron hasta marzo de 1850. Balzac murió el 18 de agosto de 1850. En 1834 concibió la idea de fundir todas sus novelas en una obra única, La comedia humana. Su intención era ofrecer un gran fresco de la sociedad francesa en todos sus aspectos, desde la Revolución hasta su época. En una famosa introducción escrita en 1842 explicaba la filosofía de la obra, en la cual se reflejaban algunos de los puntos de vista de los escritores naturalistas Jean Baptiste de Lamarck y Étienne Geoffroy Saint-Hilaire. Balzac afirmaba que así como los diferentes entornos y la herencia producen diversas especies de animales, las presiones sociales generan diferencias entre los seres humanos. Se propuso de este modo describir cada una de lo que llamaba "especies humanas". La obra incluiría 150 novelas, divididas en tres grupos principales: Estudios de costumbres, Estudios filosóficos y Estudios analíticos. El primer grupo, que abarca la mayor parte de su obra ya escrita, se subdivide a su vez en seis escenas: privadas, provinciales, parisinas, militares, políticas y campesinas. Las novelas incluyen unos dos mil personajes, los más importantes de los cuales aparecen a lo largo de toda la obra. Balzac logró completar aproximadamente dos tercios de este enorme proyecto. Entre las novelas más conocidas de la serie figuran Papá Goriot (1834), que narra los excesivos sacrificios de un padre con sus ingratas hijas; Eugenia Grandet (1833), donde cuenta la historia de un padre miserable y obsesionado por el dinero que destruye la felicidad de su hija; La prima Bette (1846), un relato sobre la cruel venganza de una vieja celosa y pobre; La búsqueda del absoluto (1834), un apasionante estudio de la monomanía, y Las ilusiones perdidas (1837-1843). El objetivo de Balzac era ofrecer una descripción absolutamente realista de la sociedad francesa, algo fascinante para el autor. Sin embargo, su grandeza reside en la capacidad para trascender la mera representación y dotar a sus novelas de una especie de suprarrealismo. La descripción del entorno es en sus obras casi tan importante como el desarrollo de los personajes. Balzac afirmó en cierta ocasión que "los acontecimientos de la vida pública y privada están íntimamente relacionados con la arquitectura", y en consecuencia, describe las casas y las habitaciones en las que se mueven sus personajes de tal modo que revelen sus pasiones y deseos. Aunque los personajes de Balzac son perfectamente creíbles y reales, casi todos ellos están poseídos por su propia monomanía. Todos parecen más activos, vivos y desarrollados que sus modelos vivos, siendo esta superación de la vida un rasgo característico de sus personajes. Balzac convierte en sublime la mediocridad de la vida, sacando a la luz las partes más sombrías de la sociedad. Confiere al usurero, la cortesana y el dandi la grandeza de héroes épicos. Otro aspecto del extremado realismo de Balzac es su atención a las prosaicas exigencias de la vida cotidiana. Lejos de llevar vidas idealizadas, sus personajes permanecen obsesivamente atrapados en un mundo materialista de transacciones comerciales y crisis financieras. En la mayoría de los casos este tipo de asuntos constituyen el núcleo de su existencia. Así por ejemplo, la avaricia es uno de sus temas predilectos. Balzac demuestra en sus diálogos un extraordinario dominio del lenguaje, adaptándolo con sorprendente habilidad para retratar una amplia variedad de personajes. Su prosa, aunque excesivamente prolija en ocasiones, posee una riqueza y un dinamismo que la hace irresistible y absorbente. Entre sus numerosas obras destacan, además de las ya citadas, las novelas La piel de zapa (1831), El lirio del valle (1835-1836), César Birotteau (1837), Esplendor y miseria de las cortesanas (1837-1843) y El cura de Tours (1839); los Cuentos libertinos (1832-1837); la obra de teatro Vautrin (1839); y sus célebres Cartas a la extranjera, que recogen la larga correspondencia que mantuvo desde 1832 con Eveline Hanska.

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El resto del cuento lo puedes encontrar en http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/fran/balzac/elixir.htm

Gustave Flaubert (Ruán, Francia, 1821 - Croisset, id., 1880) Escritor francés. Hijo de un médico, la precoz pasión de Gustave Flaubert por la literatura queda patente en la pequeña revista literaria Colibrí, que redactaba íntegramente, y en la que de una manera un tanto difusa pero sorprendente se reconocen los temas que desarrollaría el escritor adulto.Estudió derecho en París, donde conoció a Maxime du Camp, cuya amistad conservó toda la vida, y junto al que realizó un viaje a pie por las regiones de Turena, Bretaña y Normandía. A este viaje siguió otro, más importante (1849-1851), a Egipto, Asia Menor, Turquía, Grecia e Italia, cuyos recuerdos le servirían más adelante para su novela Salambó.Excepto durante sus viajes, Gustave Flaubert pasó toda su vida en su propiedad de Croisset, entregado a su labor de escritor. Entre 1847 y 1856 mantuvo una relación inestable pero apasionada con la poetisa Louise Colet, aunque su gran amor fue sin duda Elisa Schlésinger, quien le inspiró el personaje de Marie Arnoux de La educación sentimental y que nunca llegó a ser su amante.Los viajes desempeñaron un papel importante en su aprendizaje como novelista, dado el valor que concedía a la observación de la realidad. Flaubert no dejaba nada en sus obras a merced de la pura inspiración, antes bien, trabajaba con empeño y precisión el estilo de su prosa, desterrando cualquier lirismo, y movilizaba una energía extraordinaria en la concepción de sus obras, en las que no deseaba nada que no fuera real; ahora bien, esa realidad debía tener la belleza de la irrealidad, de modo que tampoco le interesaba dejar traslucir en su escritura la experiencia personal que la alimentaba, ni se permitía verter opiniones propias.Su voluntad púdica y firme de permanecer oculto en el texto, estar («como Dios») en todas partes y en ninguna, explica el esfuerzo enorme de preparación que le supuso cada una de sus obras (no consideró publicable La tentación de san Antonio hasta haberla reescrito tres veces), en las que nada se enunciaba sin estar previamente controlado. Las profundas investigaciones eruditas que llevó a cabo para escribir su novela Salambó, por ejemplo, tuvieron que ser completadas con otro viaje al norte de África.

Su primera gran novela publicada, y para muchos su obra maestra, es Madame Bovary (1856), cuya protagonista, una mujer mal casada que es víctima de sus propios sueños románticos, representa, a pesar de su propia mediocridad, toda la frustración que, según Flaubert, había producido el siglo XIX, siglo que él odiaba por identificarlo con la mezquindad y la estupidez que a su juicio caracterizaba a la burguesía.De esa misma sátira de su tiempo participa toda su producción, incluido un brillante, aunque inacabado, Diccionario de los lugares comunes. La publicación de Madame Bovary, que supuso su rápida consagración literaria, le creó también serios problemas. Atacado por los moralistas, que condenaban el trato que daba al tema del adulterio, fue incluso sometido a juicio, lo cual lo decidió emprender a un proyecto fantasioso y barroco, lo más alejado posible de su realidad: Salambó, que relataba el amor imposible entre una princesa y un mercenario bárbaro en la antigua Cartago.Su siguiente gran obra, La educación sentimental (1869), fue, en cambio, la más cercana a su propia experiencia, pues se proponía describir las esperanzas y decepciones de la generación de la revolución de 1848. Su última gran obra, Bouvard y Pécuchet, quedaría inconclusa a su

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muerte. Siglo XX. Poesía: Paul Eluard Conocí a Paul Eluard (1985-1952) a través de unos libritos publicados por Alberto Corazón, allá en los años 70, “Capital del Dolor” y “Poesía y verdad”. Por entonces yo todavía no leía en francés fluidamente. Eluard, comunista, surrealista y gran poeta romántico, me dio mucho. Hijo de un contable y de una costurera, Eluard enferma de tuberculosis: es uno más de los muchos que llegan a la poesía a través de la enfermedad. Conoce a Gala (que después le dejaría por Dalí), y es él quien la bautiza con ese nombre, único válido para la historia del arte. Su poesía es, en relación con su calidad, poco conocida. No importa. “Éxito” no es sinónimo de verdad y precisamente, de “Poesía y verdad” extraigo este magnífico poema:

Liberté (Traduciremos este poema en clase) Sur mes cahiers d'écolierSur mon pupitre et les arbresSur le sable sur la neigeJ'écris ton nom Sur toutes les pages luesSur toutes les pages blanchesPierre sang papier ou cendreJ'écris ton nom Sur les images doréesSur les armes des guerriersSur la couronne des roisJ'écris ton nom Sur la jungle et le désertSur les nids sur les genêtsSur l'écho de mon enfanceJ'écris ton nom Sur les merveilles des nuitsSur le pain blanc des journéesSur les saisons fiancéesJ'écris ton nom Sur tous mes chiffons d'azurSur l'étang soleil moisiSur le lac lune vivanteJ'écris ton nom Sur les champs sur l'horizon

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Sur les ailes des oiseauxEt sur le moulin des ombresJ'écris ton nom Sur chaque bouffée d'auroreSur la mer sur les bateauxSur la montagne démenteJ'écris ton nom Sur la mousse des nuagesSur les sueurs de l'orageSur la pluie épaisse et fadeJ'écris ton nom Sur les formes scintillantesSur les cloches des couleursSur la vérité physiqueJ'écris ton nom Sur les sentiers éveillésSur les routes déployéesSur les places qui débordentJ'écris ton nom Sur la lampe qui s'allumeSur la lampe qui s'éteintSur mes maisons réunisJ'écris ton nom Sur le fruit coupé en deuxDur miroir et de ma chambreSur mon lit coquille videJ'écris ton nom Sur mon chien gourmand et tendreSur ses oreilles dresséesSur sa patte maladroiteJ'écris ton nom Sur le tremplin de ma porteSur les objets familiersSur le flot du feu béniJ'écris ton nom Sur toute chair accordéeSur le front de mes amisSur chaque main qui se tendJ'écris ton nom

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Sur la vitre des surprisesSur les lèvres attentivesBien au-dessus du silenceJ'écris ton nom Sur mes refuges détruitsSur mes phares écroulésSur les murs de mon ennuiJ'écris ton nom Sur l'absence sans désirSur la solitude nueSur les marches de la mortJ'écris ton nom Sur la santé revenueSur le risque disparuSur l'espoir sans souvenirJ'écris ton nom Et par le pouvoir d'un motJe recommence ma vieJe suis né pour te connaîtrePour te nommer

La de siempre, toda

Si os digo:”He abandonado todo”,es que mi cuerpo ya no la posee;

nunca he presumido de eso.No es verdad

y la bruma de fondo en que me muevono sabe nunca si he pasado.

Del abanico de su boca, del reflejo de sus ojos

sólo yo puedo hablar,soy el único que está rodeado

por ese espejo invisible donde el aire me atraviesay el aire tiene un rostro amado.Un rostro enamorado: el tuyo.

A ti que no tienes nombre e ignorada por los demás

te dice el mar: “ sobre mí” y el cielo: “sobre mí”.Los astros te adivinan, las nubes te imaginany la sangre derramada en mejores tiempos,

la sangre de la generosidad

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te lleva con placer.

Canto la alegría de cantarte,la gran alegría de tenerte o no tenerte,

el candor de esperarte, la inocencia de conocerte.Oh tú que suprimes el olvido, la esperanza y la ignorancia,

que suprimes la ausencia y me das al mundo.Canto para cantarte, te quiero para cantar

el misterio en que el amor me crea y se libera.

Eres pura, aún más pura que yo.

Versión de Eduardo de Bustos.

Samuel Beckett Poeta, novelista y destacado dramaturgo del teatro del absurdo. De origen irlandés, en 1969 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Beckett nació el 13 de abril de 1906, en Foxrock, cerca de Dublín. Tras asistir a una escuela protestante de clase media en el norte de Irlanda, ingresó en el Trinity College de Dublín, donde obtuvo la licenciatura en lenguas romances en 1927 y el doctorado en 1931. Entretanto pasó dos años como profesor en París. Al mismo tiempo continuó estudiando al filósofo francés René Descartes y escribió su ensayo crítico Proust (1931), que sentaría las bases filosóficas de su vida y su obra. Fue entonces cuando conoció al novelista y poeta irlandés James Joyce. Entre 1932 y 1937 escribió y viajó sin descanso y desempeñó diversos trabajos para incrementar los ingresos de la pensión anual que le ofrecía su padre, cuya muerte en 1933 le supuso un duro golpe. En 1937 se estableció definitivamente en París, pero en 1942, tras adherirse a la Resistencia, tuvo que huir de la Gestapo, la policía secreta nazi. En el sur de Francia, libre de la ocupación alemana, Beckett escribió la novela Watt (que no se publicó hasta 1953). Al final de la guerra regresó a París, donde produjo cuatro grandes obras: su trilogía Molloy (1951), Malone muere (1951) y El innombrable (1953), novelas que el propio autor consideraba su mayor logro, y la obra de teatro Esperando a Godot (1952), su obra maestra en opinión de la mayoría de los críticos. Gran parte de su producción posterior a 1945 fue escrita en francés. Otras obras importantes, publicadas en inglés, son Final de partida (1958), La última cinta (1959), Días felices (1961), Acto sin palabras (1964), No yo (1973), That Time (1976) y Footfall (1976); los relatos Murphy 1938) y Cómo es (1964); y dos colecciones de Poemas (1930 y 1935). Una de sus últimas obras es Compañía (1980), donde resume su actitud de explorar lo inexplorable. Tanto en sus novelas como en sus obras, Beckett centró su atención en la angustia indisociable de la condición humana, que en última instancia redujo al yo solitario o a la nada. Asimismo experimentó con el lenguaje hasta dejar tan sólo su esqueleto, lo que originó una prosa austera y disciplinada, sazonada de un humor corrosivo y alegrada con el uso de la jerga y la chanza. Su influencia en dramaturgos posteriores, sobre todo en aquellos que siguieron sus pasos en la tradición del absurdo, fue tan notable como el impacto de su prosa. Escribió en francés y en inglés. De Poemas en francés

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Bebe solo...

Bebe solocome quema fornica revienta solo como anteslos ausentes ya muertos los presentes apestan

saca tus ojos vuélvelos sobre las cañasdiscuten quizás ellos y los ays

no importa existe el vientoy el estado de vela.

Música de la indiferencia...

música de la indiferenciacorazón tiempo aire fuego arena

del silencio desmoronamiento de amorescubre sus voces y que

no me oiga yacallarme

(Versiones de Jenaro Talens)

Novela de la segunda mitad del siglo XXJean-Paul Sartre Filósofo francés, dramaturgo, novelista y periodista político, es uno de los principales representantes del existencialismo. Sartre nació en París el 21 de junio de 1905; estudió en la École Normale Supérieure de esa ciudad, en la Universidad de Friburgo, Suiza y en el Instituto Francés de Berlín. Enseñó filosofía en varios liceos desde 1929 hasta el comienzo de la II Guerra Mundial, momento en que se incorporó al ejército. Desde 1940 hasta 1941 fue prisionero de los alemanes; después de su puesta en libertad, dio clases en Neuilly (Francia) y más tarde en París, y participó en la Resistencia francesa. Las autoridades alemanas, desconocedoras de sus actividades secretas, permitieron la representación de su obra de teatro antiautoritaria Las moscas (1943) y la publicación de su trabajo filosófico más célebre El ser y la nada (1943). Sartre dejó la enseñanza en 1945 y fundó, con Simone de Beauvoir entre otros, la revista política y literaria Les temps modernes, de la que fue editor jefe. Se le consideró un socialista independiente activo después de 1947, crítico tanto con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como con los Estados Unidos en los años de la guerra fría. En la mayoría de sus escritos de la década de 1950 están presentes cuestiones políticas incluidas sus denuncias sobre la actitud represora y violenta del ejército francés en Argelia. Rechazó el Premio Nobel de Literatura de 1964 y explicó que si lo aceptaba comprometería su integridad como escritor. Las obras filosóficas de Sartre conjugan la fenomenología del filósofo alemán Edmund Husserl, la metafísica de los filósofos alemanes Georg Wilhelm Friedrich Hegel y Martin Heidegger, y la teoría social de Karl Marx en una visión única llamada existencialismo. Este enfoque, que relaciona la teoría filosófica con la vida, la literatura, la psicología y la acción política suscitó un amplio interés popular que hizo del existencialismo un movimiento mundial.

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En su primera obra filosófica, El ser y la nada (1943) Sartre concebía a los humanos como seres que crean su propio mundo al rebelarse contra la autoridad y aceptar la responsabilidad personal de sus acciones, sin el respaldo ni el auxilio de la sociedad, la moral tradicional o la fe religiosa. Al distinguir entre la existencia humana y el mundo no humano, mantenía que la existencia de los hombres se caracteriza por la nada, es decir, por la capacidad para negar y rebelarse. Su teoría del psicoanálisis existencial afirmaba la ineludible responsabilidad de todos los individuos al adoptar sus propias decisiones y hacía del reconocimiento de una absoluta libertad de elección la condición necesaria de la auténtica existencia humana. Las obras de teatro y novelas de Sartre expresan su creencia de que la libertad y la aceptación de la responsabilidad personal son los valores principales de la vida y que los individuos deben confiar en sus poderes creativos más que en la autoridad social o religiosa.En su última obra filosófica Crítica de la razón dialéctica (1960), Sartre trasladó el énfasis puesto en la libertad existencialista y la subjetividad por el determinismo social marxista. Sartre afirma que la influencia de la sociedad moderna sobre el individuo es tan grande que produce la serialización, lo que él interpreta como pérdida de identidad y que es equiparable a la enajenación marxista. El poder individual y la libertad sólo pueden recobrarse a través de la acción revolucionaria colectiva. A pesar de su llamamiento a la actividad política desde ópticas marxistas, Sartre no se afilió al Partido Comunista Francés, y así conservó la libertad para criticar abiertamente las intervenciones militares soviéticas en Hungría (1956) y en Checoslovaquia (1968). Otros textos de Sartre son las novelas La Náusea (1938) y la serie narrativa inacabada Los caminos de la libertad, que comprenden La edad de la razón (1945), El aplazamiento (1945) y La muerte en el alma (1949); una biografía del controvertido escritor francés Jean Genet, San Genet, comediante y mártir (1952); las obras teatrales A puerta cerrada (1944), La puta respetuosa (1946) y Los secuestradores de Altona (1959); su autobiografía, Las palabras (1964) y una biografía del autor francés Gustave Flaubert El idiota de la familia (3 volúmenes, 1971-1972) entre otros muchos títulos. Murió en París el 5 de abril de 1980 De La náusea DIARIOLunes 29 de enero de 1932.Algo me ha sucedido, no puedo seguir dudándolo. Vino como una enfermedad, no como una certeza ordinaria, o una evidencia. Se instaló solapadamente poco a poco; yo me sentí algo raro, algo molesto, nada más. Una vez en su sitio, aquello no se movió, permaneció tranquilo, y pude persuadirme de que no tenía nada, de que era una falsa alarma. Y ahora crece. No creo que el oficio de historiador predisponga al análisis psicológico. En nuestro trabajo sólo tenemos que habérnoslas con sentimientos a los cuales seaplican nombres genéricos, como Ambición, Interés. Sin embargo, si tuviera una sombra de conocimiento de mí mismo, ahora debería utilizarlo. Por ejemplo, en mis manos hay algo nuevo, cierta manera de tomar la pipa o el tenedor. O es el tenedor el que ahora tiene cierta manera de hacerse tomar; nosé. Hace un instante, cuando iba a entrar en mi cuarto, me detuve en seco al sentir en la mano un objeto frío que retenía mi atención con una especie depersonalidad. Abrí la mano, miré: era simplemente el picaporte. Esta mañana en la biblioteca, cuando el Autodidacta vino a darme los buenos días, tardé diez segundos en reconocerlo. Veía un rostro desconocido, apenas un rostro. Y además su mano era como un grueso gusano blanco en la mía. La solté en seguida y el brazo cayó blandamente.

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También en la calle hay una cantidad de ruidos turbios que se arrastran.Por lo tanto se ha producido un cambio durante estas últimas semanas. ¿Pero dónde? Es un cambio abstracto que no se apoya en nada. ¿Soy yo quien ha cambiado? Si no soy yo, entonces es este cuarto, esta ciudad, esta naturaleza; hay que elegir. Creo que soy yo quien ha cambiado; es la solución más simple. También la más desagradable. Pero debo reconocer que estoy sujeto a estas súbitas transformaciones. Lo que pasa es que rara vez pienso; entonces sin darme cuenta, se acumula en mí una multitud de pequeñas metamorfosis, y un buen día se produce una verdadera revolución. Es lo que ha dado a mi vida este aspecto desconcertante, incoherente. Cuando salí de Francia, por ejemplo, muchos dijeron que había partido por capricho. Y cuando regresébruscamente después de seis años de viaje, todavía se hubiera podido hablar muy bien de capricho. Aúnme veo en la oficina de aquel funcionario francés que renunció el año pasado a consecuencia del asuntoPétrou. Marcel se dirigía a Bengala con una misiónarqueológica. Yo siempre había deseado ir a Bengala y Marcel me apremiaba para que me uniera a él. Ahora me pregunto por qué. Pienso que no estaba seguro del Portal y contaba conmigo para no perderlo de vista. Yo no tenía ningún motivo para negarme. Y aunque en aquella época hubiese presentido la pequeña tramoya contra Portal, era una razón más para aceptar con entusiasmo. Bueno, pues estaba paralizado y no podía decir una palabra. Miraba fijo una pequeña estatuita sobre una carpeta verde, al lado de un telefóno. Me sentía lleno de linfa o leche tibia. Mercier me decía, con cierta irritación velada por una pacienciaangélica:—Claro, yo necesito estar seguro oficialmente. Sé que acabará usted por decir que sí; sería preferible aceptar en seguida. Marcel tiene una barba de un negro rojizo, muy perfumada. A cada movimiento de su cabeza, yo respiraba una bocanada de perfume. Y de pronto me desperté de un sueño de seis años.La estatua me pareció desagradable y estúpida, y sentí que me aburría profundamente. No lograba comprender por qué estaba yo en Indochina. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué hablaba con esa gente? ¿Por qué iba vestido de una manera tan rara? Mi pasión estaba muerta. Me había arrebatado y arrastrado: en laactualidad me sentía vacío. Pero esto no era lo peor; delante de mí, plantada con una especie de indolencia, había una idea voluminosa e insípida. No sé muy bien qué era, pero no podía mirarla, tanto me repugnaba.Todo esto se confundía para mí con el perfume de la barba de Mercier. Me sacudí, exasperado y colérico contra él;respondí secamente:—Se lo agradezco, pero creo que be viajado bastante; ahora tengo que volver a Francia.A los dos días tomaba el barco para Marsella.Si no me equivoco, si todos los signos que se acumulan son precursores de una nueva conmociónen mi vida, bueno, tengo miedo. No es que mi vida sea rica, ni densa, ni preciosa.Pero tengo miedo de lo que va a nacer, de lo que va a apoderarse de mí, ¿y arrastrarme a dónde? ¿Seránecesario una vez más que me vaya, que deje todo lo proyectado, mis investigaciones, mi libro? ¿Medespertaré dentro de algunos meses, dentro de algunos años, roto, decepcionado, en medio de nuevas ruinas?Quisiera ver claro en mí antes de que sea demasiado tarde. (Versión de Aurora Bermúdez) Albert Camus Novelista, ensayista y dramaturgo francés, considerado uno de los escritores más importantes posteriores a 1945. Su obra, caracterizada por un estilo vigoroso y conciso, refleja la philosophie de l'absurde, la sensación de alienación y desencanto junto a la afirmación de

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las cualidades positivas de la dignidad y la fraternidad humana. Camus nació en Mondovi (actualmente Drean, Argelia), el 7 de noviembre de 1913, y estudió en la universidad de Argel. Sus estudios se interrumpieron pronto debido a una tuberculosis. Formó una compañía de teatro de aficionados que representaba obras a las clases trabajadoras; también trabajó como periodista y viajó mucho por Europa. En 1939, publicó Bodas, un conjunto de artículos que incluían reflexiones inspiradas por sus lecturas y viajes. En 1940, se trasladó a París y formó parte de la redacción del periódico Paris-Soir. Durante la II Guerra Mundial fue miembro activo de la Resistencia francesa y de 1945 a 1947, director de Combat, una publicación clandestina. Argelia sirve de fondo a la primera novela que publicó Camus, El extranjero (1942), y a la mayoría de sus narraciones siguientes. Esta obra y el ensayo en el que se basa, El mito de Sísifo (1942), revelan la influencia del existencialismo en su pensamiento. De las obras de teatro que desarrollan temas existencialistas, Calígula (1945) es una de las más conocidas. Aunque en su novela La Peste (1947) Camus todavía se interesa por el absurdo fundamental de la existencia, reconoce el valor de los seres humanos ante los desastres. Sus obras posteriores incluyen la novela La caída (1956), inspirada en un ensayo precedente; El hombre rebelde (1951); la obra de teatro Estado de sitio (1948); y un conjunto de relatos, El exilio y el reino (1957). Colecciones de sus trabajos periodísticos aparecieron con el título de Actuelles (3 vols., 1950, 1953 y 1958) y El verano (1954). Una muerte feliz (1971), aunque publicada póstumamente, de hecho es su primera novela. En 1994, se publicó la novela incompleta en la que trabajaba cuando murió, El primer hombre. Sus Cuadernos, que cubren los años 1935 a 1951, también se publicaron póstumamente en dos volúmenes (1962 y 1964). Camus, que obtuvo en 1957 el Premio Nobel de Literatura, murió en un accidente de coche en Villeblerin (Francia) el 4 de enero de 1960. De El extranjero

Primera parteI

Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.El asilo de ancianos está en Marengo, a ochenta kilómetros de Argel. Tomaré el autobús a las dos y llegaré por la tarde. De esa manera podré velarla, y regresaré mañana por la noche. Pedí dos días de licencia a mi patrón y no pudo negármelos ante una excusa semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué a decirle: «No es culpa mía.» No me respondió. Pensé entonces que no debía haberle dicho esto. Al fin y al cabo, no tenía por qué excusarme. Más bien le correspondía a él presentarme las condolencias. Pero lo hará sin duda pasado mañana, cuando me vea de luto. Por ahora, es un poco como si mamá no estuviera muerta. Después del entierro, por el contrario, será un asunto archivado y todo habrá adquirido aspecto más oficial.Tomé el autobús a las dos. Hacía mucho calor. Comí en el restaurante de Celeste como de costumbre. Todos se condolieron mucho de mí, y Celeste me dijo: «Madre hay una sola.» Cuando partí, me acompañaron hasta la puerta. Me sentía un poco aturdido pues fue necesario que subiera hasta la habitación de Manuel para pedirle prestados una corbata negra y un brazal. El perdió a su tío hace unos meses.Corrí para alcanzar el autobús. Me sentí adormecido sin duda por la prisa y la carrera, añadidas a los barquinazos, al olor a gasolina y a la reverberación del camino y del cielo. Dormí casi todo el trayecto. Y cuando desperté, estaba apoyado contra un militar que me sonrió y me preguntó si venía de lejos. Dije «sí» para no tener que hablar más.El asilo está a dos kilómetros del pueblo. Hice el camino a pie. Quise ver a mamá en seguida. Pero el portero me dijo que era necesario ver antes al director. Como estaba ocupado, esperé un poco. Mientras tanto, el portero me estuvo hablando, y en seguida vi al director. Me recibió en su despacho. Era un viejecito condecorado con la Legión de Honor. Me miró con sus ojos claros. Después me estrechó la mano y la retuvo tanto tiempo que yo no sabía cómo retirarla. Consultó un legajo y me dijo: «La señora de Meursault entró aquí hace tres años. Usted era su único sostén.» Creí que me reprochaba alguna cosa y empecé a darle explicaciones. Pero me interrumpió: «No tiene usted por qué justificarse, hijo mío. He

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leído el legajo de su madre. Usted no podía subvenir a sus necesidades. Ella necesitaba una enfermera. Su salario es modesto. Y, al fin de cuentas, era más feliz aquí.» Dije: «Sí, señor director.» El agregó: «Sabe usted, aquí tenía amigos, personas de su edad. Podía compartir recuerdos de otros tiempos. Usted es joven y ella debía de aburrirse con usted.»Era verdad. Cuando mamá estaba en casa pasaba el tiempo en silencio, siguiéndome con la mirada. Durante los primeros días que estuvo en el asilo lloraba a menudo. Pero era por la fuerza de la costumbre. Al cabo de unos meses habría llorado si se la hubiera retirado del asilo. Siempre por la fuerza de la costumbre. Un poco por eso en el último año casi no fui a verla. Y también porque me quitaba el domingo, sin contar el esfuerzo de ir hasta el autobús, tomar los billetes y hacer dos horas de camino.El director me habló aún. Pero casi no le escuchaba. Luego me dijo: «Supongo que usted quiere ver a su madre.» Me levanté sin decir nada, y salió delante de mí. En la escalera me explicó: «La hemos llevado a nuestro pequeño depósito. Para no impresionar a los otros. Cada vez que un pensionista muere, los otros se sienten nerviosos durante dos o tres días. Y dificulta el servicio.» Atravesamos un patio en donde había muchos ancianos, charlando en pequeños grupos. Callaban cuando pasábamos. Y reanudaban las conversaciones detrás de nosotros. Hubiérase dicho un sordo parloteo de cotorras. En la puerta de un pequeño edificio el director me abandonó: «Le dejo a usted, señor Meursault. Estoy a su disposición en mi despacho. En principio, el entierro está fijado para las diez de la mañana. Hemos pensado que así podría usted velar a la difunta. Una última palabra: según parece, su madre expresó a menudo a sus compañeros el deseo de ser enterrada religiosamente. He tomado a mi cargo hacer lo necesario. Pero quería informar a usted.» Le di las gracias. Mamá, sin ser atea, jamás había pensado en la religión mientras vivió (...). V (...) Volví a mi trabajo. Hubiera preferido no desagradarle, pero no veía razón para cambiar de vida. Pensándolo bien, no me sentía desgraciado. Cuando era estudiante había tenido muchas ambiciones de ese género. Pero cuando debí abandonar los estudios comprendí muy rápidamente que no tenían importancia real.María vino a buscarme por la tarde y me preguntó si quería casarme con ella. Dije que me era indiferente y que podríamos hacerlo si lo quería. Entonces quiso saber si la amaba. Contesté como ya lo había hecho otra vez: que no significaba nada, pero que sin duda no la amaba. «¿Por qué, entonces, casarte conmigo?», dijo. Le expliqué que no tenía ninguna importancia y que si lo deseaba podíamos casarnos. Por otra parte era ella quien lo pedía y yo me contentaba con decir que sí. Observó entonces que el matrimonio era una cosa grave. Respondí: «No.» Calló un momento y me miró en silencio. Luego volvió a hablar. Quería saber simplemente si habría aceptado la misma proposición hecha por otra mujer a la que estuviera ligado de la misma manera. Dije: «Naturalmente.» Se preguntó entonces a sí misma si me quería, y yo, yo no podía saber nada sobre este punto. Tras otro momento de silencio murmuró que yo era extraño, que sin duda me amaba por eso mismo, pero que quizá un día le repugnaría por las mismas razones. Como callara sin tener nada que agregar, me tomó sonriente del brazo y declaró que quería casarse conmigo. Respondí que lo haríamos cuando quisiera. Le hablé entonces de la proposición del patrón, y María me dijo que le gustaría conocer París. Le dije que había vivido allí en otro tiempo y me preguntó cómo era. Le dije: «Es sucio. Hay palomas y patios oscuros. La gente tiene la piel blanca.»Luego caminamos y cruzamos la ciudad por las calles importantes. Las mujeres estaban hermosas y pregunté a María si lo notaba. Me dijo que sí y que me comprendía. Luego no hablamos más. Quería sin embargo que se quedara conmigo y le dije que podíamos cenar juntos en el restaurante de Celeste. A ella le agradaba mucho, pero tenía que hacer. Estábamos cerca de mi casa y le dije adiós. Me miró: «¿No quieres saber qué tengo que hacer?» Quería de veras saberlo, pero no había pensado en ello, y era lo que parecía reprocharme. Se echó a reír ante mi aspecto cohibido y se acercó con todo el cuerpo para ofrecerme la boca. Cené en el restaurante de Celeste. Había comenzado a comer cuando entró una extraña mujercita que me preguntó si podía sentarse a mi mesa. Naturalmente que podía. Tenía ademanes bruscos y ojos brillantes en una pequeña cara de manzana. Se quitó la chaqueta, se sentó y consultó febrilmente la lista. Llamó a Celeste y pidió inmediatamente todos los platos con voz a la vez precisa y precipitada. Mientras esperaba los entremeses, abrió el bolso, sacó un cuadradito de papel y un lápiz, calculó de antemano la cuenta, luego extrajo de un bolsillo la suma exacta, aumentada con la propina, y la puso delante de sí. En ese momento le trajeron los entremeses, que devoró a toda velocidad. Mientras esperaba el plato siguiente sacó además del bolso un lápiz azul y una revista que publicaba los programas radiofónicos de la semana. Con mucho cuidado señaló una por una casi todas las audiciones. Como la revista tenía una docena de páginas continuó minuciosamente este trabajo durante toda la comida. Yo

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había terminado ya y ella seguía señalando con la misma aplicación. Luego se levantó, se volvió a poner la chaqueta con los mismos movimientos precisos de autómata y se marchó. Como no tenía nada que hacer, salí también y la seguí un momento. Se había colocado en el cordón de la acera y con rapidez y seguridad increíbles seguía su camino sin desviarse ni volverse. Acabé por perderla de vista y volver sobre mis pasos. Me pareció una mujer extraña, pero la olvidé bastante pronto (...) Marguerite Yourcenar Poeta, novelista e historiadora belga de origen francés nacida en Bruselas en 1903.Huérfana de madre desde su nacimiento, fue educada con gran esmero por su padre quien fomentó en ella el interés por la literatura. Publicó la primera colección de poemas en 1921 bajo el título "El jardín de las quimeras" y una segunda colección en 1922 denominada "Los dioses no han muerto".Viajó a Estados Unidos en 1939 como catedrática de Literatura comparada en el Instituto Sarah Lawrence College de Nueva York, y posteriormente estableció su residencia definitiva en el estado de Maine, obteniendo la nacionalidad norteamericana en 1948. Fue reconocida mundialmente por la publicación de la novela "Las memorias de Adriano" en 1951, fama consolidada con otras novelas entre las que sobresale "Opus Nigrum" en 1968. En 1980 fue galardonada con la Legión de Honor y nombrada miembro de la Academia Francesa. Falleció en diciembre de 1987. PoesíaUna cantinela de Pentauro

Según un papiro egipcio La muerte cerca de mí, la muerte cerca de tiComo un dulce sueño a la sombra de un dulce techo;

Como un vino que se vierte, como un loto que respira;La muerte cerca de ti como una caña que llora.Al extenuado, reposo; al enfermo, curación,La muerte es un dulce lago del horizonte de polvo.Como un dulce viento de la tarde soplando su aliento lento,La muerte detrás de ti infla la vela llena.Navegáis, amantes, hacia una tierra lejana.Como una dulce invitada la muerte está en el festín.Flor: el verano te marchita. Rocío: el verano te bebe.La muerte extiende sus redes como un dulce pajarero.Y la sombra del ciprés es la sombra que queda,Donde ya pronto el novio y la novia dormirán. (Versión de Silvia Barón-Superville) De Memorias de Adriano (...) La renuncia a montar a caballo es un sacrificio aún más penoso: una fiera no pasa de ser un adversario, pero el caballo era un amigo. Si hubiera podido elegir mi condición, habría elegido la de centauro. Las relaciones entre Borístenes y yo eran de una precisión matemática: me obedecía como a su cerebro, no como a su amo. ¿Habré logrado jamás que un hombre hiciera lo mismo? Una autoridad tan absoluta comporta, como cualquier otra, los riesgos del error para aquel que la ejerce, pero el placer de intentar lo imposible en el salto de obstáculos era demasiado grande para lamentar una clavícula fracturada o una costilla rota. Mi caballo reemplazaba las mil nociones vinculadas al título, la función y el nombre, que complican la amistad humana, por el único conocimiento de mi peso exacto de hombre. Participaba de mis impulsos; sabía exactamente, y quizá mejor que yo, el punto donde mi voluntad se

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divorciaba de mi fuerza. Pero ya no inflinjo al sucesor de Borístenes la carga de un enfermo de músculos laxos, demasiado débil para montar por sus propios medios. Celer, mi ayuda de campo, lo adiestra en este momento en el camino de Preneste; todas mis antiguas experiencias con la velocidad me permiten compartir el placer del jinete y el de la cabalgadura, valorar las sensaciones del hombre a galope tendido en un día de sol y de viento. Cuando Celer desmonta, siento que vuelvo a tomar contacto con el suelo. Lo mismo ocurre con la natación; he renunciado a ella, pero participo todavía de la delicia del nadador acariciado por el agua. La carrera, aun la más breve, me sería hoy tan imposible como a una estatua, a un César de piedra, pero recuerdo mis carreras de niño en las resecas colinas españolas, el juego que se juega con uno mismo y en el cual se llega al límite del agotamiento, seguro de que el perfecto corazón y los intactos pulmones restablecerán el equilibrio; de cualquier atleta que se adiestra para la carrera del estadio, alcanzo una comprensión que la inteligencia sola no me daría. Así, de cada arte practicado en su tiempo, extraigo un conocimiento que me resarce en parte de los placeres perdidos. (...). (...) Los cínicos y los moralistas están de acuerdo en incluir las voluptuosidades del amor entre los goces llamados groseros, entre el placer de beber y el de comer, y a la vez, puesto que están seguros de que podemos pasarnos sin ellas, las declaran menos indispensables que aquellos goces. De un moralista espero cualquier cosa, pero me asombra que un cínico pueda engañarse así. Pongamos que unos y otros temen a sus demonios, ya sea porque luchan contra ellos o se abandonan, y que tratan de rebajar su placer buscando privarlo de su fuerza casi terrible ante la cual sucumben, y de su extraño misterio en el que se pierden. Creeré en esa asimilación del amor a los goces puramente físicos (suponiendo que existan como tales) el día en que haya visto a un gastrónomo llorar de deleite ante su plato favorito, como un amante sobre un hombro juvenil. De todos nuestros juegos, es el único que amenaza trastornar el alma, y el único donde el jugador se abandona por fuerza al delirio del cuerpo. No es indispensable que el bebedor abdique de su razón, pero el amante que conserva la suya no obedece del todo a su dios. La abstinencia o el exceso comprometen al hombre solo; pero salvo en el caso de Diógenes, cuyas limitaciones y cuya razonable aceptación de lo peor se advierten por sí mismas, todo movimiento sensual nos pone en presencia del Otro, nos implica en las exigencias y las servidumbres de la elección. No sé de nada donde el hombre se resuelva por razones más simples y más ineluctables, donde el objeto elegido sea pesado con más exactitud en su peso bruto de delicias, donde el buscador de verdades tenga mayor probabilidad de juzgar la criatura desnuda. Partiendo de un despojamiento que iguala el de la muerte, de una humildad que excede la de la derrota y la plegaria, me maravillo de ver restablecerse cada vez la complejidad de las negativas, las responsabilidades, los dones, las tristes confesiones, las frágiles mentiras, los apasionados compromisos entre mis placeres y los del Otro, tantos vínculos irrompibles y que sin embargo se desatan tan pronto. El juego misterioso que va del amor a un cuerpo al amor de una persona me ha parecido lo bastante bello como para consagrarle parte de mi vida. Las palabras engañan, puesto que la palabra placer abarca realidades contradictorias, comporta a la vez las nociones de tibieza, dulzura, intimidad de los cuerpos, y las de violencia, agonía y grito. (Versión de Julio Cortázar) Marguerite Duras Novelista, dramaturga, guionista y directora francesa. Nació en Saigón, Indochina, pero se trasladó a París a comienzos de 1930. Su primera novela importante, Un dique contra el Pacífico (1950), narra la vida de una familia francesa empobrecida en Indochina. Otras novelas importantes son Moderato cantabile (1958) y la novela semiautobiográfica El amante

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(1984), que obtuvo el premio Goncourt. En 1960 Duras escribió el guión para la película de Alain Resnais Hiroshima mon amour. De tendencia existencialista en un principio, evolucionó hacia las formas del nouveau roman. Entre sus películas cabe destacar India Song (1975). Murió en París en 1996, tras una larga enfermedad. De El amante Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: "La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado". Pienso con frecuencia en esta imagen que sólo yo sigo viendo y de la que nunca he hablado. Siempre está ahí en el mismo silencio, deslumbrante. Es la que más me gusta de mí misma, aquélla en la que me reconozco, en la que me fascino. Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al transponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a Francia, quedaron impresionados al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido.Diré más, tengo quince años y medio.El paso de un transbordador por el Me-kong.La imagen persiste durante toda la travesía del río.Tengo quince años y medio, en ese país las estaciones no existen, vivimos en una estación única, cálida, monótona, nos hallamos en la larga zona cálida de la tierra, no hay primavera, no hay renovación. Estoy en un pensionado estatal, en Saigón. Duermo y como ahí, en ese pensionado, pero voy a clase fuera, a la escuela francesa. Mi madre, maestra, desea enseñanza secundaria para su niña. Para ti necesitaremos la enseñanza secundaria. Lo que era suficiente para ella ya no lo es para la pequeña. Enseñanza secundaria y después unas buenas oposiciones de matemáticas. Desde mis primeros años escolares siempre oí esa cantinela. Nunca imaginé que pudiera escapar de las oposiciones de matemáticas, me contentaba relegándolas a la espera. Siempre vi a mi madre planear cada día el futuro de sus hijos y el suyo. Un día ya no fue capaz de planear grandezas para sus hijos y planeó miserias, futuros de mendrugos de pan, pero lo hizo de manera que también tales planes siguieron cumpliendo su función, llenaban el tiempo que tenía por delante. Recuerdo las clases de contabilidad de mi hermano menor. De la escuela Universal, cada año, en todos los niveles. Hay que ponerse al corriente, decía mi madre. Duraba tres días, nunca cuatro, nunca. Nunca. Cuando cambiábamos de destino abandonábamos la escuela Universal. Volvíamos a empezar en el nuevo. Mi madre aguantó diez años. Todo era inútil. El hermano menor se convirtió en un simple contable en Saigón. Al hecho de que la escuela Violet no existiera en la colonia debemos la marcha de mi hermano mayor a Francia. Durante algunos años permaneció en Francia para estudiar en la escuela Violet. No terminó. Mi madre no debió hacerse ilusiones. Pero no podía elegir, era necesario separar a aquel hijo de los otros dos hermanos. Durante algunos años no formó parte de la familia. En su ausencia, la madre compró la concesión. Terrible aventura, pero para nosotros, los niños que nos quedamos, menos terrible de lo que hubiera sido la presencia del asesino de los niños de la noche, de la noche del cazador.

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Con frecuencia me han dicho que la causa era el sol demasiado intenso durante toda la infancia. Pero no lo he creído. También me han dicho que era el ensimismamiento en el que la miseria sume a los niños. Pero no, no es eso. Los niños-viejos del hambre endémica, sí, pero nosotros, no, no teníamos hambre, nosotros éramos niños blancos, nosotros teníamos vergüenza, nosotros vendíamos nuestros muebles, pero no teníamos hambre, nosotros teníamos un criado y comíamos, a veces, es cierto, porquerías, zancudas, caimanes, pero tales porquerías estaban cocinadas por un criado y servidas por él y a veces incluso no las queríamos, nos permitíamos el lujo de no querer comer. No, algo sucedió cuando tenía dieciocho años que motivó que ese rostro fuera como es. Debió de suceder por la noche. Tenía miedo de mí, tenía miedo de Dios. Cuando amanecía, tenía menos miedo y menos grave parecía la muerte. Pero el miedo no me abandonaba. Quería matar, a mi hermano mayor, quería matarle, llegar a vencerle una vez, una sola vez y verle morir. Para quitar de delante de mi madre el objeto de su amor, ese hijo, castigarla por quererle tanto, tan mal, y sobre todo para salvar a mi hermano pequeño, mi niño, de la vida llena de vida de ese hermano mayor plantada encima de la suya, de ese velo negro ocultando el día, de la ley por él representada, por él dictada, un ser humano, y que era una ley animal, y que a cada instante de cada día de la vida de ese hermano menor sembraba el miedo en esa vida, miedo que una vez alcanzó su corazón y lo mató. La historia de mi vida no existe. Eso no existe. Nunca hay centro. Ni camino, ni línea. Hay vastos pasajes donde se insinúa que alguien hubo, no es cierto, no hubo nadie. Ya he escrito, más o menos, la historia de una reducida parte de mi juventud, en fin, quiero decir que la he dejado entrever, me refiero precisamente a ésta, la de la travesía del río. Con anterioridad, he hablado de los períodos claros, de los que estaban clarificados. Aquí hablo de los períodos ocultos de esa misma juventud, de ciertos ocultamientos a los que he sometido ciertos hechos, ciertos sentimientos, ciertos sucesos. Empecé a escribir en un medio que predisponía exageradamente al pudor. Escribir para ellos aún era un acto moral. Escribir, ahora, se diría que la mayor parte de las veces ya no es nada. A veces sé eso: que desde el momento en que no es, confundiendo las cosas, ir en pos de la vanidad y el viento, escribir no es nada. Que desde el momento en que no es, cada vez, confundiendo las cosas en una sola incalificable por esencia, escribir no es más que publicidad. Pero por lo general no opino, sé que todos los campos están abiertos, que no surgirá ningún obstáculo, que lo escrito ya no sabrá dónde meterse para esconderse, hacerse, leerse, que su inconveniencia fundamental ya no será respetada, pero no lo pienso de antemano. Ahora comprendo que muy joven, a los dieciocho, a los quince años, tenía ese rostro premonitorio del que se me puso luego con el alcohol, a la mitad de mi vida. (...)Incluso mi madre debía notarlo. Mis hermanos lo notaban. Para mí todo empezó así, por ese rostro evidente, extenuado, esas ojeras que se anticipaban al tiempo, (...) Quince años y medio. La travesía del río. Al llegar a Saigón, viajo, sobre todo cuando cojo el autocar. Y esa mañana cogí el autocar en Sadec donde mi madre dirige la escuela femenina. Es el final de las vacaciones escolares, ya no sé cuáles. Fui a pasarlas a la casita de funcionaría de mi madre. Y ese día regreso a Saigón, al pensionado. El autocar de los indígenas salió de la plaza del mercado de Sadec. Como de costumbre mi madre me acompañó y me confió al conductor, siempre me confía a los conductores de los autocares de Saigón, por si acaso hay un accidente, un incendio, una violación, un asalto pirata, una avería mortal del transbordador. Como de costumbre el conductor me colocó cerca de él, delante, en el lugar reservado a los viajeros blancos. Es, pues, durante la travesía de un brazo del Mekong en el transbordador que se halla entre Vinhlong y Sadec en la gran planicie de barro y de arroz del sur de la Conchinchina, la de los Pájaros.Me apeo del autocar. Me acerco a la borda. Miro el río. Mi madre, a veces, me dice que nunca, en toda mi vida, volveré a ver ríos tan hermosos como éstos, tan grandes, tan salvajes, el Mekong y sus brazos que descienden hacia los océanos, esos terrenos de agua que van a desaparecer en las cavidades del océano. En la planicie hasta perderse de vista, esos ríos, fluyen deprisa, se derraman como si la tierra se inclinara. (...)En la limusina hay un hombre muy elegante que me mira. No es un blanco. Viste a la europea, lleva el traje de tusor blanco propio de los banqueros de Saigón. Me mira. Ya estoy acostumbrada a que me miren. Miran a las blancas de las colonias, y a las niñas blancas de doce años también. Narrativa de finales del siglo XX y primera década del XXI

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Pascal Quignard Escritor francés nacido en Verneuil-sur-Avre (región de Alta Normandía). De niño fue ligeramente autista un par de veces y la primera de ellas, su tío, que había salido del campo de concentración nazi de Dachau, le volvió a enseñar a hablar y a comer haciéndole chupar un palo de regaliz que parecía una rama. Pintor hasta 1968, organista, pianista y violonchelista, licenciado en filosofía, fue profesor de la Universidad de Vincennes y de la Escuela Práctica de Estudios Superiores en Ciencias Sociales. Ha publicado una cincuentena de obras donde la ficción se mezcla con la reflexión. Entre sus escritos destacan las novelas, El salón de Wurtemberg (1986), Las escaleras de Chambord (1989), Todas las mañanas del mundo (1991), que Alain Corneau adaptó al cine y que cuenta la vida recluida de Monsieur de Sainte-Colombe, compositor barroco que cayó en el olvido; Vida secreta (1999), Terraza en Roma (2000), Las sombras errantes (Premio Goncourt, 2002) y Las tablillas de boj de Apronenia Avitia (2004), novela que recrea la biografía de un misterioso personaje, una patricia nacida en el año 343 sobre cuya identidad sólo se conocen algunas hipótesis aventuradas y unas cuantas tablillas de madera de boj donde comenta algunos detalles cotidianos de su azarosa vida en medio de la decadencia del imperio romano. También es autor de los ensayos, Pequeños tratados (ocho tomos), La lección de música, El odio a la música: diez pequeños tratados, El nombre en la punta de la lengua y Retórica especulativa. Ha sido fundador, junto a François Mitterrand, del Festival de la Ópera y del Teatro Barroco de Versalles. En 1990 fue nombrado secretario general de la editorial Gallimard, trabajo al que renunció para dedicarse e la literatura. Pascal Quignard es sin duda el más iconoclasta de los escritores franceses contemporáneos.

Aprender (Pequeños tratados)

Aprender es un placer intenso. Aprender equivale a nacer. Se tenga la edad que se tenga, el cuerpo experimenta entonces una especie de expansión. De repente la sangre fluye mejor en el cerebro, detrás de los ojos, en las yemas de los dedos, en la parte superior del torso, en la parte baja del vientre, en todas partes. El universo se dilata: de pronto se abre una puerta donde no había puerta alguna y el cuerpo se abre con esa misma puerta. El cuerpo antiguo se convierte en otro cuerpo. Un país desconocido se extiende o avanza a toda velocidad y crecemos con lo que crece. Todo lo conocido cobra un nuevo sentido, atrae una nueva luz, y todo lo que hemos abandonado regresa de repente a la nueva tierra con un nuevo relieve todavía inexpresable, porque no era posible preverlo. Esta metamorfosis se describe en todos los héores de todos los cuentos antiguos, y quizá sea eso lo que suscita cada tres o cuatro noches la irresistible atracción que la lectura de esos pequeños mitos tiene para mí: tanto en la lectura del cuento como en el propio cuento se liberan ciertas fuerzas. Unas pocas palabras susurradas por hadas o animales se convierten en poderosos gestos o miradas semánticos. Esas palabras casi se convierten en manos que inventan realmente a su presa, inventando a su vez una aprehensión completamente nueva: un bastón, un arco, un ladrillo, una fronda, una barca, un caballo. Las nuevas armas, inventando sus nuevas presas, engendran nuevas astucias, dan lugar a nuevos cazadores. Desafíos que no conciernen a nadie se descubren de pronto en el azar de una consecuencia que no habíamos buscado. Eso es aprender. Caen las barreras y, al caer, desaparecen las distancias. Eso es aprender. La oscuridad del bosque se desvanece. Aumenta el recorrido del viaje. No hay que enseñar a quien no siente alegría al aprender.

De Retórica Especulativa

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Pienso en mi hambre: no es un hambre que se sacie y pierda en el transcurso del día el deseo de seguir consumiendo. He leído demasiado para no ser insaciable. He leído demasiado como para desesperar súbitamente de que el pensamiento vaya más allá de la convención de cada época y el desprecio de todo. El lenguaje no es apático, impersonal ni instrumental, ni ahistórico ni divino. Pienso lo siguiente: el hambre del pensamiento no se sacia.

De Vida secreta

El nombre de Némie Satler es falso. Así es como voy a llamar a una mujer que existió, que ya no está, que amé. Es difícil expresar nuestro pensamiento cuando nuestro pensamiento es nuestra vida (...)Podría titular este capítulo el cuento de los labios mordidos.Ella decía a todas horas, de todo lo que hacía, fuera lo que fuese, que le hacía morderse los labios.Es un placer descubrir ante sí a un ser cuyos ojos se iluminan al ver el plato que le sirven, que deja de escuchar lo que le están diciendo, cuya mirada huye, que lleva irresistiblemente el tenedor a la cinta de ceps, al calamar negro, al hígado de becada, a la cresta dentada y gris del gallo, a la blanca rodaja del rape;que ya está en el otro mundo de bosque, de océano, de animalidad, de caza a la que el hambre la ha devuelto;que de repente coge con los dedos el hueso de liebre mondado con el cuchillo para repelar la pizca de carne negra que le queda;que después de tomarse el café coge por última vez la cucharilla para rascar un restop de salsa o de crema inglesa que se ha acumulado en el borde del plato siguiendo la inclinación de la mesa;cuyas mejillas se colorean, cuyos ojos se abren de par en par hasta el punto de reflejar lo que desean y de hacer que rebote en su sustancia como sobre la superficie de un espejo;cuya lengua asoma, humedeciendo sus labios muy deprisa;que le sonríe al cocinero cuando sale de la cocina, que se levanta bruscamente cuando se acerca a la mesa, que le retiene para asegurarse de haber reconocido correctamente cada uno de los ingredientes de lo que ha saboreado.La he descrito. Patrick Modiano Novelista y guionista francés nacido en Boulogne-Billancourt. Considerado como uno de los grandes narradores franceses de nuestro tiempo, hijo de padre judío y de una actriz belga, con su tercera novela, Los bulevares periféricos (1971), obtuvo el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa. Tres años antes había irrumpido en el campo literario con La Place de l'Étoile (1968), premio Roger Nimier y premio Fénéon. Más tarde ganaría el Premio Goncourt por La calle de las tiendas oscuras (1978), novela claramente autobiográfica en la que explora el tema del judaísmo durante y después de la segunda guerra mundial. Es autor además de, La ronda de noche (1969), Villa triste (1975), Una juventud (1981), El rincón de los niños (1989), Viaje de novios (1990), Dora Bruder (1999), Las desconocidas (2001) y Joyita (2003). Ha escrito los guiones de los films, Lacombe Lucien (en colaboración con Louis Malle, 1974), película que aborda la cuestión del colaboracionismo durante la ocupación alemana de Francia, y Bon Voyage (2003), junto a Jean-Paul Rappeneau. La obra de Modiano se caracteriza por una gran economía de recursos, con su tono despojado y directo, su aire desolado se mueve entre la realidad casi documental y la ficción más sutil.

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De Dora Bruder

Hace ocho años, en un viejo ejemplar del Paris-Soir , con fecha del 31 de diciembre de 1941, me llamó la atención una sección, “De ayer a hoy”. En la página tres. Leí: ParísSe busca a una joven, Dora Bruder, de 15 años, .155 m., rostro ovalado, ojos gris-marrón, abrigo sport gris, jersey burdeos, falda y sombrero azul marino, zapatos sport marrón. Ponerse en contacto con el señor y la señora Bruder, Bulevar Ornano, 41, París. Conozco desde hace tiempo el barrio donde está el bulevar Ornano. De niño acompañaba a mi madre al mercado de las pulgas de Saint-Ouen. Bajábamos del autobús en la puerta de Clignancourt y a veces en el Ayuntamiento del distrito XVIII. Siempre en sábado o el domingo después de comer. En invierno, en la acera del bulevar, que discurre a lo largo del cuartel de Clignancourt, solía estar entre la multitud de gente, con su trípode, un fotógrafo gordo, de nariz grumosa y lentes redondos, que ofrecía una “foto de recuerdo”. En verano se instalaba en el puerto de Deauville, frente al bar Soleil. Hacía clientes. Pero allí, en la puerta de Clignancourt, los transeúntes no parecían tener muchas ganas de fotografiarse. Llevaba un viejo abrigo y un zapato agujereado, (...)En el curso de los dos o tres años que precedieron a la guerra, Dora Bruder debió estar inscrita en alguna de las escuelas municipales del barrio. Escribí una carta al director de cada una de ellas preguntándoles si podían buscar su nombre en el registro. Me respondieron amablemente. Ninguno había encontrado ese nombre en la lista de alumnos de antes de la guerra. El director de la antigua escuela de niñas de la calle Championnet, 59, me proponía ir a consultar yo mismo el registro. Algún día iría, pero vacilaba. Quería mantener la esperanza de que su nombre figuraba en ellos. Era la escuela más cercana a su domicilio.

Emmanuel Carrère Novelista, guionista y cineasta francés (París, 1957) es autor de siete novelas (entre ellas Una semana en la nieve, publicada en España por Circe), tres biografías: Werner Herzog , Philip K. Dick (Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos: Philip K. Dick 1928-1982, Minotauro) y Limonov y varios guiones para el cine y la televisión. El adversario supuso su consagración indiscutible. En su obra destacan también Una novela rusa y De vidas ajenas. Su libro El adversario será la lectura obligatoria de este trimestre.