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Max Aub ENRIQUE GONZALEZ MARTINEZ. VIDA y POESIA Nació en Guadalajara, Estado de Jalisco, a las ocho de la mañana del jueves 13 de abril de 1871, "en una casa situada en la misma acera de la Parroquia del Pilar y muy cercana al templo". Su padre fue un hombre un tanto apagadO', tímido, "excesivamente pulcro en el vestir y aseado hasta la manía"-. Huérfano y arruinado, amigo del orden y de la compostura, dependiente de comercio, estudió hasta conseguir, a los veintidós años, el título de "jJreceptor de primer orden". Fue maestro, y no dejó de serlo, escrupulosísimo, durante muchos afias. Su natural preferencia por lo exacto le llevó de la mano al goce de las matemáticas y a lo más preciso de las letras: la gramática. Sus gustos literarios fueron siempre por lo acreditado, por lo que no ofrecía dudas: supo el Quijote casi de memoria, gustaba de la lengua de Guzmán de Alfarache, de triarte y de Moratín; de Pedro Antonio de Alarcón, de Galdós y sobre todo de Pereda, el novelista montañés que será lectura de niñez de Enrique González Martínez. Es fácil imaginar su vida en aquellos años. El papá da clases a domicilio, que le ocupan casi todo el día; es un hombre bueno, probo, honrado -en su fondo y por los demás-, dueño de sus mínimos arrebatos. Epoca dorada de la burguesía, nadie tiene dudas acerca del futuro; lo establecido por los hombres parece tan inconmovible como las montafias. La religión católica ha impuesto su moral -para creyentes y ateos, para practicantes y los que no lo son- y la honradez, sobre todo en la clase media, en los artesanos, en el pueblo, es carta tan cabal, que nada se puede concebir fuera de ella, como no sea el infierno: las cárceles y el barrio prohibido, que quedan completamente separados del mundo en que se vive. Igual sucede con la política; son mundo aparte que poco o nada tienen que ver con la gente decente. Así la hombría de bien lleve, a veces, al Ayuntamiento. El señor González escribe un Tratado de gramática general y unos Principios de álgebra "que corrieron largos año:> como textos por los bancos de las escuelas". En estas condiciones la vida depende del reloj: a las seis y media todos se levantan -lo mismo en verano que en invierno- se desayuna a las siete, se almuerza a la una y media, se cena -matemáticamente- a las ocho. Mañana y tarde se pasa el profesor dando clases, de aquí para allá. Por la noche se lee y se preparan las lecciones del día siguiente. La madre era otra cosa, harina de muy otro costal, muy hermosa en su juventud, gran frente, ojos "enormes y rasgados", desmañada para los trabajos domésticos (en contraposición con el jefe de la familia que "sabía arreglar un mueble desvencijado, componer una cerradura, colgar cuadros y cortinas, fabricar jugue. tes"), muy inteligente, lectora incansable y desordenada, sabe. dora del francés, conversadora amable, amiga del "trato de personas inteligentes", enemiga de pedantes, había sido discípula de su marido. Gran escritora de cartas y aun de versos que, según su hijo, compuso hasta que descubrió los suyos. Su poeta favorito fue - ¡cómo no! - Gustavo Bécquer. "Leía con desorden a cualquier hora, y cuando un libro le interesaba, no era raro que lo terminara en una noche, sin pegar los ojos, tomando café negro y fumando cigarrillos, hábito que adquirió desde los primeros años de su matrimonio." Había estudiado entre hermanas paulinas; huérfana joven, salió de entre ellas, tras recibirse de maestra, para casarse. ¿Qué genio la habitaba que tras una educación tan pacífica no pudo en manera alguna dejarle "un instante de reposo en la vida"? "Un demonio interior la poseyó sin tregua", escribe su hijo. No son heroínas de novela -de las que tantas leyó- las que faltan en esa época con "sus contrastes, que a veces parecían inexplicables: ratos de tristeza inmotivada; horas de encierro y soledad; ansias de viajar que jamás satisfizo; placidez seguida de acritud, sin causa aparente; rebeldía de inadaptada, que era el reverso de la suave resignación de mi padre ... Inquietud, siempre inquietud y más inquietud". Parece que estamos leyendo la descripción de un personaje ibseniano. No en balde son contemporáneos. Las contradicciones de la vida burguesa -de la vida sin más- destiñe ya las fuerzas que la han de destruir: hay quien no puede obedecer a las cosas tal como se las obligan a aceptar, sobre todo en la juventud. Luego la rebeldía se desmocha sola, con los años; ella, que "fue, hasta los treinta años, poco dada a prácticas de transfor- marse en un movimiento de fervor ascetIco ... movnruento en que mi padre hubo de ser arrastrado". Un de suicidio y fuga, presenciado por el hijo a los cinco anos y lo marcara indeleblemente, señalan, tal vez, el momento mas duro de su rebeldía. De su madre, Enrique González Martínez parece tener la del genio, pero de la familia de su padre, "gente de campo. d . Itares acomodados almas sencillas consagradas a la herra e agncu '- " hab . al t b 'o criollos de sangre espanola, sanos y fuertes, na y ra aJ , bId' de sacar la serenidad que sabrá atemperar la re e la materna. T ' 't de quien depender. Su abuelo "español oriundo de la ema es a L' R d' d ciudad de Panamá", se graduó de médico en Ima.:. o México, "allá por el año de 1820'''. con OOt.ta Idaz e L. Etzatlán de Jalisco. "DecldlO no sa lf e a lerra e su eon, en. er en dicho lugar la medicina". No hay duda de que esposa y eJerc . o, d - I 1 l · 1 d 1 abuelo -cuyo retrato preSidiO urante anos a sa a e eJemp o e hi' .. 1 h 11 f il o 11' a su nieta a desear que su JO SigUIera as ue as am lar- evo , b" de tan ilustre varón. Lo consiguió: lo .demás es poesla, que tam len los versos influyen en el curso de la Vida humana.

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Max Aub

ENRIQUE GONZALEZMARTINEZ.

VIDA y POESIA

Nació en Guadalajara, Estado de Jalisco, a las ocho de la mañanadel jueves 13 de abril de 1871, "en una casa situada en la mismaacera de la Parroquia del Pilar y muy cercana al templo". Su padrefue un hombre un tanto apagadO', tímido, "excesivamente pulcroen el vestir y aseado hasta la manía"-. Huérfano y arruinado, amigodel orden y de la compostura, dependiente de comercio, estudióhasta conseguir, a los veintidós años, el título de "jJreceptor deprimer orden". Fue maestro, y no dejó de serlo, escrupulosísimo,durante muchos afias. Su natural preferencia por lo exacto le llevóde la mano al goce de las matemáticas y a lo más preciso de lasletras: la gramática. Sus gustos literarios fueron siempre por loacreditado, por lo que no ofrecía dudas: supo el Quijote casi dememoria, gustaba de la lengua de Guzmán de Alfarache, de triartey de Moratín; de Pedro Antonio de Alarcón, de Galdós y sobretodo de Pereda, el novelista montañés que será lectura de niñez deEnrique González Martínez.

Es fácil imaginar su vida en aquellos años. El papá da clases adomicilio, que le ocupan casi todo el día; es un hombre bueno,probo, honrado -en su fondo y por los demás-, dueño de susmínimos arrebatos.

Epoca dorada de la burguesía, nadie tiene dudas acerca delfuturo; lo establecido por los hombres parece tan inconmoviblecomo las montafias. La religión católica ha impuesto su moral-para creyentes y ateos, para practicantes y los que no lo son- yla honradez, sobre todo en la clase media, en los artesanos, en elpueblo, es carta tan cabal, que nada se puede concebir fuera deella, como no sea el infierno: las cárceles y el barrio prohibido,que quedan completamente separados del mundo en que se vive.Igual sucede con la política; son mundo aparte que poco o nadatienen que ver con la gente decente. Así la hombría de bien lleve,a veces, al Ayuntamiento.

El señor González escribe un Tratado de gramática general yunos Principios de álgebra "que corrieron largos año:> como textospor los bancos de las escuelas".

En estas condiciones la vida depende del reloj: a las seis ymedia todos se levantan -lo mismo en verano que en invierno- sedesayuna a las siete, se almuerza a la una y media, se cena-matemáticamente- a las ocho. Mañana y tarde se pasa elprofesor dando clases, de aquí para allá. Por la noche se lee y sepreparan las lecciones del día siguiente.

La madre era otra cosa, harina de muy otro costal, muyhermosa en su juventud, gran frente, ojos "enormes y rasgados",desmañada para los trabajos domésticos (en contraposición con eljefe de la familia que "sabía arreglar un mueble desvencijado,componer una cerradura, colgar cuadros y cortinas, fabricar jugue.

tes"), muy inteligente, lectora incansable y desordenada, sabe.dora del francés, conversadora amable, amiga del "trato depersonas inteligentes", enemiga de pedantes, había sido discípulade su marido. Gran escritora de cartas y aun de versos que, segúnsu hijo, compuso hasta que descubrió los suyos. Su poeta favoritofue - ¡cómo no! - Gustavo Bécquer. "Leía con desorden acualquier hora, y cuando un libro le interesaba, no era raro que loterminara en una noche, sin pegar los ojos, tomando café negro yfumando cigarrillos, hábito que adquirió desde los primeros añosde su matrimonio."

Había estudiado entre hermanas paulinas; huérfana joven, salióde entre ellas, tras recibirse de maestra, para casarse. ¿Qué genio lahabitaba que tras una educación tan pacífica no pudo en maneraalguna dejarle "un instante de reposo en la vida"? "Un demoniointerior la poseyó sin tregua", escribe su hijo. No son heroínas denovela -de las que tantas leyó- las que faltan en esa época con"sus contrastes, que a veces parecían inexplicables: ratos detristeza inmotivada; horas de encierro y soledad; ansias de viajarque jamás satisfizo; placidez seguida de acritud, sin causa aparente;rebeldía de inadaptada, que era el reverso de la suave resignaciónde mi padre ... Inquietud, siempre inquietud y más inquietud".

Parece que estamos leyendo la descripción de un personajeibseniano. No en balde son contemporáneos. Las contradiccionesde la vida burguesa -de la vida sin más- destiñe ya las fuerzas quela han de destruir: hay quien no puede obedecer a las cosas talcomo se las obligan a aceptar, sobre todo en la juventud. Luego larebeldía se desmocha sola, con los años; ella, que "fue, hasta lostreinta años, poco dada a prácticas pia?~sas", "hab~ía. de transfor­marse en un movimiento de fervor ascetIco... movnruento en quemi padre hubo de ser arrastrado". Un inte~to de suicidio y d~fuga, presenciado por el hijo a los cinco anos y ~ue lo marcaraindeleblemente, señalan, tal vez, el momento mas duro de su

rebeldía.De su madre, Enrique González Martínez parece tener la chi~~a

del genio, pero de la familia de su padre, "gente de campo. fa~llha

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T ' 't de quien depender. Su abuelo "español oriundo de laema es a L' R d' d

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México, "allá por el año de 1820'''. c~.só con l~nadsenlOOt.ta Idaz eL . Etzatlán de Jalisco. "DecldlO no sa lf e a lerra e su

eon, en. er en dicho lugar la medicina". No hay duda de queesposa y eJerc . o, d - I 1l · 1 d 1 abuelo -cuyo retrato preSidiO urante anos a sa a

e eJemp o e hi' .. 1 h 11f il o 11' a su nieta a desear que su JO SigUIera as ue asam lar- evo , b"de tan ilustre varón. Lo consiguió: lo .demás es poesla, que tam lenlos versos influyen en el curso de la Vida humana.

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La vida de Enrique González Martínez fue una vida ejemplar. Nohablo de su vida en sí -de sus peripecias de hombre- sino de laparábola de su obra. Ni escribo parábola simbólicamente "deextraña tierra": que sus versos no conocen curva, como no sea enlos altibajos insalvables de poemas desiguales, sino que se alineanascendentes, por lo menos en cuanto a amplitud de criterio, acomprensión del mundo, generosidad, o grandeza. No envejeció,ganó con los años, no perdió vista, sino que, día a día, fuealcanzando mayores horizontes. Tal vez su obra más importantefue la última, escrita a los ochenta años: Babel.

Hermano en eso de los mayores, aprovechó lo que la vida ledaba; goces y dolores, bienes y males, acendrándose sin hacerseilusiones, sin perder lo fundamental que poseyó -y le poseyó­siempre; la fe en el hombre desnudo. Nunca hizo nada a humo depajas, cuando de su obra poética se trató. Hay continuidad en todasu obra; a veces, poemas de un libro anterior abren el que le sigue.Frente a sus memorias se lee uno de La palabra en el viento(192 1) que las resume:

Este libro es mi vida... No teme la miradaaviesa de los hombres;

(Hay en el adjetivo, un sentido pesimista de la condición humana.que, con el dolor, se irá desvaneciendo).

no hay nada entre sus hojas nadaque no sea la frágil urdimbre de otras vidas:ímpetus y fervores, flaquezas y caídas.

(Fue siempre buen crítico de sí mismo, con la vista clara; jamás lecegó el orgullo, ni se tuvo en más. Hombre llanísimo, de sentidocomún. Su condición de médico, de auscultador de dolores ajenos,le hizo ver, desde el principio, la igualdad de los seres.)

Este libro no enseña, rti conforta ni guía,y la inquietud que esconde es solamente mía'más en mis versos flota, diafanidad o arcano 'la vida, que es de todos. '

(No diré más en el discurso de estas páginas. Aquí queda reseñadasu poética, su posición de hombre; la ecuación de su grandeza,poniendo relación entre "su inquietud" y la vida de todos sinintentar jamás alzarse como ejemplo. Se abre en canal y enserla sumundo: soy así -viene a decir- y no hay más; pero tengan encuenta que algo de lo que en mí corre es vuestro también. Y asíremata el poema):

Quien lea, no se asombrede hallar en mis poemas la integridad de un hombre,sin nada que no sea profundamente humano.

La poesía de Enrique González Martínez es consustancial con lacircunstancia de su vida. Ya veremos cómo en eso y en algo más eshermano de Antonio Machado, y qué lejos está de otros poetascontemporáneos suyos como, por ejemplo, Juan Ramón Jiménez oPaul Valéry. " .. En mis poemas casi no hay verso, ni el másobjetivo y exterior, que no esté ligado con dramas intimas, consucesos que han dejado huellas imbo"ables en 10 mds hondo de miser. .."

Es curioso cómo dos poetas de los mayores que da el modernis­mo tras Rubén Darío, su implantador (Enrique González Martínez,en México; Antortio Machado, en España), parecen echar conscien·temente al olvido algo de lo más peculiar y espectacular de laescuela. Ahora bien, no hacen sino seguir la propia pauta deRubén, de Prosas profanas a Cantos de vida y esperanza. Laembriaguez de las formas de la rrtitología de diccionario deja pasoa una fIlosofía estoica de la existencia. El paso del cisne al búho lodan Rubén Darío y Antonio ~achado, lo rrtismo que GonzálezMartínez, aunque menos explícitamente.

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En Juan Ramón Jiménez la trasmutación será más lenta peroidéntica' sin embargo, la embriaguez de los colores (su gusto porlos mo;ados, los malvas, los amarillos, los verdes) hará máspersistentes en el poeta de Moguer ciertos resplandore modernis­tas.

Sólo en los poetas medioéres persistirá el "glauco" o el"opalescente" de los primeros fuegos del modernismo. La paletade Enrique González Martínez (como la de Antonio Machado) espobre y corresponde a la tradición moral cristiana (blanco-pureza,rojo-lascivia, etcétera), como es de esperar de un poeta sin tacha.y puros son todos los grandes poetas de la época, 10 mi moUnamuno, que Antonio Machado, Juan Ramón que GonzálezMartínez, fenómeno curioso, si tenemos en cuenta que su admira­dos, Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, distaban bastante de serlo.Débese -a mi juicio- a su formación católica (o a la "ja obina"de Antonio Machado).

Son, además, y tal vez por ello, hombres de un solo gran amor,del amor a una sola mujer (si son dos, como en Antoni Machado,débese a la muerte p~ematura de la primera) encarnado, ademá ,en los cuatro, en sus mujeres legítimas.

III

Dejemos sentado, en primer término, que Enrique González Martí­nez es el poeta más importante de su generación mexicana.

"Yo sé que, cuando busco a Enrique GonzáJez Martínez y nome encuentro inmediatamente con su rostro sereno, su risa francay mano amiga, tomo un libro suyo, al instante estoy delante delhombre: porque esto es su poesía, ni más ni menos; el hombreactual y eterno, el Hombre en toda la extensión de la palabra." Asíle defmía Enrique Díez-Canedo. Y nada es más exacto, perono era privativo, sino galardón de varios de los mayores de sutiempo: del propio Canedo, de Alfonso Reyes.

Una vida llena, que no hay por dónde cogerla. ¡Qué donEnrique tan sonriente y colorado! Con su sombrero gris, susabrazos, sus dichos maliciosos, su perpetuo asombro de·leitoso antela vida y sus manjares. Tan recio, tan seguro que nunca dudó antela duda, tras haber visto desfilar todos los bienes y todos lospesares. Sabía lo que valía, más que pesaba, que no era alto másque por dentro, y no le importaba ni lo dio a entender, tan llano.Estaba con todos.

Ahora oirá el viento que quería escuchar, aquel viento furioso ysordo que rodea los mundos, augusta soledad de laureles:

iVida tres veces santala que en su propia luz labora y canta!

No había empezado a expresarse así, en la paz porfiriana, sinoalabando a Dios.

y con El todo es ciencia y todo es vida,escribió en 1893. Mas parte de la grandeza de GonzáJez Martínezes que su vida, y su obra, reflejan su tiempo, en cierto modo y enel modo cierto que una sola vida puede hacerlo.

Gran tarea la de ser hombre; consiste en procurar comprenderla ligazón que nos une a los demás y en ser comprendido. Tareadifícil, hoy, cuando la política parece satisfacerse en aislar, basadaen la apología de su facción; y la ciencia ha caído en laespecialización incomunicable, aun beneficiando a miles, que en­cuentran más fácil el camino del odio, que es la incomprensión. Elpoco saber de muchos ha venido, desgraciadamente, a redundar enel desprecio de los que saben más, como si bastara la iniciaciónpara insuflar el desdén; que la manera más cómoda de creersellegado a un sitio, sin moverse apenas, es suponerse al cabo de lacalle. Y no hablo de los jóvenes, en quienes la temeridad es señade buena salud.

Todos han callado, y comprendo perfectamente por qué, debidoa la hipocresía, que don Enrique colaboró con el régimen traidordel general Huerta. ¿Por qué lo hizo? Una de las explicaciones lahallaremos en la literatura. La época era de respeto al arte por elarte, y e a estética acepta el poder constituido. (Es curioso cómola transposición de la teoría a la práctica hiere los sentidos y

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suspende. Si en vez de referirme directamente a Enrique GonzálezMartínez, hubiese dicho: "las teorías literarias determinan en loshombres que las sienten y practican cierta conducta pública, yviceversa", nadie hubiese chistado. Pero al asegurar que éstasinfluyeron, consciente o inconscientemente, en cierta posición"colaboracionista", álzanse las voces dudando. No iba tan lejos miaseveración como para dar a entender que la conformidad deGonzález Martínez con el huertismo dependiera exclusivamente dela literatura. El que nuestro hombre hubiera sido antimaderista yfuncionario del régimen del general Díaz, no hace sino confirmarlo que digo. No se le ocurrió, por entonces, que la política tuvieragran cosa que ver con la poesía. Con los años, varió de manera depensar, porque las circunstancias y su consustancial liberalismo leayudaron a ello. No está de más dejar en claro, otra vez, cómo lareacción simbolista-modernista separó lo público y lo privado, trasel fulgor de los grandes poetas cívicos del siglo XIX. Ayer nohubiese servido González Martínez en un cargo de aquella índole.No es que él hubiese rectificado, sino el tiempo, que es otro).

Va para dos siglos que es nuestra la parte que los hombresreservaban ostensiblemente a Dios. Inútilmente procuraron recubriresta verdad con sus gritos o gemidos los románticos, la fenomeno­logía o el surrealismo. Goya fue el primer pintor de lenguaespañola que no creyó en Dios, lo que se refleja sin ambages en losretratos que hizo de sus repesentantes en la tierra, y pese a losLópez que le siguieron, marcó con su impronta toda la pintura denuestro tiempo. El hombre se encontró de pronto con el mundoentero, de horizonte a horizonte, de abajo arriba y de arriba abajo,con sus demonios y ángeles, tan suyos como nuestras manos onuestros pensamientos.

Sólo el hombre es grande,Nada es mayor que el hombre,

como dijo uno de los más escondidos poetas de nuestro tiempo, porboca de Galileo. Sólo el hombre, pero no el hombre solo.

Frente a este mundo sin doble fondo caben dos posiciones: ladesafiante y la resignada. La primera es heroica y no voy ahora atratar de ella; la otra es la de Enrique González Martínez, la deAntonio Machado, pongamos por ejemplo. Caracterízase por lapresencia de un vago sentir de la existencia de algo incognoscible­mente superior, con la que se enfrentará tantas veces Unamuno. Elpanteísmo, tan presente en cierta parte de la obra de GonzálezMartínez, no es más que un mal menor, un agua de borrajas queno engaña a nadie: fundirse con la belleza, cuando se sabe que noes más que un sentimiento humano. De ahí el nihilismo en quenaufragarán tantos. Pero de esa soledad del mundo nacerá otrosentimiento o, por lo menos, una nueva expresión más amplia delmismo: la solidaridad. Juan Ramón no ofrecerá su corazón al cielosino

Al ancho surco del terruño tierno.

Ya no hay Dios a quien hurtar el fuego. Los hombres solos. Lavida es de todos, exclama González Martínez, y más: Hay quedivinizar la vida. "Vida", palabra clave de nuestro poeta, que lelleva a preguntar, bien hincados los pies en la tierra, de la que nonos podemos separar, cuando se le muere el hijo:

¿Contra quién me rebelo... o a quién pido?

Grandeza del hombre sin mañana, pero con el prodigio tremen·do del hoy, que hay que vivir cumplidamente, sin desechar nada,porque es todo lo que tenemos. No se atreve a entregar todavíaíntegramente al hombre cuanto era de Dios; su primer Ilbro setitulará, más tarde, con sentido: La hora inútil y en él se habla deun "dios campestre". Habrá de transcurrir toda su vida poéticapara que exclame:

Y miré al hombre,en comunión de fraternal sosiego,sobre una patria con el mismo nombre.

Tras haberse preguntado, con la angustia y la congoja perenne,

¿Quién nubla el cielo y ensombrece el día?

para rematar:

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y me asomé a la vida, y vi que en ellaestaba la razón de mi tortura,yanulé mi amargura y mi querella.

Mas para llegar a ello, Enrique González Martínez se habíaplanteado, había visto alzarse ante sí, los problemas que el fm desiglo e~a. Pocas veces se han expresado tan claramente como lohizo nuestro poeta en un soneto: Piedad, de su primer libro. Lasdos cuartetas exponen la posición que habrán de mantener losimpregnados de cierta parte de la mosofía de Nietzsche, y quellevará al fascismo:

y bien, es necesario ser orgulloso y fuertepasar sobre las víctimas, y con la faz erguida,ir peligrosamente a través de la vidayllegar con pie fume al umbral de la muerte.Dejar a los esclavos la ergástula; ser cumbredorada por los rayos del sol de la belleza;no arrepentirse nunca... y abajo, en la vilezadel fango, que fermente la humana podredumbre...

Pero en los dos tercetos aparece la posición sentimental tolstoia·na, que movió a tantos intelectuales hacia los desamparados y elsocialismo:

Más tú, piedad, no puedes abandonar tu asiento,y con tu sombra ofuscas la luz del pensamientoy la razón conturbas, y la pupila empeñas:y ante el leproso mustio que se titula hermano,ante la horrible mueca del sufrimiento humano,nos muerdes con un cáncer que roe las entrañas.

En este alzarse de la bondad contra las desigualdades humanas,demasiado humanas, irá González Martínez a la par de los mayorespoetas, con su tiempo. Básteme señalar cierta correspondencia conAntonio Machado, que no cité antes a humo de pajas.

Yo gusto de ir a solas y mi velero es mío,

dice don Enrique al cabo de uno de sus sonetos más conocidos, ydon Antonio:

Converso con el hombre que siempre va conmigo.

. Soledad de su edad media, que luego se esfumará... tal vezsolo a medias. (Pudiera parecer contradictorio con lo antes apunta­do esta relación entre Machado y González Martínez, teniendo encuenta la posición crítica del primero frente a la política españolade aquel entonces. Pero no hay que olvidar que el español seenfr~ntaba a una carcomida monarqufa, oligárquica, mientras elmeXJcano servía una república de aura liberal, consecuencia directade la Reforma. Todo depende del medio que nos refleja.)

Todo el famoso Retrato del gran poeta sevillano podría,salvadas las distancias, ser el de don Enrique:

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,pero mi verso brota de manantial sereno;y, más que un hombre al uso que sabe su doctrinasoy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

y no sólo el sentimiento, sino la estética. ¿Qué es aquello de

Adoro la hermosura, y en la moderna estéticacorté las viejas rosas del huerto de Ronsard;mas no amo los afeites de la actual cosméticani soy un ave de esas del nuevo gay·trinar

sino otra manera de decir: Tuércele el cuello al cisne. .. , en versosque llevan la impronta de la libertad que le dio Rubén? Poesíadesnuda la de ambos, nacidos en el modernismo, mas ya hartos desu engañoso plumaje. Todo no es símbolo, sino como es:

que yo no sé si me difundo en todoo todo me penetra y va conmigo.y la tierra, con sus paisajes, con sus propias entrañasy su dolor particular.

¿A qué se debe ese afán de desnudez, esa nueva estética enemigade perifollos? Por de pronto, es notorio que no se trata de unhecho aislado, sino antes al contrario, de un hondo anhelo de la

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generación. (Pongamos lado por lado un cuadro de Renoir y unode Juan Gris, un mueble de Lalique y otro de Rulhman, un planode Gaudi y otro de Le Corbusier, ¿cuántos siglos ~o parecen habertranscurrido para transmutar uno en otro? Y Sin embargo, soncontemporáneos; como Nicolás 11 y Lenin.~, ,

Trátase de algo más profundo que el estilo en SI, de su razon deser; estamos frente al fracaso del mundo liberal mientras cae laúltima costra de la creencia en el "dios campestre", ese compro­miso... Como reflujo, revive una corriente espiritualista que sebifurca de un lado en los varios "ismos" que se amontonan, de losafias lO a 30, y por otro, hacia la ortodoxia católica. Se señala asíla agonía de la época dorada de la burguesía, a la que la guerra del14 pone punto final al igual que, aquí, la Revolución Mexicana; laliteratura va a su rémora. Una vez más el máximo esplendor, elgigantismo -¿y qué mayor gigante que Rubén? - señala el térmi­no de la evolución de una especie. De esa crisis no hemos salidotodavía, y González Martínez queda como buen testigo. Suproducción "europea", es decir la que corresponde a su estancia enel Viejo Mundo, es prueba de ello, y lo más endeble de su obra,aun siendo, a veces, de lo más gracioso. (Cuando a distancia demedio siglo se mira la evolución literaria europea y mexicana y sela relaciona con la realidad política, es' evidente cierta similituden tre la forzada tranquilidad porfiriana, la era victoriana, laTercera República Francesa o la Restauración española. El desastreespañol del 98 no afecta, desde este ángulo, a la evolución literariaespañola, sacudida mucho más a fondo por la obra de Nietzsche.La pérdida de las últimas colonias coincide con el mayor auge dela influencia española en América; pongamos como ejemplos aGaldós y a Castelar y las cifras de venta de las editoriales españolasde la época.)

Pese a la dirección espiritualista a la que me he referido, es muyotra la que auténticamente va marcando de manera indeleble losespíritus; el hombre va reemplazando la eternidad por el futuro,Dios por lo que es capaz de hacer el hombre, no por lo que hace.Quien sólo conoce la fe o la desesperanza no es un gran poeta denuestro tiempo, cómo pudo serIo del pasado. El estoicismo cobranuevas galas, teniendo en cuen.ta que el tiempo nunca es reversibley no será por azar que se columbre en las últimas obras deGonzález Martínez un tono más grave que recuerda las sonoridadesmayores de la poesía castellana. Nadie se engaña al oír el martilleode los endecasl1abos primeros de Babel:

Miré la dura tierra en que he nutridocardos de angustia y mie ses de esperanza,

hermanos de aquellos inmortales:

Miré los muros de la patria mía...

El poeta jalisciense ha columbrado ya la aurora de la solidaridadpuramente humana:

¡Feliz de ti que tienes una estrella en la altura,y una voz que te lanza por mares de aventura,de los que nadie sabe si se puede volver...!

le dice en 1943 a Pablo Neruda. Nuestro poeta se da cabal cuentade hall~rse en lo~ umbrales de un mundo nuevo, pero también sabeque ya no alcanzará a conocerlo, y se resigna:

Yo también por el mundo tendí mi vuelo errante;yo como tú, quisiera proseguir adelante...¡Mas todo lo he perdido en mi viaje de ayer!

¡Tragedia enorme ésta de la generación que hunde sus raíces enlas postrimerías científicas del siglo XIX, y abre la copa de suespiritualismo ávido, en el misticismo naciente del siglo XX! ; dij?Luisa Luisi hablando de González Martínez. Misticismo que cobrosu forma más influyente para nuestros escritores en la "evolucióncreadora" de Bergson, antes de que Ortega trajese al castellano susenseñanzas de Marburgo, que habrían de resquebrajarse violenta­mente al empuje de los gobiernos ateos que ponen en juego la"razón práctica", tras el reinado de la "razón pura", que fue lavoluntad de la pasión jacobina de la Revolución Francesa.

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Enrique González Martínez -su vida, su obra- expresa cumpli­damente los tormentos y las tormentas de su tiempo, aunque sóloal final de su vida emeljan a la flor de su verso los problema,spúblicos. Mas con ello también 10 marcan los años que vive; nadieestá ya, a mediados del siglo XX, fuera del área candente de lapolítica, resultado normal del prog~eso de la ciencia. El avanzar dela literatura: en nuestro tiempo, y en lo que tiene de más valedero,podría señalarse grosso modo como un paso de la estética, lo cualtal vez redunda, así parezca mentira, a una primera luz de la razón,en una mayor pureza lírica. Quise oponer la meditación profundaa la gracia superficial y decorativa, escribió nuestro hombre al finalde su vida, explicando su soneto más famoso, en el que recomien­da el asesinato, no del símbolo, sino de la metáfora emperifollada.(Aquello del simbolismo no fue tal, sí metaforismo a ultranza conque se adornaban los muebles y una vida burguesa, como la deMallarmé, así éste se quedara chico al lado de Góngora, hoy enboga -pero ya fmiquitará la manía de colocar las Soledades, porexcelentes que sean, por encima de su otra manera.)

Tan imagen es el búho como el cisne, tan símbolo un animalcorno otro, pero menos "hermoso", y la preferencia de nuestroautor, dejando aparte el simbolismo, declara la aceptación de lofeo, o de una mínima hermosura, entendiendo por tal la clásica,dentro del área de la belleza. El descubrimiento de la hermosurade lo feo es el resultado natural de un mundo ateo o, por lomenos, de un concepto panteísta de la naturaleza al que nada le esni le puede ser extraño. Como propio acoge este sentimiento alromanticismo. En siglo y medio conocerá variaciones, desde lolúgubre como elemento funcional, a lo horrible y hediondo, comoelemento social, en Zola. La reacción parnasiana y simbolista,aunada al culto del irracionalismo o al renuevo católico, vuelve,por un momento, a un concepto más clásico de la belleza, sincontrapunto expreso de lo feo, hasta que la admiración hacia lasformas de ciertas culturas primitivas fundamenta algunos aspectosdel cubismo y sus derivados para llegar al color "negro" de unaparte importante de la literatura de nuestros días. No conoceráGonzález Martínez el siguiente paso normal del interés por lamateria en sí, en la pintura abstracta y el nouveau romano

El propio escoger del búho como señuelo o dechado de lapoesía encontró así su razón de ser; el problema que planteabaGonzález Martínez era que es tan hermoso o más que el cisne, dela misma manera, aunque la razón fuera contraria, que para losescultores de la baja Edad Media, sus obras eran evidentemente tanhermosas o más que las esculturas romanas, que no desconocían.El solo hecho de que el búho pueda ser objeto y objetivopoético marca la aceptación de lo feo como hermoso, integracióndel mundo, en su totalidad, como materia poética, y no meroescoger de lo más agradable; prueba inequívoca de la llegada alpoder de ciertas clases sociales que antes no figuraban en el

"carnet de baile" de la poesía.Podría decirse que la grandeza de los poetas de hoy se mide por

la claridad con que aceptan la inanidad de la vida futura. GonzálezMartínez sobrepasará la congoja que hace exclamar a StefanGeorge: mit mir allein! "¡conrrúgo solo! ", que procede delconcepto ateo del mundo y que Víctor Hugo había expresado enuna forma que luego tantos habían de recoger:

Et je ne sais d'ou je viens, si j'ignore al! je vais,

Bogando va sin brújula y sin saber a dónde,

dirá González Martínez, dando otra forma a lo que Rubén llamó el"horror de sentirse pasajero", y que, en nuestro poeta, se converti­rá en tarea fundamental:

y hay un sollozo de pavor fecundoque se resuelve en cántico de vida.

Subrayo el pavor, ya fecundo. Era natural que la forma mismade la poesía de González Martínez diera cuenta de estas transfor­maciones. Hay, sin duda, una gran influencia francesa a lo largo desu obra, como en casi todos los poetas que comparten su tiempo:su alejandrino es parejo del de Hugo; luego, su verso libre eshermano del de Régnier; después, desde Bajo el signo inmortal. .. ,

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al acendrarse su poesía, se expresará generalmente en endecast1a·bos.

(Ya vimos cómo tampoco su vida transcurre en un solo plano,como quisieran algunos de sus apologistas. Al contrario, conociómuchas posiciones, según los tiempos que atravesaba y los doloresque la muerte le ofreció, no parca en ello. Ahí radica otrasemejanza con Hugo -ambos perdieron un hijo en edad lozana­que alcanza en A Villequier una de sus cimas; al igual que nuestropoeta en su Aleluya a la muerte y otras obras de la misma época.)

Lo único que pueden romper o restituir los poetas es el verso yesto hasta cierto punto, como lo hicieron Garcilaso y Rubén; queel fondo en que se asientan es el tiempo, el tiempo mismo delpoeta, su contemporaneidad. Por mucho que se quisiera o se sientadistinto de los demás, un auténtico escritor lo es siempre de susaños. La roca de Prometeo se ha transfigurado en multitud. Lodemás es pastiche o ganas de perder o de perderse en el tiempo, loque también -¿por qué no? - es valedero.

Se van muriendo los maestros que uno más quería y nos vamosquedando al filo de la muerte. Allí está Machado, aquí Canedo yeste otro don Enrique. Ya sé, también murieron Federico GarcíaLorca y Miguel Hernández. Ya sé: se borró de la faz del mundoaquel gran don Pedro, aquel Salinas que yo recuerdo gordo, deportero de futbol y automovilista precoz, tan contento. Pero ésoseran de mi edad, y fue la mala suerte y la traición de los másobligados. Pero don Antonio y los dos Enriques iban delante.Ahora ya estamos casi solos, sin nadie en la proa.

Ahora ya no seguimos, ya nada tenemos delante. Me quedotriste, frente al despeftadero del que ha desaparecido la baranda,tan segura, a la que nos gustaba asomamos para ver caer la tarde.¡Cómo se acuerda uno de sí al ver los muertos! Se acuerda uno desí mismo y de uno con los muertos. Pero el mundo no se hizopara nosotros, sí para los que vienen. Quisi~ramos que sintieran aEnrique González Martínez a tram de uno mismo. Dan ganas degritarles: "¿Sabéis lo que se ha perdido para siempre? ..

Seamos lo que quisimos ser, como ~l fue el que quiso ser.Atiesemos el pecho, mantengámonos fumes en el recuerdo, frentea lo que ha de venir, con el orgullo de ser hombre, como él lo fue.

Demos la postrer despedidaa las inercias de la vida.

Ahora abrirá su cofre a solas y allí encontrará incólumes eimperecederas las formas y las esencias como las tuvo y las retuvo.Tal como quiso hurtó los aftos hasta el fmal de su existencia ymurió tan joven como nació.

Siendo el que fue, ¿cómo no hubo de ser nuestro, espaftol de lahonra y del maftana? Lo fue, como el que más. (Estuvo siemprecontra la ignominia que hoy priva en Espafta. No se le borró latraición, ni el crimen, ni la cursilería que tantos espaftoles olvidano, lo que es peor, aparentan olvidar bajo el manto del tiempo o lasconveniencias del día.) Sigue aquí, y cuando hayamos desaparecidoaquí seguirá para gloria de M~xico y de la lengua que hablamos.